18 | Tu hogar, la hostilidad y la seguridad
Emma:
Una semana en casa de Koen me había enseñado dónde escondía los relajantes musculares.
La primera noche que pasé en su casa no fue necesario porque el vacío emocional y la exhaustividad me habían llevado a caer rendida en su cama nada más sentarme en ella. Con el paso de los días, sin embargo, dormir se me hizo más complicado.
Solo habían pasado siete días desde lo ocurrido con el banco, pero parecía que el año estaba a punto de terminar. Mi noción del tiempo había desaparecido a medida que pasaban los días y no había nada que pudiera hacer para recuperarla.
Cansada de no poder dormir y de pasarme las noches muerta de la preocupación, comencé a dar vueltas por la casa del pelinegro hasta encontrar el armario donde guardaba las medicinas y dar con lo que hacía tiempo llevaba buscando por necesidad.
Pasé el resto de la semana durmiendo, incapaz de distinguir la diferencia entre mis sueños y la realidad e ignorando las llamadas de mi mejor amiga y del batería.
«—Hey, perdona por no haberte descolgado ayer. No te imaginas la noche que he tenido.
—¿Dónde estabas?
—Con Pandora. No estaba pasando buena noche, se quedó a dormir».
Aquellas palabras no podían haberme dolido menos, pero, como no éramos nada y no tenía derecho a reclamarle en absoluto, solo pude contener mi enfado y mis celos colgándole. Tenía problemas más graves que atender y gestionar mis celos no era un problema mayor, sobre todo después de haberme aclarado su situación emocional con Pandora.
Quizás, que no me descolgase había sido obra del destino, que me había mandado una señal para no contarle nada acerca de mis deslices y problemas monetarios. Tampoco era que quisiera su ayuda, solo su consuelo, que me dijera que había solución porque yo no la veía y necesitaba hacerlo.
Koen, sin embargo, no se rendía. No había día que no me llamase, a pesar de no recibir respuesta alguna por mi parte. A mí no me quedó más remedio que agradecer el hecho de que no tuviera manera de comprobar sus cámaras de seguridad ahora que estaba en Roma. También que las grabaciones de sus cámaras fueran gestionadas por sus seguratas, que me habían visto pasar horas en su casa con anterioridad y no consideraban mi presencia como algo anormal.
Podría haberme marchado a casa de mi mejor amiga, pero no podía pedirle tanta hospitalidad a sus padres por mucho que los quisiese. No tenían por qué hacerse cargo de mí cuando ni siquiera éramos familia y yo podía terminar estorbándoles con mis desastres y mis problemas.
Así que, me pasé la semana entera viviendo en la casa del pelinegro y explorando cada rincón y esquina de su casa, como una ladrona en busca de su bien más preciado.
Descubrí que no solo tenía una batería, sino que había una segunda en una sala insonorizada en el ala izquierda de la planta superior de su casa y una piscina en el jardín. Examiné cada una de las estanterías de su casa, llenas de fotos y caracterizadas por la ausencia de libros, a excepción del que se había llevado de mi cuarto un mes y medio atrás.
También me descubrí que tenía un gimnasio en su casa y un garaje que no utilizaba porque vivía en un barrio residencial y compartía urbanización con vecinos igual o incluso más afamados que él que no le rallarían el coche ni en mil años luz.
Muchas emociones distintas me habían abordado el pensamiento y el pecho con el paso de los días, pero, además de la indignación y el desconsuelo, lo que más llegué a sentir fue el odio por tener que refugiarme en la ropa de Koen y en su colonia cuando mis celos me estaban consumiendo viva y mis problemas no hacían más que ir en aumento.
ESTÁS LEYENDO
El Caos de tu Mirada
Romantik"Cuando era pequeño me obsesionaban los agujeros negros. No entendía su funcionamiento, aquel era el motivo por el que me gustaban. Cuando crecí me di cuenta de que mi interés por ellos venía determinado por las similitudes que compartíamos. Por la...