05 | Tatuajes y curiosidades

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05 | Tatuajes y curiosidades

Emma:

Volver a la realidad se sentía como si hubiese estado flotando en una nube y, de repente, hubiera caído a velocidad vertiginosa contra el suelo.

Lena y yo estuvimos hablando hasta las cuatro de la mañana, cuando sus párpados se cerraron y yo tuve que deshacerme del pijama que me prestó para colocarme uno de sus vaqueros más anchos y una camiseta para ir a trabajar.

A raíz del accidente muchos de los gastos que había en casa se habían disparado por las reparaciones del vehículo y las rehabilitaciones que le debíamos a mi padre. Era muy difícil llevar una casa adelante cuando mi hermano vivía fuera de ella, mi padre trabajaba a jornada reducida por sus lesiones y mi madre era el único sueldo decente en el domicilio.

Yo quería seguir estudiando y terminar la carrera, así que me encargué de deshacerme de un peso monetario importante pagando la matrícula y mis materiales con el dinero de las becas que conseguía cada año —que eran las justas— y, con mi trabajo en la juguetería y paseando perros por las mañanas, pagaba mis sesiones con la psicóloga y otras necesidades.

Pasear a los perros no era una tarea diaria, muchos de los dueños no querían que sus mascotas se acostumbraran a la misma persona por temor a que estos llegaran a querernos a nosotros más que a ellos, por lo que varias de las familias para las que trabajaba tenían diversas cuidadoras y a mí solo me tocaba pasearlos algunas veces en semana.

Había organizado los horarios para empezar por las familias que iban más temprano a trabajar y terminar a las siete y media, horario perfecto para pasar por casa, desayunar e ir a la universidad.

Hoy, la mañana había empezado bien, pero llevaba dos horas despierta y necesitaba mi segundo café del día si no quería quedarme dormida contra una farola, por lo que mi primer objetivo mientras volvía a casa fue hacerme una taza de café.

Quizás no debería haber venido.

—Has vuelto a dormir fuera —analizó mi madre desde el sofá, antes de darle un sorbo a su té—. ¿Qué piensas hacer cuando te lo gastes todo?

Apreté los labios controlando el pinchazo en mi corazón y, con la taza de café apretada contra el pecho, le respondí:

—Solo he dormido en casa de Lena, no tienes de qué preocuparte. Anoche se nos hizo tarde estudiando y me quedé a dormir.

Lena estudiaba derecho, pero eso no impedía que muchas veces quedáramos en su casa o en la biblioteca para motivarnos a estudiar. Ella sí que estaba en su último año, su carrera tenía un año menos de duración que la mía. Había perdido un curso a raíz del accidente porque lo que me pasó le quitaba el sueño por las noches e hizo imposible que se concentrase.

También me culpo por eso.

En realidad, la lista de cosas por las que me arrepentía y me culpaba era extensa.

—Es que no me parece justo que todos estemos pagando el precio de esto menos tú.

—Yo también estoy pagando las consecuencias, mamá.

No podía dormir por las noches, toda mi subsistencia la pagaba paseando perros y con el trabajo en la juguetería los fines de semana y la matrícula de la universidad no había supuesto ningún tipo de problemas para ellos. No podía creer que pensase que era así de egoísta.

—Pues que yo sepa eres la única que lleva una vida normal. Quizás, si tan bien estás, no sea necesario que continues yendo al psicólogo.

—El psicólogo lo pago yo —repliqué, ahora sin ganas de beberme el café—. Y no soy la única que hace un esfuerzo y lleva una vida normal, Griffin sale mil veces más que yo.

El Caos de tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora