VIII

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Estaba en ese estado aletargado entre la soñolencia y la vigilia, donde es difícil saber si has despertado o simplemente has pasado a otro nivel entre sueños, incapaz de moverse o siquiera abrir los ojos. Perdió el sentido de tiempo y espacio. Había ruido, sin embargo, no le era molesto; era como el sonido de las voces provenientes de un televisor encendido en otra habitación. Pero no era la televisión, por su puesto, las voces le resultaban demasiado familiares. De pronto, éstas se escucharon más lejanas. ¿Ahogadas? ¿Alguien ha tirado la tv bajo el agua?

Sin más, se hizo el silencio, y él volvió a dormir profundo.






Cuando Pedro despertó no encontró otra cosa, que más silencio.

Estaba solo en la suite del hotel donde se había hospedado con su familia, arropado cuidadosamente en la cama y vistiendo únicamente su ropa interior. Al percatarse, ruborizado se levantó y apresuró a vestirse, no era propio de un príncipe dormir con tan poca ropa, mucho menos estando de visita en otra nación, era etiqueta usar siempre un pijama, o al menos eso es lo que le había dicho su madre.

¿Por qué estaría en paños menores? Más extraño aún, sentía la piel y el cabello fresco como si hubiese tomado un baño justo antes de irse a dormir. Eso sin mencionar la nula sensación de cansancio que lleva consigo una noche de desvelo, se sentía descansado, como si hubiese despertado de un largo periodo de hibernación.

Al acercarse al closet, pudo ver un conjunto de ropa casual que le había sido preparado: pantalón de gabardina, camisa de manga larga, un chaleco jersey tejido y zapatillas deportivas. Todo indicaba que alguien empacó ya las maletas y se había llevado lo demás.

Miró con desdén la ropa, detestaba los chalecos tejidos, sentía que desentonaban terriblemente en él, como una especie de disfraz de "chico-bueno", pero no estaba en posición de ponerse caprichoso y tampoco es que hubiese alguien con quien quejarse. Ni hablar, tomó las prendas y comenzó a alistarse.

Por las cortinas se colaban los rayos del sol, no eran las primeras horas de la mañana, pero tampoco debía ser demasiado tarde. Su familia debía regresar a México antes del mediodía, no le habrían abandonado en Brasil. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué ni siquiera Itzel le había esperado en la habitación?

Oh no... Itzel.

De pronto su mente comenzó a recordar momentos de la noche anterior, había visto a su hermana en el balcón, sabía que no fue un sueño, no podía engañarse así mismo de esa manera. Poco a poco comenzó a entrar en pánico, las bochornosas imágenes de lo sucedido regresaban a él rápidamente una tras otra. En verdad abrazó a Alfred F. Jones, se le colgó al cuello para ser exactos, e incluso estuvo a punto de besarse con él. Sintió el rostro caliente de la vergüenza. Recordó una melodía, un aroma y luego nada; en algún punto de la madrugada perdió el conocimiento.

¿Qué fue lo que sucedió después? ¿Cómo llegó a su habitación? ¿Qué pasó con Alfred? ¿Por qué Itzel estaba tan enfadada?

Ay no, mierda.

Corrió frente al espejo aún sin pantalones y con la camisa a medio abotonar para revisar su cuello, pero la piel estaba intacta, sin ningún rastro de marca o moretón siquiera. Pedro suspiró aliviado y terminó de vestirse tratando de recapitular con calma lo sucedido en la noche.

Intentó omitir lo más posible los momentos en los que dijo estupideces o se le ofreció dócilmente al príncipe Jones. Una mueca amarga se formó en su rostro al rememorar la forma en que le pidió a Alfred que no se alejara de él. Trató de tranquilizarse al pensar que podría fingir demencia o culpar al alcohol por lo sucedido. Era evidente que no estaba en sus 5 sentidos. ¡Él nunca actuaría así!

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⏰ Última actualización: Apr 20 ⏰

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