Aeropuerto #1

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Margo y yo hacíamos el amor prácticamente todos los días. En la cama, en el baño, en la sala, en la cocina, en la pared, en donde fuese. Con música, sin ella, en la noche o en el amanecer, con ropa y sin ella...
-Que me cagan los aparatejos esos, te digo -decía ella cuando veíamos fotos del avión en el que nos subiríamos-. Nunca me han gustado.
-Será porque nunca te has subido -respondía, dándole un beso en la frente.
Desde aquel primer día de amor sobre las sábanas, mi actitud hacia la vida había cambiado totalmente. Me había vuelto más seguro, con más vida, más actitud. Dejaba de lado un poco más el "qué dirán" y ahora en mi mente me ocupaba de otros asuntos.
Margo, la víspera del viaje, se encontraba bastante nerviosa. Conforme pasaban los meses, ella había estado comprando ropa gracias al sueldo de la cafetería y toda ella llenaba prácticamente la mitad de mi armario. Normalmente -cuando no le daba por dar vueltas desnuda por la casa- vestía sudaderas holgadas, Converse y pantalones de mezclilla ajustados. Su cabello lo dejaba un tanto desarreglado. Hacía unos días que se lo había cortado y ahora sus cabellos, negros y brillantes, apenas tocaban sus hombros.
Por aquellos tiempos yo ya empezaba a ver a Margo con tanto amor que al momento de despertar, casi siempre a su lado, comenzaba a llamarla en mi mente y a admitirla como el amor de mi vida.
Una tarde, cuando almorzábamos en la cocina un sencillo huevo revuelto con chorizo, cebolla, perejil, chile seco triturado y sal con ajo en la mesa, a Margo le dio por comentarme acerca de una revista que había empezado a comprar hacía poco.
-Amok.
-¿Disculpa? -pregunté mientras picaba la comida con el tenedor.
-Dime, ¿a qué te suena eso? -dijo-. Amok.
-A amor -respondí, sin más.
-A mí también, más significa todo lo contrario. Amok es una palabra de origen malayo cuyo significado se refiere a una alteración mental en la que una persona se comporta de pronto de una manera totalmente salvaje, asesina y, después, cae en estado amnésico y depresivo. A lo que me refiero es que, cuando alguien padece amok, puede matar a su madre y luego deprimirse a tal grado que se suicida.
-Eso es horrible -comenté. Me costó trabajo pasar al estómago el bocado que había masticado.
-Lo sé -dijo Margo y los dos nos volvimos a sumir en el silencio. Luego, ella se levantó de su asiento y puso los platos vacíos sobre el fregadero. Momentos después yacíamos sobre la cama, de nuevo.
Me gustaría poder decir adónde nos fuimos de vacaciones, pero prefiero guardar un límite de confidencia dentro de esta historia. El lugar, lo que puedo permitirme describir, poseía grandes playas y lujosos hoteles en las costas... Sin embargo, Margo y yo pasamos aquellas noches dentro de un hotel barato, con desayuno incluido, que se ubicaba por el centro de la ciudad. Todo esto, claro, después de que Margo superara el miedo de los aviones y la ansiedad del momento.
Durante el amanecer del día el viaje, Margo no paraba de decir: «Mierda, mierda, mierda» mientras acomodaba las últimas blusas dentro de su maleta. Se le notaba totalmente distinta: ya no poseía aquella seguridad que tanto la caracterizaba ni el carácter fuerte y desinhibido: ahora presenciaba a una Margo abarcada totalmente por un temor sin verdaderos fundamentos.
-Wey, he visto cómo esas cosas caen en picada al suelo o al mar -decía-. ¿De verdad no tienes miedo?
Yo reía y la abrazaba, haciendo que dejara de poner blusas dentro de la maleta. Sus ojos brillaron ligeramente.
-Margo, querida -decía-, me iría contigo en la espalda pedaleando una bicicleta si supiese que eso es lo más seguro para ti... No tienes que preocuparte de nada. Confía en mí.
Un ligero rubor se asomó en sus mejillas.
-Está bien -dijo, tomando el cierre y corriéndolo para cerrar la maleta.
Sin embargo, aquel "está bien" se fue al carajo cuando pusimos un pie sobre el aeropuerto. Habíamos tomado un camión que había tardado unas tres horas y media en llegar al lugar y, cuando nos disponíamos a tomar las maletas del suelo, Margo recordó a una pequeñita que había dejado sola en la cafetería sin haberle dicho adiós.
-¡Oh, Dios mío, Flor!

-¿Ella qué? -pregunté.
-No me despedí de ella -dijo-. Carajo, me siento del nabo.

La verdad es que yo no le vi gran problema a ello. Quizá por falta de sensibilidad mía o por no haber analizado realmente la situación.
-Vamos, pronto regresaremos de nuevo y la verás, como siempre -dije. Margo no quiso seguir con la conversación y asintió, simplemente. Con eso, a su nerviosismo se le aunó un ligero mal humor que causaría que aquel primer día de vacaciones fuese el más recordado para el futuro y el más odiado para aquel presente.

La fila para el pase de abordaje era un infierno. Como el aeropuerto había cerrado el día anterior, aquel día se estaban realizando los vuelos de aquel día y del día pasado. Por lo tanto, tuvimos que esperar durante una hora y media enfrente de una mujer que llevaba a su hijo con una correa por la espalda.
-Carajo -dijo Margo.

-Margo, ¿podrías dejar de decir "carajo" todo el tiempo? -dije-. Por favor, llega a ser molesto.
-Yo digo carajo cuando yo quiera -respondió-. Además, lo digo por la mierda de vida que debe estar llevando aquel chamaco.
Volteé a ver al niño que intentaba abrir un paquete de galletas mientras la correa le pendía por la espalda. De repente, no pude aguantar la risa. Solté una carcajada seguida de una fuerte tos, causada quizá, por mis ganas naturales de esconder la risa por vergüenza. Margo, al verme reír, rió también.
-¿Pues qué? -dijo, entre risitas-. ¿No concuerdas conmigo?
Yo seguí riendo y me limité a decir:
-Margo, no tienes madre.

Al final el niño comió sus galletas con gran deleite mientras Margo y yo nos recuperábamos del ataque de risa. Era un niño como cualquier otro: moreno, pelo oscuro, manos y cachetes gordos. La madre, al contrario, lanzaba al aire el perfecto mensaje de que la vida que ella llevaba era protagonizada por un estrés constante ante la protección natural hacia el niño hiperactivo y, aunado a ello, un reciente divorcio con un hombre de quien no volvería a saber nada durante toda la vida. Todo ello, claro, sin una clara seguridad. Sin embargo, me entretenía pensando en ello.
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¿Dónde está Margo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora