Capítulo 16

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Carla Walton

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Carla Walton.

Aunque era algo que sospechaba y casi tenía confirmado, en el fondo no quería creer que fuera cierto. Me llegué a imaginar que ellos no estarían de acuerdo con el Lorem por separarnos como familia, pero ahora puedo ver que uno nunca termina de conocer del todo a las personas. Aquí está él, deseando ascender en este horrible sistema, sin entender que va a perder más de lo que va a ganar. Tal vez lo próximo que pierda sea a su hija o hijo, enviándolos a un bendito internado, como me pasó a mí, que fui entregada como carne de cañón a este sistema. Ahora entiendo por qué Cristóbal me llevó a comer a un restaurante: era para que viera a mi hermano o para mostrarme como un trofeo de los Walton. Recuerdo que, a los seis años, me subieron a un auto y nunca fueron a visitarme, ni siquiera los domingos, que era el día de visita. No respondieron a mis cartas; fui abandonada como un animal sin valor.

—Amor, toma asiento.—Lo veo mover la silla de madera oscura, adoptando el personaje que sé que no es, pero para no pelear tendré que jugar.

—Gracias, Cris.—digo con dulzura, interpretando mi papel de mujer enamorada, y veo cómo él toma asiento en una silla al lado mío.

Inmediatamente, ese señor que se hace llamar mi hermano, al mirarlo de cerca, me doy cuenta de que su cabello ya no es el de antes; tiene un número significativo de canas. Su rostro luce más cansado y delgado, como si comiera poco, y viste de manera más sobria. Es como si la alegría en su vida hubiera terminado cuando me entregaron. Me mira a los ojos, como observando cuánto he cambiado a lo largo de los años, y luego habla muy calmadamente.

—Carla.—me llama por mi nombre para que le preste atención—. Ella es mi esposa, Alicia Müller.—la señala, y puedo ver que ella también ha sufrido cambios significativos en su físico. Sus ojos verdes no son tan brillantes como los recuerdo; ahora son un verde apagado, y su cabello negro es muy corto, diría que tiene un corte pixie. Su vestimenta es mucho más formal; ya no queda rastro de los estampados florales de aquella vez, aunque, en comparación con Gabriel, ella tiene mejor semblante. Luego pasa a presentarme a quienes deben ser sus hijos—. Ellos son mis hijos, Álvaro y Alma Müller. Son mellizos.—Son jóvenes, de unos dieciocho o diecinueve años, con los mismos ojos vibrantes que tenía su madre antes, como esmeraldas aguamarinas que brillan de felicidad. Álvaro heredó los rasgos libaneses de su madre, pero su piel es de un tono más canela que la mía, y su cabello tiene ondas similares a las de mi madre. Viste un traje oscuro muy elegante para el local en el que estamos. Mientras, su hermana es un poco más clara en cuanto a tono de piel que su hermano; su cabello negro es largo y abundante, acompañado de unas hermosas pestañas y cejas que resaltan sus ojos, lo que combina perfectamente con su vestido color turquesa.

—¿Y Mateo?—pregunto por curiosidad.

—Es un tema delicado, Carla. Creo que es mejor hablarlo en otro momento.—me dice como si yo fuera la niña de seis años que él conocía.

—Si pregunto, es para obtener una respuesta.—lo miro seriamente antes de continuar—. Es lo mínimo que merezco.

Suspira pesadamente, mira a su esposa y luego me mira por unos segundos que parecen eternos antes de hablar con mucha calma.

Romper el Sistema (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora