Sara. Scort de lujo.

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Sara. Scort de lujo.

A Sara. Querida lectora, eres la primera persona que conozco y que me confiesa que ha hecho de acompañante, solo por placer. No sabes la de cosas que me han pasado por la mente...

Se acaba de declarar un incendio en la 343 del hotel Meridien en Barcelona. Podía haberse previsto, porque las señales eran claras desde hace semanas.

Sara, llevaba al menos tres semanas así. En Niza casi cede y en Oslo le costó un esfuerzo inhumano no caer. Después tuvo una semana completa de descanso en su casa y todo se calmó bastante, pero nada más retomar el trabajo la cosa empeoró por momentos. El primer vuelo a París, ya fue un tormento, sentada al lado de Jack, aquel maduro de NY, que tan grata conversación le daba. La noche en el bar del hotel, tuvo suerte y ningún hombre le gustaba. Pero Barcelona siempre es una trampa mortal.

Sara se puso su límite hace años ya. Dos veces al año, como mucho. Lo ha cumplido, casi siempre. Quitando el año del ascenso a supervisora de equipos y el segundo año como directora de estrategia continental. Esas veces cayó en la tentación con mayor frecuencia. Ella, a sí misma se justifica como una válvula de escape. Su matrimonio con Javier, funciona y los dos son felices. El sexo entre ellos tampoco es malo, que ya es mucho decir, porque llevan juntos más de diez años. Pero este vicio de Sara empezó mucho antes, en la universidad.

Sara necesita dejar salir a su otro yo. Dos veces al año, de pronto un día decide que su vida no es la que es. Se inventa un personaje completamente diferente a ella y lo interpreta como si de un papel en una superproducción, se tratara. Hace lo que su personaje le dicta, sin poner límites. Hoy, al terminar de trabajar en la sede de la empresa, en el paseo de Gracia, ha decidido que ella es Patricia.

Lo primero que ha hecho, ha sido sacar dinero en efectivo. Mil quinientos euros. Ha ido de compras por el paseo consiguiendo cargar al final con tres bolsas de marcas conocidas. Eso no es extraño, pero sí, que oculte su identidad y lo hace para ir metiéndose en su papel. Al llegar al hotel, ha subido a su habitación y se ha cambiado de ropa, poniéndose la que había comprado, se ha maquillado con esmero y ha cogido un taxi hasta el Meridien. En el espejo, se asemaja poco a la chica que era hace una hora, elegante y profesional directiva de una gran empresa. Parece más una actriz o quizá una cabaretera con clase.

Ella nunca se ha hospedado en ese hotel, pero le gusta el bar de ese hotel. En este caso, no es el bar lo que le ha traído aquí, así vestida, es más la clientela de ese bar. Diseminados entre turistas y visitantes de cierto nivel siempre hay otro tipo de clientes. Empresarios, emprendedores y altos ejecutivos de empresas internacionales como la suya, por ejemplo. Hombres y mujeres que muchas de las veces terminan sus jornadas solos, tomando algo y hablando con sus casas antes de ir a descansar.

Sara se ha sentado en una mesa interior , cerca de la pared del fondo y mirando hacia dentro. Ha sido imposible evitar que todo el bar la mirara cuando ha entrado, así vestida. Lleva un precioso vestido azul petróleo con brillos tornasol y escaso de tela, unas medias infinitas y tacones imposibles que moldean sus piernas, afilándolas más aún. Su pequeño y travieso culo ha ido atrayendo las miradas de la clientela, hasta que se ha sentado. Ahora, todo el que la mira, apenas ve su largo y ondulado pelo rubio y su bronceada espalda. Todos menos uno.

El cliente de la mesa contigua a la de Sara, está sentado mirando a la calle, por lo que ella y él, se ven las caras. Todo él que se ha fijado, piensa que lo ha hecho para evitar que le miren,Ě como una forma de expresar su vergüenza por ser el objetivo de todas las miradas. Nada más lejos de la realidad.

Sara, a la vez que entraba, se ha fijado en él. Rápidamente, ha descartado al resto de los clientes y ha ido directamente a sentarse allí. Cuando un camarero he preguntado qué quería tomar, ha pedido Don Perignon. Pero, ¿Por qué ese hombre?.

Él es maduro, poco menos de cincuenta contra los treinta y nueve de Sara. Está casado y con alianza. La de ella ha quedado esperando en el otro hotel. Él estaba hablando por teléfono y por la cara, desde la distancia, ella ha supuesto que lo hacía con un niño muy pequeño por los gestos y la felicidad de su rostro. Después ha hablado con su esposa y esa parte, Sara ha podido escucharla, ya sentada cerca de él.

Sara espera unos instantes. Le mira directamente a los ojos y sus miradas se cruzan. Hay fuego en los ojos de ella. Lleva demasiadas veces ensayándolo. Él no puede evitar que los suyos ardan contagiados y aprovecha a bajar la mirada al escote de ella cuando Sara retira su mirada. Es un segundo, porque cuando vuelve a mirarle, le pilla mirando a sus tetas directamente. Le sonríe. Está perdido.

El resto, es lenguaje universal. Con tan poco, Sara ha conseguido que lo único que le importe ahora mismo a ese hombre, es poseer a esa mujer que se le acaba de insinuar. Él prueba su suerte y abona la consumición de Sara antes de levantarse de la mesa. Al marchar, deja sobre la de Sara una tarjeta. Habitación 343.

Quizá este hombre no haya sido infiel en su vida a su esposa, pero eso da igual. Está bajo los influjos de la atracción más básica que hay. Se dirige al ascensor y espera a que llegue. Casi antes de entrar en él, ve a Sara levantarse de la mesa. Sube al tercer piso y espera. El siguiente ascensor trae su regalo en forma de mujer decidida a darle placer. Los dos entran en la habitación 343.

Sara, de la forma más elegante que nunca ha visto él, se ha quitado los zapatos y las medias sin quitarse el vestido y después los dos se han fundido en un beso apasionado y morboso. Lenguas danzando, pequeños mordiscos y manos que palpan cuerpos. Una bragueta que cede y Sara, que cae de rodillas ante él.

Como buena profesional, le demuestra a él sus dotes de amante entregada. Él la mira sorprendido a los ojos, incapaz de explicarse como unos labios de mujer pueden ofrecer tantísimo placer. La sugiere que pare. Ella se desnuda por completo, dejándose puesta una liga de encaje únicamente. Va hacia la cama y apoya las manos y rodillas en ella, sacando el culo y ofreciéndole a su amante, generosas vistas de un sexo de mujer entregado. Él duda, pero se acerca decidido y la penetra. Aún no han cruzado una palabra, ni falta que hace, pero ella empieza a arengarle con sutiles insinuaciones de su hombría.

En todo momento es ella la que lleva las riendas, pero siempre haciéndole creer a él lo contrario. Sara estira la primera vez cambiando tres veces sus posturas. Primero por detrás, después sobre la cama, él encima y finalmente ella galopándole de la forma más dura que puede hacer eso para ofrecer placer. Con esos engaños, ella ha conseguido correrse al principio una vez, aunque lo ha disimulado. También ha fingido al final, mientras él se corría, fingiendo hacerlo ella. No ha sido la unica vez, han tenido sexo también en la ducha, aunque casi todo oral y ella haciéndoselo a él y la última vez, sobre la mesa de escritorio de la habitación, donde ella ya ha conseguido dos orgasmos no disimulados, antes del de él. Después de esa vez, Sara ha fingido dormirse en la cama y él, ha salido de la habitación. No ha tardado mucho en volver. Han estado bastante tiempo hablando, como si se conocieran de toda la vida.

Él le ha contado que nunca le había sido infiel a su esposa, pero que desde que tuvieron a su hijo, sus relaciones ya no son lo que eran y que cuando ha visto a Sara en el bar, no ha podido no planteárselo. Sara se ha ofrecido para volver a tener sexo, pero él no daba más de sí y le ha pedido que se fuera.

Cuando Sara llega a su hotel, está bastante satisfecha. Le habría gustado mucho tener esa última vez, sexo con ese hombre. La verdad es que ha sido un amante genial, potente y complaciente. Pero lo que más le pone a Sara es la farsa.

Sara, dos veces al año, se permite crear un personaje y hoy, ha sido scort de lujo. Él, cuando ha salido de la habitación, ha ido a sacar dinero para pagar su puta de lujo, sin dejar evidencias en un pago con tarjeta. Dos mil euros que Sara cree bien merecidos. Que ella hubiera pagado más incluso, por vivir lo que ha vivido, no quiere decir que no sepa, que bien podría ganarse la vida como puta de lujo para hombres infelices.

Relatos eróticos breves.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora