Pocos años de vida desde el diagnóstico, lo que significa que ya llevaba casi un año de aparente vida "normal". Era una enfermedad que se fue cociendo de a poco en su interior, sin que ella o cualquiera a su alrededor se diera cuenta. Joven, demasiado joven. Dos a cinco años de vida desde el diagnóstico.
Comenzó con una pequeña e imperceptible debilidad en las manos, una que achacó a que el día anterior había ayudado a su hermana con las compras de los muebles para el consultorio. Creyó estar cansada, que al dormir una jornada completa de ocho horas se recuperaría. Pero no fue así.
Semanas después aparecieron los calambres, el tartamudeo y, cómo no, los movimientos involuntarios. Poco a poco se fue convirtiendo en una mujer débil, pero aún tenía el don de disimularlo. Aun así, lo peor no había llegado.
Se esperaba que su mal se extendiera en todo el cuerpo, a tal punto de no poder controlarse a sí misma. Se desgastaría, no podría ni siquiera hablar, o acciones tan básicas como tragar y respirar. Al final de aquel oscuro túnel, paciente le esperaba un respirador, una traqueostomía, e incluso una sonda de gastrostomía, para que pueda alimentarse.
Quedaría encerrada en su cuerpo, pero siendo consciente de todo lo que ocurre a su alrededor, y las vidas que inevitablemente seguirán su curso.
—¿Qué piensas?
Levanté la cabeza y me concentré en Zara. Estaba sentada en la cama, con un libro de medicina en las piernas.
—¿En cómo pude ser tan estúpido como para no darme cuenta de lo que estaba sucediendo?
El libro que estaba leyendo impactó con fuerza la pared, y el agua de la pecera se movió de un lado a otro.
—Tranquilízate. Con rabia no solucionarás nada. —Zara se acercó a mí hasta tomar mis manos—. Sé que no es fácil, pero necesitas tener la mente abierta, para que pienses bien lo que tienes que hacer.
Apoyé la cabeza en su hombro y me quedé concentrado en las ramas del árbol que se movían de un lado a otro frente a su ventana.
—Pero ¿qué se supone que debo hacer?
Se marchó de casa después de confesarme todo lo vivido. Actuó como una cobarde sin remordimiento alguno, pues huyó y me dejó con más dudas que respuestas, acompañadas de un incomprensible deseo de volver a mi ignorancia. Extrañé mi vida minutos atrás, aquellos en los que estaba conforme, pues pensaba que lo suyo no era más que una simple rebeldía, que estaba quemando etapas.
—Tiene esclerosis lateral amiotrófica —le dije a Luan desde que entró al apartamento.
Lo llamé justo después de que Alejandra se marchara, desesperado, y él no dudó en dejar sus tareas en el invernadero para viajar al día siguiente.
—¿Dónde está? —Dejó caer su mochila al suelo y se llevó las manos a la cabeza, preocupado.
Lo miré a los ojos con vergüenza, y tal vez algo de culpa y arrepentimiento.
—¿Qué pasa, Santiago? ¿Dónde está Alejandra?
—Debí detenerla, pero hice todo lo contrario. ¡La dejé ir, Luan!
Sabía qué era la Esclerosis Lateral Amiotrófica, pero estaba tan bloqueado al momento de su confesión que no me acordé. Cuando me dijo que se estaba preparando para una muerte inminente solo me pude concentrar en lo caprichosa que era la vida. Mi mente creó miles de escenarios en segundos, y me ocupé en pensar en ellos en vez de darle una respuesta.
—Perdóname por haberte ocultado algo tan importante. Y quiero que sepas que cuando venda tus cuadros, volveré para compensarte por el buen trato que me diste.
No fui capaz de reaccionar y creo que aquella fue la manera más egoísta en la que pude actuar, porque me concentré en mí mismo, en lo mal que estaría si yo ocupara sus zapatos. Estuve así por mucho rato, hasta que una hora después me vino a la cabeza su nombre y reaccioné. Ya era tarde. No lograría nada saliendo a la calle, porque habían pasado tantos minutos que seguro ya no quedaba rastro de su perfume tropical en el aire.
¿Qué debí hacer? ¿Cómo se supone que tenía que reaccionar?
—Bueno, bueno. —Zara se levantó de la cama y aplaudió en mi cara—. ¡Despierta!
—Sigamos leyendo un rato más, por favor. ¡Preguntémosle a una IA, o algo! No quiero darme por vencido.
Ella se quedó mirándome con las manos en la cintura. No necesité ser adivino para saber lo que me estaba queriendo decir con su incómodo silencio.
—¿Y si no me recibe?
—Te quedas tranquilo porque sabes que lo intentaste, que de verdad no te diste por vencido.
Me quedé estático en la esquina de aquella cama, pensativo, poniendo de mi parte para cambiar el chip.
—¿Y si me recibe?
—¿Qué piensas hacer si lo hace?
Levanté una mano y enumeré con los dedos, aunque las ideas que pasaban por mi mente eran difusas, absurdas y poco realistas.
—¿Sabes qué es lo que más odio de las novelas de romance? —preguntó mientras se acercaba a su pequeña biblioteca y señalaba sus libros—. El drama innecesario. Ojalá supieras la cantidad de separaciones y discusiones que nos ahorraríamos si tan solo habláramos las cosas.
Me levanté para pararme frente a la pecera. No observaba los peces ni tampoco el agua, estaba concentrado en algo más allá.
—De haber hablado las cosas oportunamente mi madre estaría viva. Ella y Gerald no hubiesen tenido la necesidad de verse a escondidas, lo que significa que después del concierto ella no habría salido corriendo a su encuentro. —Inspiré profundamente—. En esa realidad alterna mi padre estaba sentado junto a mí, grabándola con una mano porque en la otra tenía un ramo de rosas para ella.
—Tu hermana hubiese estado ahí.
—Claro, pues en esa realidad ella nunca se fue. Que lo malo no fue que se independizara, sino la forma en la que lo hizo. Pero sí, digamos que se casó porque formar una familia siempre fue su sueño. Eso no cambiaría mucho.
Zara se detuvo detrás de mí y con una de sus manos acarició mi espalda.
—Imagina lo mucho que se hubiesen ahorrado si ella les hubiese contado cómo se sentía, o cuáles eran sus planes.
Asentí con lágrimas en los ojos.
—Sí, definitivamente —sonreí—. Entendí a la perfección tu punto.
Me di vuelta y, mientras jugaba con mis dedos, la miré directo a los ojos.
—No hay necesidad de drama innecesario, ¿verdad? Somos adultos, tenemos que hablar como tal.
Ella asintió, llena de confianza. Yo inhalé profundo otra vez.
—Tengo una presentación como artista invitado en dos días, creo que por tu padre ya lo sabrás. —Me acerqué un poco más—. Quiero poder darla y así liberar mi mente de tanta carga. Ya cuando esté más sereno, haré un viaje hasta su casa y hablaremos las cosas. Lo prometo.
Con lágrimas en los ojos Zara se acercó a mí y me fundió en un gran abrazo. Porque ella era así, no importaba que el chico de sus sueños estuviera loco por otra, ella siempre estaría ahí para él.
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Anhelos de un corazón roto
AléatoireSer humanos es un desafío. De niños anhelamos crecer y ver materializados los sueños que nuestra mente inocente era capaz de crear. Pero a la hora de la verdad, en la cruel realidad en la que vivimos, experimentamos de primera mano que no siempre ga...