Capítulo I

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Era casi media noche, una fiesta se encontraba en pleno apogeo, un joven se aleja del barullo, sin darse cuenta que es seguido por su padre, el ahora Duque de Grandchester y otra persona desconocida para ambos, del que no se dieron cuenta ninguna de los dos.

- ¿Pasa algo? – cuestionó el Duque.

- No, nada – sonríe como si no supiera de lo que le hablaba, cuando ocurría totalmente lo contrario.

- Entonces ¿por qué estás en esta habitación? – preguntó Richard a su hijo.

- No quiero hablar con nadie, ¿puedes dejarme solo? – pidió Terry mirando hacia algún lugar del jardín.

- Sí claro, pero tú sabes que sólo ya estás – comenzando a reír al mismo tiempo que le daba una mirada reprobatoria.

- Padre, espero que pueda dejarme sólo unos minutos – pidió el castaño encarecidamente.

- Y yo espero que no te tardes demasiado en darte cuenta de que la amas – dijo esto Richard volteándose para retirarse de ahí.

- ¿Qué quieres decir con eso? – le cuestionó un tanto intrigado.

- Que el Señor Andrew no quiere que cortejes a su prima – le soltó comenzando a sonreír en demasía.

- ¿Su prima? ¡Pero si la ve muy indecentemente como para ser su prima! – vociferó en tono alto.

- Bueno, creo que aquí hay una confusión, el señor Andrew tiene casi un gemelo – agregó el mientras caminaba a la licorera.

- ¿Qué quiere decir con eso? – preguntó extrañado.

- Que seguramente al que has visto mirarla con amor no es a Albert Andrew – soltó llano y sencillo.

- ¡Ah no! Y entonces quién es ese rubiecillo que siempre la abraza, la besa en los labios y la mira con deseo – Terry totalmente fuera de sí estrelló su saco en el respaldo de la silla.

- No creo que realmente quieras saberlo – responde otro hombre detrás del duque, a lo que los castaños voltean a ver, sorprendidos por la intromisión.

- ¿Quién demonios es usted? – cuestiona Terry cargado de cólera por su intromisión.

- Señor Andley, ¿cómo ha estado? – le pregunta al rubio mientras forma una sonrisa divertida al ver la actitud de su vástago.

- Le he preguntado ¿quién es usted? – increpó Terry.

- Mi amor ¿dónde estás? – se oyó una dulce voz llamando al hombre de sus sueños.

- Esto es inconcebible, señor Albert, cree que es correcto, su prima y usted, ni siquiera puedo nombrarlo... - se detuvo cuando oyó nuevamente una lejana voz llamando a alguien.

- ¿Anthony andas por aquí? – cuestionó la voz cantarina

- Sí, soy un Andley, pero mi nombre no es Albert, soy Anthony... el prometido de Candice – informó el rubio volteando para encontrarse con la dulce sonrisa de su prometida.

- Ay mi amor, ¿cómo estás? Ohhh, espero no haber interrumpido, nos vamos mi amor – le jaló de la manga del traje ignorando al joven castaño.

- Por supuesto y por cierto, feliz velada. Candy – la llamó después de dedicarles una feliz noche a los castaños, los cuales no salían de su asombro.

- Dime – volteó ella cuando la tomaba de la cintura.

- Sabes ¿dónde está Albert? – le cuestionó mientras ella le tomaba la mano con la que la tenía sujetada.

- Fue por los abrigos, dijo que nos esperaría en la puerta de entrada – le informó a su prometida.

- Bueno, entonces vámonos, es tarde y usted señorita tiene que dormir para su guardia de mañana – abandonaron la fiesta mientras en aquella habitación sucedía otro percance.

- Maldita sea, papá ¿tú sabías eso? – le preguntó señalando el descubrimiento.

- No, es una sorpresa para mí también, no sabía que Anthony Andley fuera rubio, ¡qué confusión! – sonreía divertido ante el rostro aun asombrado de su hijo Terrence.

- No me refería al nombre de ese...ni al parentesco...acaso no lo ves. Está comprometida... - lo gritó tan fuerte que era imposible no escucharlo.

- Por supuesto, me he dado cuenta, pero aún no está casada, si me hubieras hecho caso cuando la conociste, pero ah no, eres un terco – dijo caminando hacía la licorera para servirse otro trago.

- Sí lo sé, pero ahora debo actuar rápido – confesó uno de sus movimientos.

- Rapidísimo diría yo, pues que estuviste haciendo cuando te la presente – cuestionó su padre rápidamente.

- Muy sencillo, quise hablar con ella, pero no me lo permitió – confesó a medias. Terrence confiesa, primero hablaste de ella sin conocerla, luego la insultaste y después te reíste de su familia sin el mayor de los recatos, creo que eso es todo – hizo una lista de esas tonterías. Por supuesto, todo esto sin darte cuenta que en realidad desde el mismo momento en el que la conociste ya te habías enamorado de ella, así o más engreído...

- En realidad Terrence, me preocupas, más bien pienso que fuiste un engreído... - casualidad o su padre le adivinaba el pensamiento. Tendré que ayudarte nuevamente, pero esta vez espero que arregles tus diferencias con ella o me veré en la necesidad de relevarte de tu cargo en ese negocio – le advirtió él sin reparos retirándose de ahí y dejando a Terry completamente sólo, como el frío que sintió cuando ella lo abandonó en aquel sendero.

Continuará...

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora