XVII

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— No puede ser... —la mujer me miraba con los ojos muy abiertos, como si estos fuesen a salirse de sus cuencas, impactada por la noticia pero con notorias ganas de saber cómo continuaba todo— ¿con tan solo veinte años tuvo que quedarse en cama para toda la vida?

— Si —salió de mis labios como un tenue murmullo, al igual que las hojas de los árboles murmuraban cuando hacía viento— Esa tarde lloramos los dos a mares, Yoongi tenía mucho miedo y yo podía notar eso, le agobiada también el ni siquiera poder mover la cabeza de un lado a otro, decía que quería incorporarse pero no podía, y es que los dos sabíamos que ya nunca iba a poder. Pasé toda la tarde sentado al lado de la camilla, tomando su mano y dejando besos en sus labios. Acaricié su cabello por horas y él no paró de preguntarme una y otra vez que por qué a él, que por qué tenía que haberle pasado eso justo en ese momento, que por qué el destino lo castigaba así, que qué había hecho él para merecerse eso. No pude responder a ninguna de sus preguntas, porque ni yo sabía exactamente por qué a él, no se lo merecía, no se merecía ese final, ¿pasaría toda su vida en una cama? ¿Sin poder moverse? ¿Con todas las cosas que él siempre había querido lograr? Si, exactamente esa sería su vida a partir de entonces. Le pedí perdón por haberme dormido durante su viaje de vuelta. Que tonto, ¿no cree? Como si el hecho de que yo hubiese estado despierto hubiera cambiado algo. Se acabó durmiendo debido al cansancio y yo me quedé despierto toda esa noche, observando que estuviera bien, dándome el gusto de volver a llorar cuando ya estaba él profundamente dormido. Pero nunca, nunca, nunca solté su mano. Y nunca me fui de su lado. —había comenzado a llorar así que parpadeé rápidamente y me sequé las lágrimas que corrían por mis mejillas con el dorso de mi mano— Dios, perdóneme. —reí avergonzado.

La más mayor sacó de su bolso un paquete de pañuelos y extendió uno de ellos hasta mí, ofreciéndome una cálida sonrisa. Lo acepté y pasé el suave pañuelo por mis ojos, haciendo que este se humedeciera debido a mis lágrimas.

— Fue un tiempo muy duro —seguí después de unos minutos, cuando me vi capaz de hacerlo— Yoongi estuvo dos meses más en el hospital, debido a que, aparte de haber quedado en cama de por vida, tenía un coágulo de sangre en la cabeza y hasta que no solucionaron todo eso, no lo mandaron a casa. Sus padres se habían gastado un gran dineral en una máquina que les ayudaba a moverlo cuando tenían que cambiarle de ropa o cuando tocaba bañarlo. Así que estuve unas semanas ahorrando y con mi propio dinero compré una silla de ruedas para él. El primer día que fui a su casa con la silla de ruedas volví a ver algún índice de felicidad en su cara desde que sucedió el accidente, Yoongi estaba sorprendido, y logré hacerlo sonreír. Lo monté en la silla y lo saqué de ahí, de la habitación que se había convertido en su cárcel. A partir de ahí comenzamos a salir todas las tardes, cuando terminaba las clases en la universidad iba a su casa a comer y después lo sacaba a pasear a donde sea que fuera. Volvimos a ir al parque, a la playa, también regresamos a esos tiempos en los que veíamos juntos las estrellas de noche. Incluso alguna vez intenté subirlo de nuevo a los columpios, era difícil ya que no controlaba su cuerpo y si me despistaba un solo segundo podría caerse, pero siempre tuve mucho cuidado, lo abrazaba por la espalda y hacía mucha fuerza para no perder el control de su cuerpo. —fue inevitable no hacer un pequeño mohín con mis labios al contar todo lo que pasamos juntos— Yo solo quería que el siguiera sintiéndose vivo aunque su cuerpo estuviese muerto. Y me costaba, claro que me costaba, exigía mucho sacrificio de mi parte ya que Yoongi no podía hacer ningún tipo de esfuerzo. Pero para mí merecía la pena cuando salíamos a correr, yo empujando su silla de ruedas, y él reía al sentir el viento rozar su cara y jugar con los mechones de su pelo. Yo había conseguido una casa propia, ya no vivía con mis padres, y con mucha insistencia conseguimos que los padres de Yoongi lo dejasen venir a vivir conmigo. Como yo tenía que seguir yendo a la universidad, le había dado las llaves de mi piso a sus padres para que pudiesen venir a cuidarlo, pero el resto del día éramos él y yo. Todo parecía ir bien de nuevo, nada era como antes, pero nos las arreglábamos.

— ¿Todo parecía ir bien? ¿A que te refieres, hijo? ¿Le pasó algo más?

— Después de ocho meses viviendo juntos Yoongi ya no quería salir de casa, estaba cansado de depender siempre de alguien. Un día llegué de clases, comimos y cuando iba a sacar la silla de ruedas para salir a uno de nuestros diarios paseos, me dijo que no. A partir de ahí no volvió a salir de casa, y yo ya no podía compaginarlo con mi vida personal, porque no podía dejarlo solo, así que se volvió a la casa de sus padres. Aún así yo iba a visitarlo todos los días. Pero ya nada era igual para ninguno de los dos. Ya no lo veía diariamente en la universidad, ni pasaba conmigo los descansos en la biblioteca como llevábamos haciendo desde que nos conocimos, hacía ya meses que no podía disfrutar de sus abrazos y hacía ya meses que yo le tomaba la mano, pero él no apretaba la mía. Su sonrisa fue desapareciendo poco a poco y cada día que iba a verlo se le veía más triste. Estaba observando como mi novio, la persona que más amo, se iba apagando poco a poco. Yoongi ya no era el Yoongi que yo había conocido, no era aquel niño que disfrutaba tanto de la vida. ¿Pero que vida? Me preguntaba yo siempre, si lo suyo era más como un infierno. Tenía cerca de veintiún años y siempre tendría que depender de alguien más. Mi presencia llegó un momento en que tampoco le animaba, pero seguía disfrutándola y nunca me pidió, en ningún momento, que le dejase solo o que me fuese de su casa.

[mini] namgi auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora