PROLOGO.

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"Maia, tengo miedo."

Maia miró a su hermano, quien la miraba de forma casi suplicante.

Así habían sido siempre las cosas. Fuera de la casa, Draco era el fuerte, el hueso duro de roer, aquel que siempre llevaba una sonrisa astuta en el rostro y un destello burlón en los ojos; y Maia tenía el papel secundario, apenas hablaba, asentía la mayoría de las veces y era la chica educada. Sin embargo, dentro de esas cuatro paredes, las cosas cambiaban. El chico estaba asustado, obediente y complaciente, y era Maia quien asumía el papel fuerte y maduro.

Maia dejó de mirar a Draco. Él soltó un suspiro que había estado conteniendo, resignado. Sabía que, aunque Maia había sido su protectora toda su vida, no había nada que ella pudiera hacer por él esta vez.

"No hay nada que temer, Draco. Gracias a ti, estaremos a salvo. Mamá, papá, tú y yo", murmuró la rubia. Con un movimiento de muñeca arregló la corbata de su hermano. "Eres muy valiente. No hay de qué preocuparse, Draco. Te prometo que estaremos bien."

Draco no se sentía valiente. De hecho, se sentía todo menos eso: ¿cuál era el punto de ser valiente, si realmente no tenía otra opción? Estaba siendo un cobarde por no oponerse. Por no haber repudiado todos esos pensamientos cuando aún podía hacerlo. Cerró los ojos y dejó que la situación se hundiera en él: era demasiado tarde. Tenía dieciséis años, pero no tenía el poder de tomar las decisiones en sus manos.

Su hermana tragó saliva sin que él se diera cuenta. El chico no entendía por qué Maia estaba tan calmada y él estaba tan aturdido. Desde que eran niños, había admirado ese aspecto de su hermana, siempre tan tranquila, con sangre fría. No había podido cumplir con las decisiones que su padre tomaba por él, y ahora enfrentaba las consecuencias. Se dejó llevar por sus sentimientos, no como Maia, y esos sentimientos fueron los que le hicieron temblar en ese momento.

Ninguno de los dos dijo nada más. Ambos sabían que no había palabras para arreglar esa situación, así que permanecieron en silencio durante lo que parecieron horas. Draco miró a Maia mientras ella solo tejía un trozo de tela. Era una tarea que, desde el principio, había pertenecido a los elfos de su mansión, pero Narcissa lo consideraba algo que toda joven debería aprender. Maia terminó su trabajo y le entregó ese bordado a su hermano.

Era un pequeño trozo de tela verde. En el centro, plateado, una D mayúscula. Draco la miró brevemente y luego colocó el bordado en el bolsillo de su chaqueta. Maia tomó la mano de su hermano en la suya y la acarició. La mano de Draco estaba fría, y ella podía sentir que temblaba ligeramente. Entrelazó sus dedos con los suyos, y sintió la dureza de su piel contra la suya, delgada y suave.

"Te quiero, Draco. Pase lo que pase, estaré contigo. Lucharé a tu lado. Eres mi hermano, y estoy orgullosa de ti", murmuró Maia. Su hermano la miró con cariño; nunca se decían esas cosas, así que cuando sucedía, ambos sabían que era real. "Nada es tu culpa. No es tu culpa que hayamos nacido en una familia de cobardes."

Metanoia (Ginny Weasley)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora