Apenas regresamos del supermercado, mi abuelo hizo que mi mamá y yo nos vendáramos los ojos. Con su ayuda caminamos por toda la entrada de la casa.
—¿Qué está sucediendo, papá? —preguntó mi mamá, un tanto impaciente.
Mientras, mi abuelo me hizo girar para dar un par de pasos. Si no estaba mal, deberíamos estar en la sala.
—Espera y verás. —Sentí cómo la venda empezaba a aflojarse a causa de mi abuelo. Estaba calmada y un poco divertida por saber que estaba tramando—. No abran los ojos hasta que se los ordene.
Esperé unos segundos más en completo silencio hasta que escuché una vez más su voz. —Listo, ábranlos.
—¡Bienvenidas! —gritaron todos los que estaban presentes.
Detrás de ellos había un cartel con todos en forma de caricatura, dándonos la bienvenida. Me reí cuando me di cuenta de que mi abuelo, Ren y Leo tenían los mismos rayones que tenían en la tienda de arte hace una semana.
Ellos habían aprovechado nuestra salida para adornar la casa con globos y serpentinas de varios colores. Habían personas que no conocía, pero por la reacción de mi mamá que fue abrazarlos, podía decir que eran sus amigos de la infancia.
El primero en separarse fue un hombre alto, de tez morena y una sonrisa que era muy parecida a la de Ren. Él limpió una lágrima que se le escapaba de los ojos a mi mamá.
Junto a ellos estaba otro hombre que solo miraba la escena con una sonrisa mientras cargaba a uno de sus hijos. Por lo que sabía, los padres de Ren habían adoptado a dos pequeños mellizos, una niña y un niño, los cuales se volvieron la adoración de la familia Castelo.
Eran pocas personas las que nos acompañaban, no rebasaba de las quince personas incluidas, Abby, su hermana y su novio. Todos pasamos una tarde entre risas y conversaciones amenas donde estaban recordando viejos tiempos de cuando mi mamá estuvo con sus amigos, lástima que el señor Díaz, el padre de Abby, no pudo asistir por estar de viaje.
Después de un tiempo, me levanté de mi asiento y fui por algo de beber. Desde la cocina pude escuchar la plática que tenían en la sala. Me daba gusto que mi mamá sonriera, eso significaba que era feliz y eso fue lo que necesitaba para saber que mudarnos a Amston fue la decisión correcta.
Las primeras semanas fueron un desastre con la mudanza y remodelaciones, que era pintar cuartos, romper y tirar algunas cosas viejas, pero ahora que todo se había estabilizado, podía sentir que la tranquilidad estaba recorriendo mi cuerpo.
—Pensé que te habías fugado —dijo Leo recargándose en la barra de la cocina y agarrando uno de los brownies que trajo su mamá.
—Solo estaba tomando mi tiempo para admirar las cosas buenas de la vida.
—Me alegra que pienses así, hay muchas cosas de las que solo en Amston podrás vivir y que te puedo mostrar.
—Veo que te quieres tomar en serio ser mi guía turístico.
—Estas dos semanas fueron de calentamiento, las que siguen las recordarás por el resto de tu vida. —Guiñó el ojo y me sonrió con seguridad.
Su forma de ser, aunque al principio me hacía sentir incómoda, ahora la agradecía porque era lo que a mí me faltaba para poder adaptarme en un mundo que solo mi mamá conocía.
—Estás haciendo que ponga muchas expectativas en tus palabras —le dije mientras me robaba un pedazo de su brownie. El sabor semi amargo del postre en conjunto con la textura fue un deleite en mi paladar. No me pude resistir y tomé uno propio.
—Eso suena a un reto, Tamara Ferrer.
—Tal vez lo sea.
—Acepto, pero primero. —Me tomo de los hombros y me alejo de la barra de la cocina—. Debemos hacer preparativos.
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🚫 No me conoces 🚫
RomanceUna traición hizo que Tamara Ferrer tuviera que reconstruir su vida al lado de su madre, lo que las hizo mudarse a Amston, una ciudad que guarda viejos y nuevos amigos. Mara tendrá que adaptarse a la universidad, conocer a más personas, salir de su...