Capítulo 5

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Después de la amenaza de Aissa, ambos se fueron de la cocina. Asumo que a su oficina.

He vagado por la casa nuevamente, aunque hay muchas puertas a las que no puedo acceder y él dijo que nadie entraba a su oficina. Estoy aburrida. El lugar es tan silencioso que comienza a sentirse espeluznante, aunque dudo que los mismísimos fantasmas lleguen a entrar en un lugar tan solitario. ¿Cómo puede alguien vivir solo en este inmenso lugar? ¿Cómo sobrevive alguien en este eterno silencio? Me resultaría deprimente vivir así. Aunque... supongo que es mucho mejor estar solo que mal acompañado. Una soledad que te permita estar alejado de todo aquello que pueda dañarte.

Encontré un par de revistas en una de las habitaciones que permanecían abiertas. Pero nada llamaba mi interés; nada excepto aquel enorme ventanal de piso a techo, cubierto por una pesada cortina, pálida y aterciopelada. Tengo tantas ganas de pasar mi mano por la tela... está atorada con algo en el suelo, lo cual permite que entre una delgada línea de luz de sol que ilumina tenuemente el lugar.

Me pregunto si se molestarán si me asomo por la ventana.

¡Pero que pregunta más estúpida, Zarina! Es evidente que se enfurecerá si lo haces. Seguramente asumirá que buscas la manera de escapar. ¿Acaso quieres terminar de nuevo en el sótano?

Su voz resuena en mi cabeza:

"No hagas una estupidez, Zarina."

"Te estaré observando por las cámaras."

No veo cómo pueda terminar peor de como me encuentro. Llevo tantos años sin sentir algo, que tratar de conseguir cualquier cosa que me haga mínimamente feliz es algo que no pienso desaprovechar.

Me acerco con pasos cortos y tiro de la cortina. Es pesada. Es muy pesada. Tiro una vez más con fuerza y la luz del sol da de lleno en mi piel. Una hermosa vista queda ante mí.

Es un jardín lleno de flores, con un enorme árbol rosado en el centro. ¡Es bellísimo!

—No deberías estar aquí. —dijeron a mis espaldas.

Si alguna vez se han preguntado cómo se siente estar muerta en vida, es justo esta situación. No siento nada. No miedo. No felicidad. Ni siquiera adrenalina. Nada. No hay nada.

Me daba igual lo que pasara. Me daba igual si todo terminaba aquí. Después de haber sido apuntada con esa arma, perdí la última de mis esperanzas de vida, enfrenté el último de mis miedos. Perdí lo último que me hacía sentir viva. Ya ni el dolor me movía.

—¿Vas a volver a patearme? —ni siquiera volteo a mirarlo. No lo merece —Porque esta vista lo vale.

—No, pero se supone que esta puerta debería estar cerrada. Nadie debe entrar aquí. —¡Vaya! Entonces sí había cosas que Aissa no controlaba.

Me giré lentamente. Aún me costaba un poco el movimiento, pero no había dolor, ni siquiera incomodidad; simple y sencillamente, mi cuerpo no tenía la capacidad.

—¿Por qué? —pensé que la respuesta era obvia. El gruñón bipolar ha de odiar que alguien se meta en sus asuntos. Por algo vive solo.

—Solía ser el estudio de la madre de Aissa. —¿vivió con su madre aquí?

Tal vez podía comprenderlo un poco. Recuerdo cuando el garaje de la casa era mi lugar seguro. Aquel lugar en el que pasé gran parte de mi infancia viendo a mi padre trabajar en su auto. Me enseñaba todo lo que hacía y me dejaba ayudarlo de vez en cuando. Estar ahí me hacía sentir segura. Estar ahí me hacía sentir protegida. Estar ahí me hacía recuperar la esperanza de que alguna vez volvería.

Con el tiempo, el lugar se llenó de cajas y polvo. Era el basurero de mamá, pero a pesar de la peste que llegó a obtener, yo seguí yendo después de cada hombre que mamá metía. Pensaba, ilusamente, que si lloraba lo suficiente, papá me escucharía y saldría de su escondite. Creía firmemente que él regresaría por mí. Me engañé por años hasta que me rendí.

Secuestro [libro 1/6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora