13| Un paso más cerca de las estrellas

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Eran las nueve de la noche cuando recibí unas llamadas que por la insistencia de la persona parecía ser un asunto de vida o muerte. Estaba ayudando a Priscila en la cocina cuando con las manos mojadas decidí tomar el teléfono y hablar, con cierto grado de pereza.

—¿Santiago? ¿Cómo conseguiste mi número?

Al escuchar el nombre de alguien del sexo opuesto, Priscila dejó de lado lo que estaba haciendo y se concentró en mí.

—No me preguntes, que me resulta increíble incluso a mí —me dijo.

—No te gustan las incógnitas, así que no lo hagas tampoco conmigo —ataqué.

Estaba asustada, era evidente. Sabía muy bien que las mentiras tienen patas cortas, pero me resultaba increíble que con lo cuidadosa que fui en todo momento, él supiera más de lo que debería.

—¿Recuerdas cuándo en el museo hablábamos sobre las casualidades?

Abrí los ojos de par en par y Priscila imitó mi acción. A él se le escuchaba relajado, mientras mi voz evidenciaba todo lo contrario.

—¿Y?

—Pues... —Divagó un poco—. He encontrado un recibo de envío de unos medicamentos. ¡Te lo juro! Fue una simple casualidad.

Aparté el celular de mí con ambas manos, mientras con cara de desconsuelo me concentré en mi hermana. ¿Cómo pude ser tan descuidada?

—¿Alejandra?

—S-sí, sí, estoy aquí.

Escuché silencio del otro lado. Se mantuvo así por dos largos e incómodos segundos.

—Tengo vino suficiente para dos y media tabla de quesos. Luan no está aquí. —Le escuché sorber por la nariz—. Pensé en llamarte para ver si podíamos compartir la noche.

Priscila brincaba de un lado a otro con euforia. Cuando mi padre entró a la cocina y la miró, no hice más que negar con la cabeza y pedirle con una seña que hiciera silencio. Levantó ambas manos al aire y salió de espaldas de la cocina, evidenciando que captó bien la indirecta.

—B-bueno, ¿no te parece que está un poco tarde?

—¿Hace falta que vaya a buscarte?

—No, no hace falta —interrumpió Priscila—. Yo la llevaré en unos minutos.

Hubo silencio del otro lado mientras yo no dejaba de asesinar a mi hermana con la mirada.

—¿Eres la roomie de Alé?

—No, soy su hermana.

—¡Vaya! Qué buena casualidad.

¿Es lógico creer que hay caminos destinados a cruzarse? Es decir, ¿es eso posible? ¿Pudiera ser que, aun yéndome de país o evitando los lugares que él frecuentaba, yo siguiera encontrándomelo incluso en los sitios más inesperados?

Estuve pensando en eso todo el camino: cuando me subí al auto, en los semáforos, frente a la torre residencial, y ya estando en el piso. Pensaba en los peligros de forjar una amistad con él, pero también en mi poca, por no decir nula, inteligencia emocional.

Creo que en el momento que le vi, con un apartamento completamente a oscuras, donde la única luz era la de la cocina, sentí un miedo paralizante. Tenía una de sus manos dentro del bolsillo de su pantalón de vestir, una copa de vino en la otra y la camisa por fuera y con ciertos aires de descuido. Pero lo que no pude pasar por alto es que era la primera vez que lo veía fuera de la pantalla con su largo cabello castaño despeinado.

Anhelos de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora