Carla Walton.
Estamos frente de la casa de mi suegra. Es una casa hermosa, aunque está pintada en la misma gama de tonos que la casa de mi esposo, se siente diferente. Tiene una vibra muy acogedora y se siente muy viva. En cambio, mi casa se siente vacía, fría y oscura.
Él todavía tiene nuestras manos unidas. Tal vez es para que no corra, o para pretender ser una pareja normal, lo cual no somos en ningún sentido. Somos desconocidos jugando a la casita, las marionetas de los niños que juegan. Al final es una cadena sin fin.
Al llegar a la puerta, él entra jalándome para que me apresure al caminar. Solo puedo echar un vistazo de la sala principal antes de ser arrastrada al patio de la casa. La sala tiene tonos sutiles pero vibrantes, cómo una pequeña muestra de valentía entre tantas cadenas. Estos tonos se ven en jarrones, pinturas y rosas de diversos colores que gritan rebeldía.
Al llegar al patio, puedo ver lo mismo en los rosales y flores silvestres que adornan el jardín: lámparas preciosas que deben dar en la noche una luz cálida y amarilla, invitando a acurrucarse en los bellos sillones blancos y negros. Pero lo más hogareño que puedo ver es la mesa familiar en blanco y negro, que da tonos en grises cuando se mezclan los colores. Esta misma está llena de platillos de diversos tonos que llaman a devorar todo lo que hay en ella o tal vez sea el hambre que tengo, debido a que ayer vomité todo lo que ingerí.
—Deja de parecer muerta de hambre.—dice en mi oído, apretando mi mano—. Vamos, mi madre debe... —La busca con la mirada, pero no la encuentra, hasta que por la puerta sale una señora preciosa, de cabello rojo hasta los hombros, alta, de contextura delgada, con una piel muy cuidada y hermosa, sin ninguna arruga visible en su hermoso rostro que hace juego con sus ojos azules. Estos ojos solo los he visto en ella; debe ser que sus hijos tienen los ojos de su padre, los cuales son muy negros. Ella tiene una risa encantadora que da ganas de reír con ella, fundida en un hermoso vestido negro y unos tacones rojos que hacen resaltar su cabello suelto cobrizo.
—¡MI NIÑO!—grita la señora, haciendo que yo suelte una pequeña risa, que es callada cuando él aprieta mi mano muy fuerte.
—Hola, madre.—dice muy seco y monótono.
—Tiempo sin verte, corazón. Mateo sí viene todos los sábados a comer, pero...—Me observa con una gran sonrisa y me abraza como si me conociera de toda la vida—. Soy Clarisa Mary Walton.—Se presenta amablemente—. Me alegra verte mejor. Sé que estás un poco enferma, te estás recuperando muy bien.—La madre de mi esposo toma mi mano y me lleva a la mesa—. Hice diversos platillos, espero que te gusten. También hice sopa para tu estómago y postre. Pero siéntate, debes tener hambre.—Me empuja a la silla muy suavemente mientras sirve un poco de sopa, pero no estoy segura de que la sopa sea para el desayuno.
—Hice sopa porque ya son casi las once y no has desayunado. Come, querida, ya vengo.—Se va, creo que a buscar a sus hijos, mientras me llevo a la boca una cucharada de sopa que tiene carne con verduras y trozos de queso.
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Romper el Sistema (Borrador)
Science-FictionCarla solo tiene algo claro, ella no desea seguir jugando el juego impuesto por el Lorem. Ella quiere romper el sistema, pero no sabe cómo dejar de ser marioneta de ellos. En este punto ella tiene dos opciones, vivir en la ignorancia o despertar del...