Capítulo 11

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Se había ido. Por fin se había ido. Era el momento de regresar a la normalidad.

<<Y si tanto te alegra que se haya ido, ¿por qué no dejas de pensar en ella?>>

Es cuestión de tiempo y deshacerme de las cosas que dejó.

—¿Señor? —vuelvo a la realidad.

—Sí. Pueden volver a la propiedad. He terminado con todo.

—De acuerdo, señor. —incluso el pitido de la línea me hace perder mi enfoque.

—Concéntrate, Keegan. —me reprendo a mí mismo —Déjate de estupideces y ponte a hacer tu trabajo.

Pasa una hora y avanzo nada. Me he pasado el rato preguntándome si estará bien, me intento calmar recordando que tiene un hogar al cual regresar. Pero se siente mal. Todo se siente mal.

Solo es cuestión de tiempo o de ello me intento convencer.

—¿Es urgente?

—Necesito un favor.

—¿Es urgente?

—Sí.

—Dame dos minutos. Te devuelvo la llamada.

Son los dos minutos más largos que he esperado. No sé cómo decirle sin que ella corra riesgo.

El teléfono suena.

—¿Que necesitas?

—Que no la toques.

—¿De qué demonios hablas?

—A la hija de Rachid. La dejé ir. —puedo sentir lo pesado de su respiración. Trata de controlar su furia.

—¿Cómo que la dejaste ir?

—Ella no tiene la culpa de nada.

—TÚ NO DECIDES ESO, IMBÉCIL DE MIERDA.

—Alex...

—¡CÁLLATE!

—Déjame expli...

—CIERRA EL PUTO OCICO, AISSA KEEGAN, ANTES DE QUE YO MISMO TE DESTRUYA LA MANDÍBULA PARA QUE TE CALLES. —lo escucho maldecir a todos los dioses habidos y por haber —Dame una puta razón para que no mande a alguien en este momento a hacer el trabajo que el inepto de mi hijo no quiso hacer.

—No tengo ninguna razón que sea lo suficientemente buena para ti. Solo te lo pido como un favor, Alexander. Jamás te he pedido nada. He acatado lo que me has ordenado la última década, sin chistar. Los últimos dos años he sido quien ha mantenido en pie a la organización para que tú tengas tu duelo sobre la muerte de Jennifer.

—¡Pinche hijo de puta, malagradecido! —lo está considerando, lo sé, lo conozco —Por esta noche no haré nada. Mañana te daré una respuesta. —cuelga.

Por momentos considero el salir a buscar a Zarina solo para asegurarme de que, en efecto, Alexander no la toque.

Pasan horas y mi mente no puede dejar de darle vueltas al asunto. Tomo las llaves del auto. Necesito hablarlo con alguien y solo hay una persona con la que puedo ser completamente sincero, con la garantía de que no me joderá después con ello.

—Son las putas cuatro de la mañana. —la voz adormilada de mi hermano responde a mi llamado —¿Qué demonios quieres?

—Hablar.

—No mames, Aissa. Podemos hablar en horas decentes.

—Llevo horas con ello en la cabeza y no puedo dormir, cabrón.

Secuestro [libro 1/6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora