Capítulo 28

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La fiesta en la casa de Julian se desbordaba de vida. Risas y música llenaban el aire, mezcladas con el retumbar de vasos al brindar. Un caos embriagador de voces y rostros –algunos familiares, otros apenas conocidos– envolvía la casa en una euforia despreocupada. Los amigos más cercanos de Julian ocupaban el centro de la sala, mientras el resto del lugar vibraba con energía juvenil y desenfrenada.

Melizsa, integrada ya como parte del grupo, se movía entre ellos con naturalidad. Al llegar, la habían recibido con abrazos y sonrisas efusivas, un ritual que la hacía sentir en casa. Se aseguraba de que todo estuviera en su lugar: que las botanas estuvieran bien distribuidas, que la barra no se quedara sin opciones. Era casi como un acto reflejo, una costumbre que disfrutaba; una forma de aportar a la fiesta de Julian y de hacerla suya también.

Josh, con su clásico humor sarcástico, hizo una broma sobre la puntualidad de Julian mientras tomaba asiento en la sala.

—¿En serio sigue bañándose? ¿Cómo es posible que llegue tarde a su fiesta? En su propia casa —se rió, como si fuera lo más común del mundo.

—Ya lo conoces —respondió Melizsa con un guiño—, siempre a sus tiempos.

La música subía de volumen conforme avanzaba la noche; el bajo retumbaba en cada esquina de la casa. Las luces suaves proyectaban sombras en las paredes, y el olor de mezclas improvisadas de alcohol y perfumes baratos impregnaba el aire. Entre risas y charlas animadas, Julian finalmente apareció después de su misteriosa desaparición. Melizsa, sin pensarlo, se acomodó en sus piernas, un gesto habitual que nadie cuestionaba. Era un juego constante entre ellos, algo que todos veían como su dinámica particular.

—¿Por qué no se deciden a salir formalmente? —dijo Josh, con una sonrisa traviesa, observando sus miradas cómplices.

—Así estamos bien, ¿verdad, corazón? —contestó Melizsa con una sonrisa juguetona, abrazando a Julian por el cuello y dándole un beso rápido en los labios.

Julian rió y le devolvió el beso en la mejilla.

—Por supuesto, corazón.

Todo parecía calmado, predecible, hasta que alguien tocó la puerta. Un chico alto, que estaba cerca de la puerta, se adelantó a abrirla. En el umbral apareció un joven con una sonrisa ligera y las manos en los bolsillos, sus ojos explorando la sala. Melizsa apenas tuvo tiempo de girarse cuando lo reconoció: Crish.

El tiempo se detuvo para ella. El aire se hizo pesado, como si de repente el oxígeno fuera insuficiente en la habitación. Las voces y las risas de fondo se volvieron distantes, casi irreales, mientras sus sentidos se concentraban solo en él. Crish estaba ahí, en carne y hueso, con su postura relajada y esa mirada penetrante que parecía atravesarla. Los recuerdos se amontonaron en su mente, cada uno más doloroso que el anterior. No podía creerlo: ¿cómo era posible que Julian lo conociera? ¿Y cómo era posible que estuviera en su fiesta?

Julian, sin notar nada extraño, saludó al recién llegado con su confianza habitual.

—¡Ey! ¡Tú debes ser el amigo de la otra facultad! —gritó, levantando su vaso y brindando alegremente.

Melizsa no podía moverse, congelada en su sitio, sin saber si estaba soñando o si vivía una pesadilla. Sentía que todo su cuerpo temblaba ligeramente, cada fibra recordando la intensidad de lo que habían sido y de lo que él le había dejado al irse. La risa de Crish, apenas audible, le erizó la piel, mientras la observaba con esa mezcla de diversión y algo más oscuro que conocía demasiado bien.

—Meli, corazón, ¿me permites tantito? —dijo Julian, besándola en la mejilla y levantándose para saludar a Crish. Pero ella apenas procesó sus palabras. Sentía la mirada de Crish como una llama que le quemaba desde la distancia, cada uno de sus sentidos en alerta.

—Ven, hombre, pasa. Déjame presentarte —continuó Julian, sin percibir el cambio de energía que había sumido a Melizsa en un mar de emociones encontradas—. Chicos, él es Christopher. Nos conocimos el otro día por casualidad, y aquí está.

—Solo Crish —corrigió él con una sonrisa torcida, sin apartar sus ojos de ella.

Melizsa sintió un escalofrío subiéndole por la columna. Apretó las manos, intentando ocultar el temblor que había comenzado. Esa mirada... No importaba cuánto tiempo hubiera pasado, seguía siendo la misma: intensa, penetrante, como si pudiera ver cada rincón de ella. Sintió una presión en el pecho, la sensación de estar expuesta, vulnerable.

Sin darse cuenta de la tensión, Julian volvió y la invitó a sentarse de nuevo en su regazo, como si nada hubiera cambiado. Melizsa lo hizo mecánicamente, sus movimientos robóticos mientras su mente se encontraba muy lejos. Cuando Julian le rodeó la cintura con el brazo y dejó su mano descansar en su muslo, sintió la mirada de Crish ardiendo sobre ellos, como si ese simple toque la traicionara.

Toda la noche, el bullicio, las luces y el aroma a alcohol parecían evaporarse, dejando a Melizsa y a Crish en un duelo silencioso que nadie más percibía. Él seguía allí, mirándola, como si esperara que ella rompiera el silencio o el equilibrio.

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