Capítulo XI

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Después del desayuno, siguió una sesión de yoga, le ayudaría a Candy a controlar los sentimientos que hasta ese momento había acumulado. Después de un rato, Albert le tomó la mano.

- Ya casi no se ven – dijo como si nada observándola.

- Sí, han mejorado demasiado, Albert – lo llamó como si nada.

- Dime, aun te duelen? – cuestionó el rubio viéndole el perfil.

- Eso no es nada, me he preguntado desde cuando Anthony siquiera pensó eso que dijo – soltó retirando la mano de las de Albert, como si las escondiera.

- ¿Qué te dijo Anthony? – preguntó l rubio contrariado.

- Perdió la cabeza Albert, me acusa de no ser virgen, quiero decir ¿qué importa eso? – respondió enfadada.

- Hablamos con él, la familia...toda la familia y lo golpee – se acusó Albert.

- ¿Cómo dices? ¿Por qué? – se levantó del piso donde se encontraban.

- No te lo voy a decir – soltó el rubio, ya que eso haría que hirviera de coraje y la necesitaba concentrada.

- Y todo por mí – rebatió ella un tanto triste.

- No, no eres tú, es sólo que esta celoso – dio como disculpa.

- Sí fui yo, me siento culpable, si no le hubiese hecho caso a Annie esto no hubiera sido de este modo. Pero...- se detuvo un poco.

- No sólo te gusta ¿verdad? – preguntó él sonriéndole.

- No Albert, en verdad me encanta, pero Anthony – crispó las manos.

- Anthony es un tonto que no te merece – resolvió él como si nada.

- Nadie lo hace según tú – se volteó a verlo.

- Candy – la tomó de la mano y la acercó para abrazarla.

- Dime – respondió ella reposando directamente su rostro en el pecho de él.

- ¿Te he fallado en algo? – la cuestionó.

- Albert, pero qué dices, de dónde sale esa pregunta y la de ayer – le preguntó al rubio.

- No sé, en estos días he sentido algo extraño, me hace entrar en dudas – le dio un beso en la coronilla, sonriendo tristemente.

- ¿Dudas? ¿De qué? – cuestionó ella preocupada por el semblante de Albert.

- No sé, sólo me da la impresión de que no te he cuidado lo suficiente – respondió Albert un tanto triste y dejando una lágrima libre.

- No Albert, mírame – pidió ella para observarlo a los ojos, limpiando sus mejillas con los pulgares. Desde el día en que te conocí no me ha faltado nada, amor es lo único de lo que no me puedo quejar, sabes una cosa...- lo miró con una gran sonrisa.

- ¿Qué cosa? – sorbió un poco el rubio tomándola de la cintura y cruzando los brazos en ella.

- Si no fueras mi benefactor estoy segura que te amaría demasiado – le dijo sin tapujos.

- Candy, no puedes decir eso – comentó él fingiendo estar asustado por los dulces sentimientos de su sobrina.

- ¿Por qué no? Si es verdad, eras un joven cuando me conociste y no abusaste de mi inocencia, viví la niñez más alegre de todas, desarrollé un tiempo memorable a tu lado en mi juventud y soy una gran doctora por ti, por tu ayuda y amor – le comentó dulcemente tomándole la barbilla.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora