Aeropuerto #2

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-Sí, ¡sí! -. Dijo una mujer muy enfadada ante la señorita que entregaba el pase de abordaje-. ¡Las arrugas se la comerán viva! Y muchas gracias, ¿eh? ¡Muchas gracias por nada!
La señorita que atendía, con la boca cerrada formando una línea recta, totalmente seria, escuchó hasta la ultima calumnia lanzada por la mujer para luego dejar su pluma sobre la mesa, arreglarse la coleta del pelo y salir de su cubículo en dirección al este para, según mis pensamientos, meterse en el baño y llorar amargamente. En cierto modo la entendía, hay días en los que no se puede hacer nada más que dejar que la lagrima vaya marcando la mejilla.
Margo y yo seguíamos haciendo fila mientras la madre soltera y estresada jalaba constantemente al niño hiperactivo que, hacía unos cinco minutos, había terminado sus galletas y ahora se encontraba totalmente inmerso en la diversión que le causaba jalar la falda de la mujer de enfrente. Y aunque al principio nos había parecido sumamente graciosa su actitud, gracias al tedio de la fila nuestro humor se había escondido bajo nuestras miradas de hastío.
Y hablando de hastío, me viene a la mente, ahora que escribo esto, algunos versos que tiempo atrás -mucho tiempo atrás- Agustín Lara -aquel cantante mexicano con la cicatriz en la mejilla- había escrito acerca de esta palabra:

Como un abanicar de pavos reales/ en el jardín de tu extravío,/ con tus trémulas angustias musicales/se asoma en tus pupilas el hastío.

¡Qué versos tan románticos! Es lo que uno piensa al principio. Pero todo eso se borra cuando por la mente cruzan las palabras que alguna vez mencionó Lara sobre los consejos que le dio su primer maestro, el Garbanzo:

"No pierdas tu tiempo, no te apendejes, las mujeres son un pañuelo para sonarse la verga".

En fin. Le comenté lo anteriormente escrito a Margo y ella, ya con el mal humor acentuado por la fila, respondió con un simple: «Menudo cabrón». Después, se volvió a sumir en sus cavilaciones.
El lugar en donde nos hospedaríamos colindaba con un popular centro comercial a la izquierda y con un museo impresionante a su derecha. Fue literalmente un milagro del destino el haber encontrado aquel hotel con precios tan aceptables en medio de aquellos lugares tan concurridos. En la plaza comercial, según había investigado, se encontraban varias cafeterías, tiendas de ropa y un pequeño supermercado; en el museo, por su parte, hacía mes y medio que se estaban exponiendo todas y cada una de las piezas artísticas realizadas por Frida Kahlo a lo largo de toda su carrera. Habían juntado todas las piezas que con el paso del tiempo se habían desplazado a varios lugares y, por lo que decía la página web del museo, tardarían todavía otro mes y medio en regresarlas a su lugar de origen. Parecía que todos los componentes que conformaban las vacaciones de aquel verano -exceptuando el día del vuelo- caerían perfectamente como anillo a mi dedo.
Sin embargo, ese anillo no caería hasta que hubiésemos puesto el primer pie sobre el suelo de nuestro destino. En ese momento nos encontrábamos pesando las maletas en la báscula y parecía que por fin podríamos descansar apaciblemente el tiempo que hiciese falta para abordar el avión en la sala de espera. Y todo parecía apuntar que así sería el futuro próximo, mas caminando hacia la sala, ya con las maletas de mano encima y con el suspiro de alivio saliendo de nuestros labios, divisé a un muchacho negro, de aquellos que son realmente altos, atractivos y con el cabello corto, que se acercaba con ojos centelleantes hacia mí. No obstante, después de observar detenidamente la dirección de su mirada, caí en la cuenta de que no era a mí a quién observaba sino a Margo, quien tarareaba la canción de I Don't Like It, I love It de Flo Rida con Robin Thicke. Al principio caí en un pequeño arrecife que comenzaba a llenarse de pánico y terror ante la posibilidad de que aquel hombre gigantesco quisiese hacerle daño a Margo... Mas aquel espacio que era designado para el pánico y el terror pronto se fue llenando del espeso líquido de los celos. Sin duda alguna, aquel chico era muchísimo más atractivo que yo, vestía mejor y además era negro, lo que, desde mi perspectiva, le daba un mayor atractivo sexual gracias al pensamiento estereotipado del tamaño de su pene. Sin embargo, aquel arrecife pronto se fue vaciando de aquel líquido espeso ante la clara presencia del retraso mental que caracterizaba al hombre. A su lado, una muchacha rubia lo observaba con cierta preocupación y estrés: seguramente sería alguna amiga que lo estuviese cuidando. Detuvo al chico y lo puso tras de sí, dejando una pequeña mochila negra sobre el suelo y con cierta vergüenza se acercó a Margo y dijo, con acento inglés:
-Hi, my boyfriend wants to know -. Sí, aquella chica era su novia-, if he could take a photo with you.
Margo reaccionó perfectamente, borrando inmediatamente todo rastro de mal humor sobre ella.
-Yes! Of course -respondió-. What's your boyfriend's name?
La chica le respondió mientras le hacía una seña a su novio de que se acercase. Mientras tanto todas las preguntas que podía concebir en aquel momento abarcaron mi mente: ¿Realmente aquella chica sería novia suya? ¿Qué clase de pareja era esa? Seguramente -quise pensar- el retraso del novio era reciente y la chica estaba demostrando un ejemplo increíble del buen amor. No obstante, ¿sintió celos ante la petición del novio? ¿Podrá seguir concibiéndolos ante el reciente estado de novio? 

Acabando de tomar la foto, la novia nos agradeció muchísimo y un ligero rubor asomó en sus mejillas. 

-Oh! Don't worry about it! -dijo Margo, poniendo una mano sobre el hombro de la chica-. He's a lovely guy. 

-Thank you -respondió la chica, tomando de la mano al novio y poniéndose, con la otra mano, la mochila sobre los hombros. Después, regresaron de donde venían.

-¡Qué chico tan lindo! ¿No lo crees? -me preguntó Margo.

-Sí, la verdad es que sí -respondí. Y así era. 

Después de eso nuestras mentes olvidaron rápidamente lo que acababa de ocurrir y nos dirigimos a la sala de espera. Allí había un pequeño puesto donde vendían café Starbucks. Pedí un té chai frappé y Margo, por su cuenta, un café negro con doble carga.

Todavía faltaban alrededor de una hora para que el avión despegase con nosotros dentro, así que saqué un libro de Ray Bradbury y comencé a leerlo. Nada más ni nada menos que Fahrenheit 451. Comenzaba a perderme dentro de la lectura cuando, en el fondo de mis pensamientos, un ruido comenzó a adueñarse de mi mente. Primero, sonaba como un fuerte chillido; después se fue acentuando y cobrando poder, de tal manera que ya no era un chillido sino un fuerte grito. Y ese grito era ocasionado por la chica rubia de antaño que corría tras el novio negro. El novio había perdido los estribos y ahora se dirigía hacia Margo... de nuevo. Margo estaba poniéndole al café un sobre de azúcar cuando el monstruoso hombre la cogió por las piernas, haciendo que ésta tirara el café sobre su blusa, y se la llevó sobre los hombros, mientras Margo lanzaba largos alaridos de pánico.
Y así, comenzaron las vacaciones.  

¿Dónde está Margo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora