Capítulo 10

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¿Solo así? ¿Viene me dice que me quiere y luego me pide que me vaya?

¿Quién demonios es? ¿Cómo es posible que pueda desobedecer una supuesta orden y estar como si nada? Y luego está esa promesa. Esa estúpida promesa como supuesta garantía.

"Te garantizo que nadie te tocará un solo cabello."

¿Quién eres Aissa?

No sé que hacer. No sé qué pensar. No sé qué demonios me pasa. Es mi oportunidad, mi única oportunidad.

¿Y si es una trampa?

Venga, Zarina. No seas estúpida. Lo viste destrozado y arrodillado. No habría necesidad alguna de degradarse de esa manera. No es ninguna trampa, respira.

No he podido dejar de ver el lugar desde el que me apuntaba. Llego a una única conclusión: Tengo que irme. No estoy a salvo aquí.

Antes de que llegue a cambiar de opinión, me apresuro por las escaleras hasta llegar a la puerta principal. Tengo miedo. Miedo de equivocarme y que realmente sea una trampa. Miedo de que solo se burle de mí por creer que podría ser libre.

La perilla se siente helada. Respiro en un intento desesperado por tranquilizarme.

Inhalo. Exhalo.

Inhalo. Exhalo.

Inhalo. Abro. Salgo. Exhalo.

Mis mejillas se humedecen con el paso de las lágrimas que escapan de mis ojos. Una vez más el frío me da la bienvenida a la libertad.

Mis pies se han movido por sí solos. Sin darme cuenta en qué momento, me encuentro en el corazón de la ciudad. Todos están alegres, felices, emocionados por lo que la noche depara.

Como siempre, siento que desentono. Todas las chicas van tan arregladas... tacones, mini faldas, tops, joyería adornando sus cuellos, sus muñecas, algunos incluso presumen aquellas joyas que atraviesan sus pieles.

—¿Estás sola, preciosa? —un chico me jala del brazo hasta tenerme acorralada contra uno de los muros.

—Suéltame. —lo empujo tan fuerte como puedo.

—Aguafiestas. —se da la vuelta y hace lo mismo con la siguiente chica que se cruza en su camino.

Imbécil.

No tengo a donde ir. No tengo lugar alguno al que pueda llegar. La casa de mi madre no es opción. No volveré a ese infierno.

—¿Estás formada?

—¿Uh? —me giro a la voz que parece hablarme.

—¿Estás sorda? Te he preguntado si estás formada, sino hazte a un lado y no estorbes a la fila.

—Lo siento. —procuro alejarme del gentío, pero es casi imposible. Por lo menos el frío disminuye entre tantas personas. Salí tan rápido de aquella casa que ni siquiera recordé tomar las pocas pertenencias que tenía.

Me pregunto si podré pasar la noche en alguno de estos locales. La mayoría tenían un costo de acceso y los pocos que no, me negaron la entrada por no cumplir con el código de vestimenta.

—¡Ey, tú! —volteo al lugar del que me llaman —¿Estás perdida? —me pregunta la chica desde un callejón.

—Eh... no. Yo solo...

—No necesitas explicarme ni mentir. —saca una cajetilla de cigarrillos y me la tiende —¿Gustas?

—No fumo, gracias.

—Que bueno. Es malo para la salud. —enciende el cigarrillo que sostiene con sus labios —Tengo una sudadera que te puede quedar bien. Hace bastante frío y no tarda en bajar aún más la temperatura.

—No, gracias. Estoy bien.

—Claro, tus manos temblorosas y tus labios azules opinan lo mismo. —ríe y no entiendo porqué —¿Cómo te llamas?

—Zarina.

—Bueno, Zarina. Si te interesa, hoy es una noche bastante ajetreada y necesitamos manos extras. No puedo prometer una paga, pero las propinas son todas tuyas. ¿Qué opinas?

—¿Qué tengo que hacer?

—Atender mesas. Llevar tragos y botellas, mantener limpio el lugar, asegurarte de que nadie se vaya sin pagar y siempre mantener botanas saladas en las mesas. —da una última calada y tira la colilla —Aun quedan siete horas antes de que cerremos. Prometo que las propinas son buenas.

—De acuerdo.

Entramos por la puerta trasera. Pasamos por la bodega y me lleva a unos casilleros.

—No te dejarán trabajar vestida así. —saca ropa extra de su casillero —Ten. Cámbiate rápido.

Su ropa me queda a la perfección, pero me siento desnuda con este ajustado short piel que deja ver la mitad de mi trasero. Y el top con tirantes cruzados no se queda atrás.

—¡Uf! ¡Que cuerpazo te cargas, Zarina! —me da una nalgada juguetona que me hace sentir extremadamente incómoda —Vamos.

Caminamos por el lugar mientras me va explicando como hacer mi trabajo. Me presenta a varios hombres con diferentes tareas. Todos parecen llevarse como familia. Las chicas se saludan con aquella nalgadita que ahora me hace sentido, sin embargo ninguno de los hombres las toca. No las miran con morbo ni deseo, solo con alegría y unos cuantos con admiración.

A lo largo de la noche atendí más de treinta mesas que entraban y salían. Me sentía útil y me sentía importante. Que valía para algo más.

Hubo momentos durante la madrugada en que los hombres ebrios se me insinuaban, pero los chicos de seguridad se encargaban de ponerlos en su lugar.

Me sentía insegura, pero protegida. Paradójico, ¿cierto? Una vez más los opuestos chocaban en mi vida. Parecía que todo volvía a comenzar. Parecía que apenas hoy me había largado de la casa de mi madre. Todo era tan similar... solo había una cosa que arruinaba la sensación: Él.

Su voz, sus ojos, la forma en que me cuidó y aquella vez en que me salvó.


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Secuestro [libro 1/6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora