Capítulo II

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Terry molesto recogió su saco y comenzó caminar hacia un pasadizo que lo conducía hasta el camino fuera de su propiedad, al menos tenía que verla a lo lejos. Corrió hasta su destino y mientras lo hacía, recordó.

Inicio del flash back

- ¿Pasa algo papá? Te veo incómodo desde hace unos días – cuestionó Terry cuando lo vio sentarse en el comedor para desayunar como cada mañana.

- Sí, hace unos minutos nos informaron del fallecimiento de un gran amigo mío, bueno de hecho era amigo de tu abuelo – sonrió al recordar que él no podía tener a un amigo tan anciano.

- ¿Cuál de todos? – dijo sarcástico.

- El más importante hombre de negocios de Chicago, William Andley – rememoró ese nombre que alrededor de su vida había escuchado incansablemente.

- William An... ¿el Patriarca de la Banca? – refirió Terry, alzando una ceja.

- El mismo, George Johnson me avisó que se me requiere en la lectura del testamento el día de mañana – le comentó a su hijo.

- Ese señor ¿te dejó algo? – se burló por tal acontecimiento.

- Pues mi padre me comentó algo sobre un negocio que ellos tenían, pero que debían legar conforme pasaban las generaciones, en realidad creo que es un contrato perpetuo – comentó mientras recordaba lo que unos años antes su padre le había dicho.

- ¿Aún hay de eso? – pregunto extrañado.

- En nuestras familias sí, así que mañana te espero en esta dirección, no llegues tarde – le dio una dirección y comenzó a caminar lentamente hacia la salida.

- No voy a ir – le avisó su vástago.

- No te estoy pidiendo tu opinión, si no llegas me vas a conocer – por lo visto tendría que amenazarlo siempre que le pedía un favor.

- Padre, no tengo cinco años – reclamo el castaño.

- Pues espero que no quieras que te trate como uno – le advirtió y siguió su camino.

- Por supuesto señor – se levantó dando un portazo, lo cual a Richard ni caso le hizo.

Terry salió furioso de la mansión Grandchester dirigiéndose con la chica en turno, una conquista demasiado fácil de atender ya que apenas y tenían tiempo para discutir de otra cosa que no fuera intimar con ella, paso ahí toda la tarde y parte de la noche. Muy entrada la madrugada, se alistó, se dirigió a la mansión y al llegar a su habitación se tumbó en su cama quedándose profundamente dormido.

Muy de mañana la mucama lo despertó y enfurruñado se metió a bañar, saliendo unos minutos después y vistiéndose entre un trozo de pan y algunos sorbos de café, se asomó al espejo y salió corriendo hacía donde sería la lectura del testamento de Lord William Andley.

A ella le parecía el día más triste de su vida, se encontraba recargada en la cornisa de su recamara cuando oyó como a lo lejos la llamaban, pero una gruesa lágrima caía en ese momento de sus ojos, la cual fue limpiada por un suave dedo índice.

- ¿Aun llorando? - Le preguntó un rubio mientras la abrazaba.

- Albert, ¿cómo voy a vivir sin él? – rebatió ella.

- Lo haremos todos juntos, te ayudaré a que te sientas bien, te lo aseguro – le dijo dándole un beso en la coronilla.

- Joven William, el abogado ha llegado – le informó George, admirando el rostro acongojado de Candy.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora