14 | La espera del perdón eterno

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14 | La espera del perdón eterno

Koen:

—No.

—Joder, porfi.

—He dicho que no —respondí observándome las uñas, ahora pintadas de negro, antes de que la responsable de maquillaje me obligase a levantar la vista al cielo apoyando su mano en mi barbilla.

Sonrió al comprobar la manera en la que Nicola me observaba, sentado con las piernas cruzadas en el suelo. Este tomó sus dedos entre los míos y empezó a juguetear con ellos ligeramente antes de preguntar:

—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que me prefiera a mí? Sabes que soy gay, jamás podría hacerte eso.

—No juegues con eso —le dije, tratando de no mover mi cabeza ni un milímetro. No quería que el lápiz de ojos terminase dándome de lleno en la retina por mi estupidez. Ya me había pasado en otras ocasiones y podía decir que no había sido una sensación agradable—. Eres el único que lo sabe.

Nicola era la única persona que comprendía la magnitud de mis acciones y decisiones en los últimos años. Enzo no era consciente de lo mucho que le había costado a mi corazón superar la elección de Pandora y la convivencia entorno a ellos. No había querido confesárselo porque la cobardía y el miedo a la disolución de la banda me lo impidieron.

Había tratado de establecer unos límites para el distanciamiento con Pandora, pero no lográbamos estar más de una semana sin vernos, por ello tuve que acostumbrarme a su presencia y a lo que le hacía a mis sentimientos.

Tuve que sufrir en silencio.

Hasta que Nicola me encontró vomitando y llorando en el lavabo de una discoteca. Lo único que le dije cuando fui capaz de estabilizarme fue un «¿por qué a mí? No es justo que nadie me quiera», que dio la voz de alarma al guitarrista. Pasó la noche entera conmigo, asegurándose de que me encontraba bien y escuchando mis problemas.

Me prometió que no se lo contaría a Enzo porque era plenamente consciente de las consecuencias que podía haber para nosotros. El hecho de que el grupo se disolviese era prácticamente imposible, nos conocíamos desde que íbamos al instituto y habíamos pasado por mucho juntos, nuestra historia no permitiría una separación.

Sin embargo, de contarlo el distanciamiento sería inevitable y no podíamos permitírnoslo porque no sabíamos existir el uno sin los otros. Éramos una familia. Yo había crecido sin una, Enzo sin el amor de sus padres y la única fuente de estabilidad de Nicola éramos nosotros dos. No podíamos existir sin los otros porque estábamos intrínsecos en el corazón de todos. Habíamos aprendido a vivir de nuevo gracias a nuestra unidad.

Así que lo mantuvimos en secreto.

La libreta que Nicola usaba para hacer sus ejercicios del psicólogo terminó convirtiéndose en mi confidente y en el intermediario entre Nicola y mi corazón que, abierto en canal, era incapaz de dejar de sentir.

Yo no era un alcohólico que no podía vivir sin la fiesta.

No era más que un corazón abierto y sangrante en búsqueda de aguja e hilo o de una tirita que me curase la herida y evitase que esta siguiera sangrando.

—Lo sé. Perdona. A veces se me olvida que todavía te duele.

A raíz del rechazo de Pandora había tenido muchos problemas de autoestima. No dejaba de preguntarme cuáles eran mis carencias o qué era precisamente lo que la había llevado a preferir a Enzo antes que a mí. Nuestro amor no se desarrolló en las circunstancias adecuadas, pero aquello no significaba que no estuviéramos hechos el uno para el otro.

El Caos de tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora