Capítulo 2

123 6 0
                                    

Nada de lo que he logrado hasta ahora ha sido sencillo, en ningún momento lo fué. Hubo instantes en los que estuve al borde de rendirme, incluso estando en la isla Jeju.

Cuando llegué a ese lugar, me hice la promesa de dejar atrás todo lo vivido, pues sentía que ya no había nada más que hacer al respecto. Y  al descender del avión, mi perspectiva cambió por completo y experimenté una sensación similar a la de un niño al que su madre le permite explorar libremente. Mi corazón palpitaba con fuerza, la emoción me invadía mientras observaba por las ventanas, ansioso por salir del aeropuerto y sentir la brisa fresca de Jeju en mi rostro. Todo era tal como lo había imaginado: el cielo se mostraba con un azul más vibrante que el de Seúl, y el viento parecía menos denso, acariciando mi piel con su suavidad.

Al salir del aeropuerto, las lágrimas brotaron sin control. Jamás imaginé que aquel lugar pudiera parecer tan perfecto a mis ojos. Sin embargo, en medio de esa belleza desbordante, mi mente y mi corazón solo podían pensar en mi madre. Deseaba con todo mi ser que ella pudiera estar allí para presenciar lo que yo veía, anhelaba que pudiera construir una nueva vida en ese entorno tan especial. Pero la realidad era distinta.

El viento soplaba tan despacio que apenas se alcanzaba a percibir, miraba hacia mi alrededor; las personas que salían del aeropuerto corrían a abrazar a lo que yo pensaba que eran sus familiares o tal vez sus amigos que estaban esperándolos, otros se subían a los coches que estaban estacionados, y algunos sólo salían del aeropuerto y caminaban, pero ellos ya tenían un destino, excepto yo.

En la primera noche, llegué a una tienda de conveniencia que afortunadamente abría las 24 horas. Después de un día agotador caminando bajo el sol, mi cabeza dolía. Consciente de que mi presupuesto era limitado, opté por comprar una paleta de hielo y hacerla mi única cena hasta el día siguiente.

Fue una semana difícil en la que el dinero apenas alcanzaba para comer, a veces solo podía permitirme dos alimentos al día. Pero hubo un día en especial en el que una pareja llegó a la tienda y comenzó a comprar una gran cantidad de productos. Se sentaron a comer y, desde lejos, los observaba con anhelo al ver la comida, escuchando los sonidos de mi estómago vacío.

Me planteé cómo distraerlos para poder tomar algo de lo que habían comprado, pues era evidente que no podrían consumirlo todo. Después de un tiempo, la pareja había terminado la mayoría de la comida, quedando solo algunas frituras y galletas. La mujer se fué y el hombre dejó dos paquetes de galletas sobre la mesa antes de marcharse. Me acerqué a la ventana para ver si regresarían, pero no lo hicieron. Sentí una profunda gratitud hacia ellos por haber dejado esa comida, independientemente si fue un gesto intencional o no.

La siguiente semana mi cuerpo empezó a sufrir las consecuencias; mis huesos dolían y ni siquiera podía mantenerme tanto tiempo estando de pie, me sentía cansado y me mareaba con facilidad. La ropa que traia puesta ya la habia usado por lo menos cuatro veces. Muy cerca de la tienda había un restaurante de carne, entraba ahí solo para ir al baño, cambiarme la ropa, lavar mi cara y mis manos, luego salía y volvía a la tienda.

Muy dentro de mí, sentía el impulso de comer todo lo que la tienda ofrecía, aunque el peso del remordimiento superaba mis deseos. Cargando una maleta y una mochila que parecían más pesadas que nunca, decidí abandonar el lugar para mantenerme firme. El día llegaba a su fin, tiñendo el cielo de un tono naranja mientras el sol se escondía tras las nubes y las montañas. Aunque me costaba avanzar, necesitaba encontrar un rincón de calma.

Mis pensamientos me absorbían por completo, hasta que el sonido de las olas llenó mis oídos, justo lo que deseaba. Observé a lo lejos el mar, tan mágico y cristalino, con sus olas danzantes en un vaivén majestuoso. A pesar del cansancio, no podía detenerme hasta sentir la caricia de esas olas en mi piel. Aceleré el paso, sintiendo una intensa necesidad de sumergirme en el mar, sabiendo que eso me revitalizaría por completo.

Secretos entre las olasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora