Margo llegó a mi vida de una manera inusual. Generalmente, cuando uno conoce a una persona nueva y quiere contar la anécdota de cómo se conocieron, uno empieza por contar el lugar en donde coincidieron. Ya sea que se hayan conocido en el autobús, en un restaurante, en una librería o una tienda de discos, pero siempre uno empieza por ese lado, ¿no es cierto? Pues sí, sí es cierto. Sin embargo, la manera en la que yo coincidí con Margo fue sumamente extraña. No fue en un restaurante, una librería ni nada por el estilo. Fue en el sofá de mi propia casa.
Corría el otoño del año pasado. Regresaba a casa después de un largo día en el trabajo: una alumna que sufría de epilepsia tuvo un ataque y fue necesario que llegara la ambulancia. Tanto mis alumnos y yo tuvimos muy mal sabor de boca aquél día, sobretodo cuando hubo que limpiar la saliva regada por la chica. No obstante, el mal sabor de boca no era causado por el asco hacia la saliva sino por las condiciones en las que estaría ella en ese momento en el hospital. Era una alumna querida por la mayoría, no tenía grandes problemas en la escuela y en lo que concierne a las calificaciones no le iba mal. Sin embargo, el caso no pasó a mayores. La chica estuvo un día internada en el hospital y regresó al día siguiente con la misma sonrisa de siempre.
Así que por aquella razón, llegué estresado a la casa. Al abrir la puerta del apartamento, dejé mis cosas sobre la pequeña mesa que ocupaba al comer, me desanudé la corbata gris que aquél día llevaba puesta y abrí la nevera para sacar una Coca Cola Zero. Al abrir la lata, el sonido del gas contenido saliendo me hizo tranquilizarme: por fin había llegado a casa. Abrí una portezuela y saqué un vaso de vidrio en donde puse los hielos. Serví la Coca Cola en él y al momento de darle el primer trago, sucedió:
-La Coca Cola engorda, muchachón.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mis ojos se abrieron de una manera exagerada y de un grito escupí la poca Coca Cola que tenía dentro. Allá, en mi sofá, una muchacha de pelo oscuro y lacio, sentada, muy cómoda, con las piernas cruzadas y una mochila al lado suyo, sonreía de una manera pícara mientras observaba cómo dejaba el vaso sobre la mesa y volteaba todo mi cuerpo hacia ella.
-Vaya desmadre que has ocasionado, ¿eh? -dijo de nuevo y soltó una pequeña risita. Unos hermosos dientes blancos y derechos sobresalieron durante unos segundos, antes de que sus labios volvieran a cerrarse formando una ligera mueca de diversión.
-¿Quién carajos eres y cómo entraste en mi apartamento? -dije tratando de parecer tranquilo. Estaba realmente pasmado, mas la chica no se veía con malas intenciones.
La chica se paró de mi sofá, dejó su mochila en el suelo y, sacudiéndose la falda de color azul claro, se dirigió hacia mí tendiéndome la mano.
-Soy Margo, mucho gusto.
Tomé su mano y la sacudí levemente diciendo el mío. Sin soltarla todavía, volví a preguntar:
-¿Cómo carajo entraste a mi apartamento?
Margo soltó mi mano y con una mueca divertida dijo:
-Oye, tranquilízate que no me gustan las groserías.
Respiré hondo.
-¿Cómo entraste a mi apartamento?
-Dejaste la puerta abierta -dijo-, ¡alguien tenía que entrar! Uno no deja la puerta abierta si no es para que entre otra persona.
Traté de recordar. En la mañana se me hacía tarde para llegar al colegio. El despertador no había sonado y me desperté veinte minutos después de lo usual. Había preparado café rápidamente y había salido disparado hacia la parada del autobús empujando la puerta tras de mí para que se cerrase. Sin embargo no había escuchado el sonido que hace ésta al cerrarse, mas no reparé en ello. Ahora me arrepentía.
Margo tomó el vaso con la Coca Cola que yo me había servido y dio un sorbo. Saqué otro vaso y serví otra lata de Coca Cola con más hielos. Me impresionó la confianza con la que actuaba Margo. Como si ya me conociese de toda la vida.
Tomamos asiento en el sofá y le empecé a hacer todo tipo de preguntas. De dónde venía, por qué había decidido entrar a mi apartamento, qué tenía dentro de su mochila, cuál era su apellido, la edad que tenía, etcétera. Y para no extenderme con diálogos, enumeraré las respuestas:
1) No sabría qué responderte.
2) Curiosidad.
3) Un libro de Haruki Murakami.
4) No tiene sentido decírtelo.
5) Me parece que 23.
En las preguntas en las que más hice hincapié fueron las número uno y cinco.
-¿Cómo que no sabes qué responderme?
-Así es. No sé cómo explicártelo porque ni siquiera yo sé de dónde vengo -respondió. Dio un sorbo a su Coca Cola-. Estaba en mi apartamento, escuchando a Vance Joy cuando de repente aparecí aquí con esta ropa, con este libro dentro de la mochila y en tu sofá.
-¿Dónde queda tu apartamento? -pregunté.
-¡Bueno, no entiendes nada! ¿Qué no te estoy diciendo que no recuerdo nada? ¡Absolutamente nada! Recuerdo mi apartamento, sí, recuerdo con perfecta claridad los pósters que tenía, la canción que sonaba en ese momento, el libro que tenía guardado y la página en donde tenía puesto el separador. ¿Pero mi dirección, mi edad? ¡Nada! Se han desvanecido como la nube se desvanece al pasar la tormenta.
Su analogía me gustó.
Decidí cambiar de tema. Supuse que no llegaríamos a ninguna parte.
-¿Qué libro traes de Murakami?
Margo sacó de su mochila un ejemplar de Sputnik, mi amor.
Mis ojos brillaron por unos momentos. Sputnik, mi amor era mi libro favorito.
-¿Lo has acabado ya?
-¡No, qué va! Apenas lo empecé.
Mis ojos empezaron a ver a esta extraña mujer de una manera algo diferente. Tenía sólo una hora y media de conocerla y ya presentía que aquella chica era especial.
Al final de la conversación decidí llevar a comer a Margo a algún lugar cercano. Como vivía solo, prácticamente comía todo el tiempo en restaurantes y la poca comida que tenía en la nevera estaba echada a perder. Salimos a comprar pizza a Little Caesar's. Comimos en silencio. Luego caí en la cuenta de que Margo no tenía ningún lugar al que ir esta noche, así que le dije que podría estar en mi casa hasta que recordara su dirección.
Al llegar a mi apartamento, cubrí el sofá con unas cuantas sábanas para que Margo pudiera taparse.
-¿Quieres algo de tomar antes de acostarte? -pregunto.
Margo reflexiona unos segundos.
-¿Tendrás té de limón?
Sonrío y asiento con la cabeza. Voy a la alacena y saco los sobres. Pongo el agua a calentar en la estufa y a través de la ventana se observan unas cuantas gotas que caen discretas del cielo. Al finalizar le entrego la taza con el té a Margo y empezamos una pequeña conversación antes de dormir. Una lluvia pesada toma lugar fuera del edificio en donde vivo y varios rayos caen al suelo. Recuerdo una frase de Mark Twain: "El trueno es bueno, es impresionante; pero es el rayo el que hace el trabajo". Se la digo a Margo y ella, sonriendo, me responde con otra frase de Twain: "¿Por qué es que nos regocijamos en un nacimiento y lloramos en los funerales? Es porque no somos la persona involucrada".
Sonrío. De repente, un rayo cae fuerte sobre el suelo y hace que la luz se vaya en todo el edificio. Margo suelta un grito y oigo cómo golpea la mesa con la taza de té.
Reímos.
Me paro y voy, tanteando los muebles, hacia un cajón donde hay varias velas y cerillos para casos como éste. Prendo una vela en medio de la mesa y, en un momento de claridad, le pregunto a Margo:
-Mañana, cuando esté en clase, ¿qué harás tú?
Ella sonríe y responde:
-¡Toto! Pues te acompañaré, no tengo nada más que hacer.
Se lleva la taza de té a la boca, da un sorbo y sin bajar la taza me guiña el ojo.
-Aquí tienes otra, muchacho -dice-. "Cualquiera que haya vivido lo suficiente para saber qué es la vida sabe cuán profunda es la deuda de gratitud que tenemos con Adán, el primer gran benefactor de nuestra especie. Él trajo la muerte al mundo" -dio el último sorbo de té-. Buenas noches.
-Buenas noches -dije.
Margo fue hacia el sofá con una vela encendida y, mientras yo iba a mi habitación, observé cómo sacaba a Sputik, mi amor de su mochila y empezaba a leer. Sus mejillas se encontraban un tanto rojas debido al calor del té y la iluminación que el fuego le daba a su rostro hacía que se viese más misteriosa.
Me deslicé entre las sábanas y cerré los ojos. Pensé en todo lo que había ocurrido aquél día.
No tenía idea de quién era Margo ni cómo había llegado a mi sofá aquél día, pero definitivamente era especial. Y por lo que veía, bastante.
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¿Dónde está Margo?
Ficción GeneralAquél día observaba con calma la estatua de Juárez en el zócalo de la ciudad. Seguramente Margo diría algo acerca de él, su peinado o incluso la orientación en la que estaba su rostro. Sin embargo, Margo no estaba. Se había ido justo el día anterior...