¿Margo?

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Comenzaré esta historia presentándome. Me parece una gran falta de educación el empezar a relatar algo cuando el que escucha o lee no conoce al narrador. Y aunque esta historia no se base en mí sino en Margo, me parece relevante que sepan quién soy yo. Sin embargo, cuando me presento, preguntas como "quién soy" y "a qué vine a este mundo" empiezan a aflorar. Y, lógicamente, nunca me es fácil responderlas. Es más, podría asegurar que son contadas las personas que con certeza puedan responder a estas preguntas. Así que no me iré con grandes descripciones acerca de mí y sólo hablaré de lo esencial y objetivo.
Soy profesor. Profesor de bachiller. Llevo unos cuantos años enseñando y soy muy bueno en ello. Tanto que nunca he tenido algún problema con ninguna clase o ningún alumno. Jamás. Siempre he mantenido una relación abierta y de confianza con mis alumnos y ellos, por lo tanto, confían y encuentran -sino un amigo- un compañero en mí. Cada cierto tiempo los alumnos evalúan el desempeño de los profesores y me enorgullezco de decir que mis notas y los comentarios que realizan acerca de mí son bastante afables y prometedores. Mis compañeros de trabajo me preguntan frecuentemente cómo puedo lograr aquel comportamiento de mis alumnos hacia mí y preguntan también por los métodos de enseñanza que utilizo.
-No es ningún método -les digo-, es sólo saber escucharlos.
Ellos siempre quedan insatisfechos con mi respuesta, que es siempre la misma. Generalmente, al escucharla, no me creen y dan la vuelta. No me entienden. En general, mucha gente no me entiende.
Vivo en el centro del país, en una casa de un solo piso, acomodada y bien decorada. Es una casa prácticamente pequeña y sin mucha gracia a pesar de la decoración, sin embargo la elegí después de tomar en cuenta muchas otras opciones mejores y prometedoras por la vista que tiene. Al descorrer las cortinas, durante el amanecer, cuando me alisto para ir al trabajo, abro la ventana y observo, taciturno, la magnificencia de los volcanes. El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl se alzan magníficos, pulquérrimos, llenando el alrededor de una hermosura similar. Después doy una gran bocanada de aire con la nariz apuntando a ellos y, si la cima del volcán tiene nieve, imagino cómo ésta entra refrescando mis pulmones.
A Margo también le gustaban. Cuando amanecía con el pelo suelto y despeinado, la pijama grande, holgada y mal aliento, solía descorrer las cortinas y observarlos diciendo, totalmente maravillada:
-¡Es que velos! -luego señalaba al Iztaccíhuatl- ¡Realmente parece una mujer dormida! Se logra ver, con un poco de imaginación, los contornos de la cabeza, el pecho y los pies levantados. ¿Realmente aprecias tanta hermosura?
Yo le respondía que sí o qué por lo menos eso creía. Que después de tantos años uno se acostumbra a ellos pero siempre le parecen bellos.
-¡Estoy segura de que por más que pasaran los años jamás me dejarían de parecer bellísimos! -decía y terminaba la conversación. Después se desnudaba enfrente mío y se metía a la ducha. Algo de lo que ella disfrutaba era la falta de pudor.
Durante la ducha escuchaba música. Ponía artistas como 4 Non Blondes, Misterwives, Natalia Lafourcade y Vance Joy. Escuchaba como el agua corría por sus cabellos y deseaba con toda el alma poder tocar su piel como aquellas gotas lo hacían en ese preciso momento.

Cuando yo tenía cinco años, mi padre murió víctima de una congestión alcohólica. Y por aquella razón nunca tuve a un hombre que me enseñara cómo tratar a las mujeres o cómo no parecer idiota a la hora de hablarles. Nunca fui especialmente popular en la escuela y casi nunca iba a fiestas. Y cuando iba, no hacía nada. Puedo asegurar que tú, cuando vas a una fiesta de tu escuela, te das cuenta de que nunca falta aquél muchacho tímido que, si bien no mueve un ápice cuando empieza la música, apenas si se para de su mesa para bailar. Bueno, ese muchacho, en mi escuela, era yo.
Nunca hice mucho ejercicio, tenía un poco de sobrepeso y el peinado que llevaba en ese entonces no me favorecía en lo absoluto. Parecía, más que tímido o antisocial, patético.
A los quince años di mi primer beso en un juego de botella con la chica más popular de mi clase y eso, durante mucho tiempo, sirvió para que mi autoestima -o lo que quedaba de ella- no cayera por los suelos. Fue un beso ridículo. De pico, como le dicen. Un hilo de saliva se dejo ver cuando separamos nuestros labios y -aunque en el rostro de la muchacha florecía la repugnancia- yo me sentía bastante feliz.
De ahí, mi virginidad. Hace siete años con una ramera barata. Patético, lo sé. Incluso más patético que mi primer beso. Yo, borracho, con la playera manchada por los resquicios de lo que sea que acabara de comer hacia unas horas y con una determinación a hacer lo que me se me viniera en gana en aquellos momentos, conseguí -no tengo idea de cómo- llegar a la esquina entre la 15 y la 9 donde, sabía yo, se encontraban rameras. Era un lugar lúgubre. Un edificio verde, exiguo y decolorado con la pintura cayéndose. En la entrada, pasando una puerta de madera agonizante, se encontraba una fila de obreros que esperaban con impaciencia a las jóvenes -ya ni tan jóvenes- que cobraban doscientos por felación, trescientos por penetración y quinientos por lo que quisieras que no fuese con látigos o similares.
Esperé quince minutos. El hedor que expulsaban los obreros a mi alrededor era casi imperceptible gracias a las cuatro cervezas, dos cheladas, un wisky y un tequila mezclado con sepa Dios, que se revolvían gustosos en mi estómago. Hice acopio de lo poco que ya quedaba de mi equilibrio y por fin, pasé.
Era una muchacha que aparentaba con la mirada unos quince o más años que yo. Pelo castaño con rayos pintados de color rubio que le caían sobre unos pechos llenos de mordidas y resquicios de salivas de ve tú a saber cuántos hombres. Y cuando llegué a la puerta de su habitación, con los trescientos en mano, un momento de claridad pasó por mi mente. ¿Pero qué carajos estás haciendo? Y ni modo. Ya no había vuelta atrás.
Penetración patética. Un orgasmo igual o peor. Un condón más tirado en el bote lleno de ellos. Salí sin que la erección se me bajara por completo pensando "eres un pendejo".
Y definitivamente, por aquella época, yo era un pendejo.

