Capítulo 13

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—¡¿Qué mierda crees que hacías?! —había tenido que dejar todo porque nadie encontraba al escuincle del asiento de a lado.

—Solo estaba aburrido. —su mirada no ha dejado de enfocar sus manos desde que subimos a la camioneta. Está nervioso, eso es más que evidente. ¿Qué mierda pensaba que iba a suceder? ¿Pensaba que no me daría cuenta? Mocoso idiota.

—¿Y crees que por estar aburrido puedes andar por donde quieras y cuando quieras? —conducía a toda velocidad. No podía perder más tiempo del que ya había perdido. Había tardado cerca de cuatro horas en encontrarlo y eso sin tomar en cuenta la hora y media que me falta para poder llegar a la jodida casa.

—No. —¡Evidentemente no! Pero ya le va a quedar claro. Mi paciencia se acabó. No toleraré una más de sus idioteces.

—He castigado dos decenas de hombres por causa tuya, Zaid. —y no me arrepiento de ello. Es inaceptable los resultados que me han dado —¿Tienes una idea del por qué lo he hecho? —lo escucho sorber la nariz. Espero con la poca paciencia que aún conservo, pero se mantiene callado —¡Contéstame!

—No sé. —claro que no sabe. Este mocoso no mide ninguna de sus acciones.

—Porque es increíble que a hombres entrenados los pueda drogar un mocoso de catorce años. A cada uno lo he castigado por su ineptitud, pero es que tú ya sobrepasaste todos los límites, cabrón. ¿De dónde coño sacaste la droga?

—La tenías en el sótano. —¡la puta que me parió!

—¿Sabías siquiera para qué era?

—No. —¡claro! ¡¿Cómo chingados iba a saber, si le importa un comino lo que se le dice, lo que se le enseña y lo que se le ordena?! —Yo solo la usé como creí que se usaba.

—¡¿Solo las usaste como creíste que se usaban?! No entiendes lo riesgoso de tus acciones, Zaid. ¡Pudiste haber matado a alguien!

—Perdón.

—¿Perdón? No, Zaid. No hay un maldito perdón que valga en esta ocasión.

—Yo no quería matar a nadie. —sus lágrimas ya no son contenidas y el nudo en su garganta apenas me permite comprender lo que dice —Yo solo estaba aburrido, me dejaste, solo te fuiste de la casa y regresabas por mucho una hora durante las madrugadas. Ya ni Zarina estaba. —lo sé. Claro que sabía que Zarina ya no estaba. Y es que su ausencia se notaba tanto que comencé a detestar estar en mi propia casa.

—Tienes suerte del maldito entrenamiento que tienen mis hombres, Zaid. Eso fue lo único que evitó que cargases con el peso de arrebatar una vida.

—En serio, no fue mi intención.

—Tus intenciones dejan de ser válidas para mí, desde el momento en que tus acciones me muestran algo completamente opuesto. —en un semáforo en rojo, volteo a mirarlo directamente a los ojos y con pesar le digo lo que pienso —Me decepcionaste, Zaid. —veo el dolor en su mirada —Por años he abogado por ti. Cada vez que te metías en un problema, yo ponía mis manos al fuego por ti. Llegué a pagar tus pecados en carne propia y tú solo decidiste decepcionarme en cuanto tuviste la oportunidad. —el semáforo se pone en verde.

Pasamos el resto del trayecto en un pesado silencio. Cada cierto tiempo lo veía limpiar su rostro con las mangas de su sudadera. Sus hombros se movían a la par de su ahogado llanto y de vez en cuando hipaba cuando le faltaba el aliento.

Llegamos a la casa principal. Había pasado aquí los últimos días, porque ir hasta la casa donde se encontraba Zaid me quitaba demasiado tiempo. Sin embargo no lo podía traer conmigo, porque tendría todo para causar un desastre.

Secuestro [libro 1/6]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora