Carla Walton.
Llego a casa un poco cansada; el camino de regreso es un poco largo o demasiado para mí. Clarisa vive en la primera villa, Mateo en la segunda, y Aurora en la tercera, dejando una cuarta villa vacía para fiestas o reuniones. Mi esposo; sin embargo, vive en la quinta villa, la más alejada de la primera, siendo el camino de regreso a casa de aproximadamente una hora. En mi caso, es un poco agotador. Todavía estoy débil y deseo quitarme los tacones, tomar un baño y acostarme a descansar hasta mañana, si es posible.
—Vamos a mi despacho.—Lo sigo sin mencionar nada.
Él abre su despacho, mostrando un lugar amplio con tonos negros y dorados, acompañado de algunos detalles en rojo. Es un lugar oscuro; lo único que alumbra son las lámparas de luz tenue, perfectas para leer acurrucado en algún sillón. De no ser por ellas, parecería la cueva de un oso, pero muy lujosa.
—Toma asiento, Carla.—Esto es nuevo; es la primera vez que me llama por mi nombre.
Tomo asiento muy lentamente, como si la silla tuviera lepra o algo altamente contagioso—. ¿Qué deseas decirme?—pregunto de forma muy inocente, ya que no hice nada grave; solo pedí un peinado que no fuera muy apretado.
—Me causa gracia tu inocencia y manera de olvidar las cosas.—dice de forma jocosa—. Desobedeciste una regla.—aclara seriamente, y yo solo me acurruco en mi asiento, tratando de volverme uno con él—. Recuerda que te dije que al llegar a casa hablaríamos de ello.—dice mientras deja un vaso de jugo de pera para mí y se sienta en una esquina de su escritora para seguir regañándome—. Dime, ¿qué hiciste mal?
—Desobedecí una regla.—murmuro al mismo tiempo que bebe un poco de jugo.
—¿Qué regla desobedeciste mi amor?—me pregunta como si fuera una niña pequeña.
—No me peine adecuadamente, pero...—me interrumpe.
—Pero ¿Qué? —pide explicación sorprendentemente muy calmada, significa que se está conteniendo.
—Me dolía la cabeza.—miro el piso esperando saber que va a suceder conmigo hoy.
Suspira, toca el puente de su nariz, y noto que sorpresivamente que medita antes de hablar—. Está bien, pero no puedes hacer lo que te dé la gana.—aclara y toma mi mano y me lleva hacia la habitación tranquilamente. Creo que esta vez gané; puedo usar esta pequeña táctica para hacer pequeñas cosas que no estén permitidas en esta casa. Tal vez debo seguir el consejo de mi suegra, pero no para enamorarlo, eso no está permitido para mí y no es lo que quiere. Puedo usarlo para saber como lograr salir del juego y no volver.
Tardamos unos minutos en llegar a la habitación. Me suelta, cierra la puerta con seguro y se voltea hacia mí—. No se te olvide que cada acción tiene una consecuencia.—dice y yo pienso que cante victoria muy rápido—. Vamos, quítate el vestido.—ordena mientas busca algo en un armario.
Suspiro pesadamente para calmarme y esperar el castigo. Puede ser que sufra o termine con alguna herida física o golpeada sin poder levantarme. Pero recuerdo la conversación con Clarisa, y me tranquiliza saber que no me va a golpear ni agredir de esa forma. Tal vez sea algo diferente o algo pla...
—Sigues con el vestido.—me miro para confirmar lo que dice, ya que no logro recordar lo último que dijo—. Ven.—Solo camino y él me ayuda a quitar el vestido, quedando solo en ropa interior. Me guía hasta la cama y me ayuda acostarme boca abajo.
Solo respiro mientas coloco la mejilla en la almohada, esperando. Sin embargo, siento algo frío sobre mi columna, que huele alcohol y debe ser alcohol. Escucho cómo coloca algunas cosas en una mesa, como si preparara algo. De repente, siento un pinchazo en mi columna vertebral, que poco a poco hace adormecer mi cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. Cierro los ojos, caigo en un profundo sueño, donde lo último que recuerdo es un pequeño dolor en la parte superior de mi espalda.
Un par de horas después, despierto en la misma posición con un pequeño dolor pulsante en mi espalda, que evita que me levante de golpe, así que lo hago muy despacio hasta que logro sentarme en la cama. Camino muy lentamente hasta el espejo, pero no logro ver qué tengo en la espalda. Duele un poco; debo de tener la espalda roja. Este tuvo que ser un castigo, pero ¿qué me hi...?
—¿Te gusto?—dice en forma de saludo cuando abre la puerta.
—Me duele.—es lo que respondo, pero él se acerca, toma un gel de la peinadora y lo aplica en toda la zona con movimientos suaves y calmados, dejándome en el mismo sitio con un pequeño alivio.
Me volteo a ver que hace cuando lo veo buscando un espejo, que me entrega y me ayuda a guiarlo para ver qué tengo en la espalda. En ella tengo algo hermosamente doloroso; me duele. Fue sin mi permiso, pero extrañamente no es algo feo o desagradable. Es hermoso: una rosa que abarca parte de mi espalda en la parte alta, de un tono rojo vibrante como la sangre, acompañado de una oscuridad dada por las hojas en tono negro. Es una rosa viva, pero al mismo tiempo marchita.
—No me gusta.—digo encarándolo muy molesta. Colocar un tatuaje sin mi autorización en mi piel me hace sentir usada de una forma diferente. Me siento como un juguete que fue ultrajado, como una muñeca pintada con crayones, solo porque al dueño no le enseñaron a cuidar lo que tiene, o más bien, lo que le regalan— ¡QUITÁMELO! —grito con molestia mientras busco una bata para cubrir mi cuerpo. Estoy solo en ropa interior desde que me mandó a quitar el vestido y me drogó para hacer eso en mi piel.
—No, fue tu castigo, no se te olvide, mi amor.—Sale como alma que se lleva el diablo, dejándome con una marca en mi piel para siempre, un recordatorio de lo manejable y usable que soy en este mundo.
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Romper el Sistema (Borrador)
Science FictionCarla solo tiene algo claro, ella no desea seguir jugando el juego impuesto por el Lorem. Ella quiere romper el sistema, pero no sabe cómo dejar de ser marioneta de ellos. En este punto ella tiene dos opciones, vivir en la ignorancia o despertar del...