Dejé la universidad empezando el segundo semestre. Saliendo, me dediqué de lleno a la escritura. Escribía en varias revistas de literatura, de entretenimiento o simplemente historias cortas en mi computadora. Siempre tuve el sueño de comprarme una máquina de escribir pero por falta de dinero en aquella época nunca se me cumplió. Tenía algo de dinero ahorrado y decidí irme de viaje a Japón durante un año y medio. Allá, me instalé en casa de unos tíos que vivían cerca de las montañas, en Hokkaidō. Durante aquella época, conocí a una muchacha japonesa, hicimos el amor varias veces, regresé a México, nada especial. Sin embargo siempre me mantuve ligado a aquellas montañas japonesas. Me recordaban al Popocatépetl y al Iztaccíhuatl. La nieve sobre sus cimas, el aire fresco entrando en mis pulmones...
-¡Vaya! -solía decir Margo cuando le contaba mi historia en las montañas-. Debió haber sido una experiencia hermosa, ¿a qué no?
Yo simplemente la veía, sonreía, asentía y continuaba mi relato. Después Margo se quedaba pensado, dubitativa. Reflexionaba algo en su cabeza y decía:
-Oye, ¿y tú allá en Japón escribiste mucho?
-Sí, bastante -respondía.
-Entonces, ¿dónde están todas aquellas historias?
Me limitaba a sonreír.

Bien. Creo que de mí ya he hablado bastante. Es sábado. Estoy en un café, en el centro de la ciudad. Es un americano chico, con dos cucharadas de azúcar y leche. En el centro del zócalo, se yergue, omnipotente, la estatua de Benito Juárez. Se ve a mucha gente andando en su bicicleta, comprando dulces en los puestos y dando dinero a los niños que venden cualquier cosa. Una señora, flaca, con el pelo corto y canoso, recorre con gran velocidad de un extremo al otro del zócalo. Lleva unos audífonos blancos sobre los oídos y tararea la canción que escucha. Después se calma y toma asiento en el café de al lado, saca una revista de su mochila y la hojea. Sin embargo parece no prestar mucha atención a la revista sino a su alrededor. Tiene mucha energía, bastante, pues no deja de moverse y parece que saltará de su silla en cualquier momento. Nunca falta este tipo de gente en el centro.
Un hombre, muy pequeño, se dirige de mesa en mesa con una caja de madera preguntando si alguien necesita una boleada en sus zapatos. Algunos le dicen que no -la mayoría- y otros aceptan, se mueven un poco de su lugar y, mientras el hombre bajito prepara sus utensilios y toma asiento en el suelo, el cliente hojea uno de los muchos periódicos o revistas que el hombre trae para que el cliente se entretenga. Al finalizar, el cliente paga y el hombre bajito se retira rápidamente de ahí para ir y cambiarse de ropa, tomar un carrito de supermercado con muchos contenedores adentro y empezar a vender toda clase de mariscos preparados. Ahora trae un delantal blanco, limpio y un pequeño olor a marihuana quemada sale de su boca al hablar.

-Joven -dice a manera de saludo cuando pasa junto a mí.
-Mi amigo -digo a manera de respuesta.
Observo con detenimiento la estatua de Benito Juárez. No es muy grande. Supongo -si mi vista no me engaña- que ha de ser de bronce. Abajo, la estatua está sobre una pequeña columna de piedra con forma de prisma rectangular. En esta, grabadas sobre grandes láminas de bronce, se encuentran frases como:
"Nació a la vida en Guelatao el 21 de marzo de 1806"
"Consolidó la República, derrocó al imperio"
Seguramente, Margo diría algo sobre él. Sobre su peinado, su ropa o incluso sobre la orientación en la que está su rostro.
"-¡Si así se ve en una estatua, no me imagino lo feo que debió ser en la vida real!" -habría dicho.
Pero, infortunadamente, Margo no estaba ahí conmigo. Se había ido justo el día anterior. ¿Adónde? No tenía la más remota idea. Sin embargo, no estaba muy lejos de saberlo.

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¡Hola! Sólo como nota me gustaría decir que esta obra NO está basada ni es un plagio de Ciudades de Papel de John Green. Al contrario, está plenamente basada en Sputnik, mi amor de Haruki Murakami. ¡Muchas gracias!

¿Dónde está Margo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora