Capítulo X

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En la barbilla, ya que la rubia se dejó vencer por el sueño y estaba inconsciente en ese momento, lo cual hizo que Terry soltará una carcajada por estar al lado de su amada, sin que ella lo supiera y por no haber hecho uno de sus sueños realidad.

Candy y Terry habían dormido parte de la mañana juntos, hasta que una figura rubia llegó hasta ellos, levantando a Candy y separándola de sus brazos.

- Me sorprende la forma en que puedes dormir Candy – susurró Albert, llevando su carga a un lugar seguro, es decir su camarote.

Cuando justo había salido el sol y ya era entrada la mañana, Terry se despertó, sintiendo el calor quemarlo, lentamente se levantó de donde se encontraba, atontado por el sueño, el poco que tuviera, caminó hacia su camarote cuando oyó unas risas.

- ¡Estás lista! – preguntó el rubio a una encamorrada Candy.

- No, déjame dormir otro rato – se soltó de su mano enredándose entre las sabanas nuevamente.

- No señorita, tienes que estar un poco ambientada al mar, además aún tengo que hablar contigo acerca de eso – comentó él al tomar de nueva cuenta el brazo izquierdo de la rubia.

- ¿Cuál eso? – aparentando no notarlo.

- Los moretes que tienes en los brazos no se hicieron de la nada – soltó él fingiendo no estar desesperado.

- Ya estas igual que Terry – sonrió y volvió a tocar la almohada.

- Pues es la verdad Pecosita – le dio un beso en la mejilla mientras ella solo reia pues le estaba haciendo cosquillas.

- No me llames así – reprochó ella.

- Así ¿Cómo? – se hizo el desentendido.

- Pecosita – recalcó ella.

- Ahora me vas a decir que no te gusta – bufó ante ese comentario.

- No cuando quieres regañarme – le arremedó ella.

- Levántate ya preciosa y te preparo el desayuno – le iba a dar un premio a estas alturas.

- Ya lo tienes preparado, inventa otra cosa – refunfuño y se enredó nuevamente.

- Sí lo sé, pero...- titubeó.

- Ah....está bien, pero llévame cargando hasta allá, ¡tengo flojera! – sacó sus brazos y los alargo abriendo y cerrando las dedos.

- Si no te hubieses acostado a las cinco de la mañana, hoy estarías rozagante – le reclamó.

- Lo sé, a ¿qué hora es la inmersión? – se dio por vencida y se levantó sin muchas ganas.

- Exactamente... dentro de cuatro horas – observó el reloj calculando.

- Entonces déjame dormir más – ya se había dado la vuelta para regresar a la cama.

- Eso sí que no – Albert al menos movimiento de ella se dio la vuelta y la cargó.

- No, Albert bájame - le ordenó pataleando.

- No, porque así nunca te despertarás – le advirtió.

- A dónde me llevas, noooooo no Albert bájame, por favor bájame, ¡no te atreverás! – le advirtió ella al ver a dónde se dirigía.

- Oh sí, sí lo haré – sonrió y comenzó a contar los pasos.

- Y si te digo que te quiero – propuso la rubia ansiosa.

Un amor que no entiende de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora