Cuando tenía 4 años tuve mi primer crush, pero a esa edad jamás supe que eso existía, o más bien que se podía. Y menos sobre una chica, siendo también una.
A los 10 me di cuenta que eso no era normal dado a lo que me contó mi madre, pero si no hubiera sido por eso, jamás lo hubiera tomado en cuenta.
Y a los 16, no pude evitar sentir lo que sentía por alguien que ni siquiera sabía si odiaba o quería que fuese mi pareja.
Por eso, prefería odiar antes que amar a una chica. Preferiría alejarme de ella antes que sentir fuertes emociones hacia ella. Preferiría ignorarla antes de que algo suceda entre nosotros. Y preferiría, pero no soy capaz de hacer nada de eso.
—Te estoy hablando, cara de rata —habló mientras se posicionaba en el banco del piano frente a mí—. ¿Vas a tocar o te vas a quedar viendo a la nada?
—¡A tocar! —reaccioné inmediatamente. Tal vez no podía aprender a odiarla por completo en vez de amarla, pero podía intentarlo. Me acerqué hacia mi violín y lo saqué de su estuche, para luego posicionarme a un lado del piano—. ¿Qué quieres tocar?
—La misma que toqué la otra vez, ya que alguien parece ser un experto en ella —sonrió de forma amenazadora.
—Oh, claro que lo soy —respondí, y tan pronto lo hice, tan pronto comencé a tocar la pieza.
No sabría decir las emociones que terminé sintiendo. No sabría decir cómo el corazón parecía estar saliendo de mi pecho. No sabría decir lo hermosa que se veía tocando. No sabría decir el odio que sentía hacia alguien que parecía opacarme al tocar un instrumento demasiado sencillo a comparación del mío. Y no sabría decirlo, porque jamás fui bueno para eso.
La música siguió, las notas musicales se distinguían la una a la otra, y el ritmo mantenía una hermosa melodía.
Si la canción tuviera alguna letra, estaría seguro que ella cantaría hermoso. Si la canción se centrara solo en ella, estaría seguro que arrasaría con todo. Si la canción fuera de amor, estaría seguro que se la dedicaría en algún futuro, porque en este no me permito amarla. No ahora, o nunca.
Tan pronto terminamos, tan pronto escucho aplausos, provenientes de dos personas. Solo a una logré reconocer.
—¡Estuviste increíble, Jay! —gritó Nate, junto a una enorme sonrisa en su rostro—. ¡Tú también, Yaira!
Yaira. Ese era su nombre. Yaira. Que nombre tan exquisito. Yaira. Una palabra común pero que por tanto tiempo buscaba quedarse grabado en mi memoria. Yaira. Un nombre poco común y aun así le parecía familiar a mis labios al momento pronunciarlo.
—¿Yaira? —pregunté, captando la atención de la pelirroja a mi lado.
—Créelo o no, esa soy yo, cara de rata.
—Ahora tengo cara de rata.
—Siempre la tuviste, imbécil —sonrió, y vaya que esa sonrisa me hizo responderle con otra. Y aunque a ella eso no significase nada, a mí significada bastante. Volteó a ver a Nate y a la chica frente a nosotros—. ¿Qué haces con la maestra de música?
Ah.
Maestra de música.
¿Maestra de música?
¡Maestra de música!
—¡Pero es tan joven! —solté sin querer, esperando a que nadie me prestara atención, cuando todos realmente sí lo hicieron—. Ay, perdón, no era mi intención ofender.
—Tan.. imbécil —comentó Yaira. Diablos, no puedo parar de decir su nombre: Yaira, Yaira, Yaira. Había pasado meses tratando de buscar ese nombre y apenas hoy lo conseguí.

ESTÁS LEYENDO
Cada estrella que he dejado que me conozca
Genç KurguLa vida cambiaba de tantas formas, tantas que no alcanzamos a enumerarlas todas, pero siempre tenían que pasar las que nunca parecían ser las correctas para nosotros. Jay, o Jazmin, fue una de esas personas. Una de las tantas personas que ya no sopo...