4|La raíz de todo mal

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Alejandra

Me gustaría decir que tras un largo viaje pude llegar a casa y la encontré abierta porque en la sala mi madre me esperaba, paciente, pero también enojada. Quise poder ver a mi padre asomarse por el pasillo para confirmar que había llegado bien, pero así mismo verlo darse vuelta en silencio, planeando todas las cosas que me diría al amanecer. Nada se me antojaba más que cruzarles al lado y correr a mi habitación, guardando las explicaciones y lágrimas para el día siguiente, donde con algo de suerte y voluntad podría liberar todos los secretos que estaba guardando.

Quisiera poder decirles, de verdad que lo quisiera...

Me preparé una taza bien cargada de café y ante la miseria, acompañarlo con pan resultaba ser un lujo. Tras más de dos semanas pagando una habitación de hotel, mucho había sobrevivido con tan poco. Hubiese deseado aguantar un poco más, en lo que se calmaban las aguas, pero todas las circunstancias me estaban orillando a casa, a ofrecer una disculpa y ocupar mi habitación como si nada hubiera pasado. Aquel era un fuerte golpe al ego, uno que, al menos en ese instante, no tenía planeado afrontar.

El ruido proveniente de la habitación de al lado me hizo pegar un brinco, ante el miedo de que mis vecinos temporales rompieran también la pared. Mi cuenta de ahorro estaba en cero y cada vez crecía más el interés de las de crédito; por más que lo quisiera, no podía permitirme un hotel decente. Había entrado a ese por una noche que al final se convirtió en dos semanas, unas en las que normalicé las filtraciones y celebré como si fuera algo del otro mundo que tras un día sin pagar aún no me habían ido a echar.

San Isidro, ¡qué lejos estaba!

Salí al balcón, el único lugar en el que no tenía oportunidad de pensar en toda la miseria que me rodeaba. Me senté en la silla de plástico que por consideración en la gerencia me cedieron, y cuando creí que me reflexionaría en la grandiosa noche que tuve mientras observaba los autos pasar a gran velocidad por la avenida, la lluvia me hizo entrar.

«Alejandra, ¡qué bajo has caído!» Casi pude escuchar la voz de mi madre.

❦❦❦

A la mañana siguiente, y tras una larga noche sin dormir por la gotera que caía en la cabecera de mi cama, creí que era el momento de desplegar las alas y volar, así que, sin pensarlo mucho, guardé mis documentos y los tres únicos vestidos con los que me aventuré a mi viaje. Me puse uno de los cortos, las botas militar y mi sombrero. Entonces, y con el rabo entre las patas, me animé a buscar ayuda donde la única persona que se compadecía de mí.

—¿Qué se cuenta, guachi? —saludé desde que llegué a la acera.

—Todo bajo control, Alejandra. Tiempo sin verte —sonrió, tan amable como siempre.

Me pegó el aire frío y una recepción llena de excentricidades, y al fondo, una de las mujeres que más me odiaba.

—Está en cirugía —dijo cuando vio que me encaminaba derecho al pasillo, sin despegar la mirada de su Mac.

Retrocedí dos pasos y clavé mi mirada en ella, en un vano intento de intimidarle.

—¿En cuánto sale?

—Recién comienza.

Siempre creí que algo debió decir Priscila para que su secretaria actuara de tal manera, porque por más que queramos hacernos de la vista gorda, a la familia de tus jefes nunca les vas a tratar como si fueran unos extraños más, y mucho menos mal.

Me acerqué a la cafetera y me serví café como desayuno. Regresé a la realidad cuando una hora más tarde vi salir a paso lento a la paciente. Y, detrás de ella, mi hermana mayor hizo acto de presencia. Ella era una mujer de carácter, de esas que no puedes ignorar cuando entra a una sala repleta de gente importante, porque de una manera u otra, consigue destacar más que cualquiera. Ante los demás hablaba poco y lo necesario, pulcra y siempre a la vanguardia. Recta en apariencia, pero el alma más noble de la familia González.

Anhelos de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora