7| Una melodía poética

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Viernes veintinueve de diciembre y ya me había pasado dos noches en vilo. Traté de no llamar la atención de los que me rodeaban, pero según Luan, mi estado era más que deplorable. De sus palabras no tuve dudas, y más cuando todo con el que nos cruzábamos tenía que darme una mirada de pies a cabeza. De repente, mis piernas dejaron de dar pasos decididos para permitirse flaquear. Lo hicieron en el peor de los momentos, mientras caminábamos hasta la sala de presentaciones para realizar la que marcaría nuestro triunfo, o la derrota.

Estuve absorto en mis pensamientos hasta que sentí que me tomaron de los hombros y me pegaron a la pared con brusquedad. No sé qué me ocurría en el momento, solo que cuando trataba de mirarle la cara a Luan, la luz que se colaba al pasillo me dejaba ciego.

—No puedes tocar así —sentenció él.

—Claro que puedo. No me limites.

Intenté seguir mi camino porque sentía miradas sobre nosotros, pero él me detuvo otra vez.

—Estoy seguro de que nos darán un chance para la próxima semana. Por tu estado, estoy convencido de que nos entenderán.

En ese momento entorné los ojos y pude observar mejor su silueta, o más bien, un traje negro que interpreté que era él.

—¿Cuántos calmantes has tomado? —soltó su gran duda.

—Ya no importa.

—Responde mi pregunta, Santiago.

Agaché la cabeza y lo pensé un poco. Sentí un dolor punzante que no me permitía recordar casi nada.

—Solo tengo claro que los he estado tomando desde ayer.

Él se llevó las manos a la cabeza y se paseó de un lado a otro, preocupado.

—Si pedimos prórroga nos entenderán, pero si entramos allí y hacemos un desastre, nos van a descalificar y tu carrera puede correr peligro. No estoy minimizando cómo te sientes, es solo que creo que a sabiendas de la presentación tan importante que tenemos hoy, mínimo debiste haberte mantenido despierto.

Estaba en lo cierto, por lo que no tenía derecho a refutar. Además, ir y hacer un desastre pondría en riesgo mi carrera artística. Todos tendrían sus ojos puestos en mí, algunos tratando de ver si era tan bueno como se decía, y otros deseando verme fallar.

—Confía en mí.

—Créeme, lo hago. Pero no me quiero arriesgar en un momento tan decisivo como este... Y puede que sí, que al final resultes elegido, pues a fin de cuentas fuiste hijo de una directora de orquesta y eres muy sobresaliente en el mundillo. Pero ¿no te has puesto a pensar en dónde quedaré yo si hacemos un desastre?

Estuvo a punto de decir algo más, cuando la figura de Zara se interpuso entre nosotros y nos interrumpió.

—Santiago, te estuve buscando y nadie sabía nada de ti. ¿Dónde te metes?

Vi que detrás de ella Luan puso los ojos en blanco, pero se apartó para darnos nuestro espacio.

—No le he estado huyendo a tu padre, espero que sepas eso. Es solo que he estado teniendo unos días muy difíciles.

Con sus brazos me rodeó, pero sin que yo se lo pidiera o el momento lo necesitara, unió sus labios con los míos. Aquel acto fue tan innecesario como la charla que me daba Luan, solo que en el caso de ella, me molestó que no respetara el proceso por el que estaba pasando.

—La audición de tu grupo es hoy, ¿no? —dijo mientras se alejaba de mí, apenada.

—Sí, pero... —comenzó Luan.

Anhelos de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora