Capítulo 2

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Nos encontramos sentados frente a frente en el desayunador de la cocina. No puedo evitar sentir repulsión por lo que veo. Hace tiempo que dejé de alimentarme como debía, creí que así dejarían de verme atractiva los imbéciles que me atacaron desde que tenía doce años. No fue así.

Con el tiempo el hambre se convirtió en la única sensación que me dejaba saber que seguía con vida. Ahora solo puedo ver con repulsión la comida, mientras que controlo las náuseas por los diferentes aromas.

—¿Sucede algo? —me toma por sorpresa su consternación. No he tocado el plato frente a mí.

—No, nada. —tomo el cubierto y comienzo a juguetear con la comida. Siento su mirada sobre mí, pero no tengo el valor para levantar mi cabeza y comprobarlo.

"No tolero ningún tipo de berrinche sobre los alimentos que sirvo."

¿Por qué resuena su voz en mi cabeza?

"Realmente no me quieres ver enojado."

Sin quererlo ver cumplir su amenaza, tomo el primer bocado y lo trago casi sin masticar. Queda un ligero sabor en mi paladar y me doy cuenta que no está tan mal. Sin saber cómo, doy un bocado tras otro hasta que quedo satisfecha. Ha quedado pendiente más de la mitad, pero soy incapaz de comer más sin vomitar.

—Debes terminarlo. —no sé cuánto tiempo llevo viendo la comida, solo salgo de mi trance cuando lo escucho hablar. Asiento, pero no actúo.

Paso mi mirada a su plato vacío y luego a él. Me observa con curiosidad, pero en cuánto se percata de que lo estoy viendo se levanta molesto. Una parte de mí tiembla de miedo y otra se emociona por la curiosidad. Se lleva sus trastos y los friega con fuerza, está de perfil y veo como accidentalmente rompe el vaso de cristal.

—¿Por qué demonios te me quedas viendo así? —pregunta mientras recoge uno a uno los fragmentos de cristal.

—Nada... Por nada... —regreso mi mirada al plato. No puedo —Ah... yo solo... yo...

—Tus balbuceos me irritan. Ve al grano. —deposita los restos en el bote de basura y me mira fijamente.

—No puedo dar otro bocado. —lo suelto.

Se acerca a paso decidido, toma mis trastos y se va con ellos de regreso a la tarja. Coloca los sobrantes en un recipiente y lo lleva al frigorífico antes de fregar los trastos restantes.

—No era tan difícil decirlo, ¿no? —no respondo. No me muevo. No sé qué hacer.

—¿Cómo te llamas?

¡¿Te has vuelto loca, Zarina?!

—No es de tu incumbencia. —esperaba una reacción más agresiva, aunque mi pulso sigue desbocado —Y si te dijera tendría que matarte.

Mis ojos salen de sus órbitas. Sus palabras me hielan la sangre. Yo sé que lo había deseado demasiadas veces, de hecho perdí la cuenta de las veces que imploré a un dios que jamás se hizo presente. Le rogaba que me llevara. Le rogaba una pizca de su supuesta misericordia. Le imploré desde mi habitación, tirada en el suelo, con el alma y el cuerpo hechos trizas. Le supliqué que no volviera a suceder, que me cuidara, que me protegiera, como se supone que debe hacer. Tantas veces escuché decir que los niños tenían ganado el "reino de los cielos", pero una niña de doce años no vale nada para él. ¿Qué podría yo esperar a los dieciocho?

Mi cerebro se apaga y mi instinto es el único despierto.

Corro.

Corro sin saber a dónde ir.

Corro sin una mínima idea del lugar. Corro sin medir los espacios hasta que mi hombro se estrella contra una vitrina algo antigua. No tengo tiempo de dar otro paso antes de que él me tome y me aleje del mueble, el cual se tambalea hasta caerse rompiendo sus puertas y contenido en millones de piezas.

Secuestro [libro 1/6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora