Margo hace el amor.

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Se acercaban ls vacaciones de verano. En pocos días el último timbre del año -ese que todos a toda edad adoran- sonaría y él saldría por última vez en dos largos meses por la puerta principal del colegio. Le había ido bien aquellos meses, los alumnos habían sido mejores -sólo un poco- que los del año pasado y, además, se había llevado al bolsillo comentarios excelentes sobre su forma de enseñar.
«Saberlos escuchar» pensaba. «Es todo»
Y ahora que vivía con Margo dentro de su apartamento, quería aprovechar al máximo las vacaciones con ella. Así que saliendo del colegio se fue directo a casa tomando el autobús. Y mientras pasaba por las mismas calles de siempre iba pensando en los lugares a los que podría ir con Margo.
Abrió la puerta de golpe, emocionado por la idea. Buscó a Margo con la mirada y, cuando la vio, toda su emoción se redujo a un rostro encendido y un aflore de erección: Margo, cómo no, estaba desnuda leyendo sobre el sofá.
-Margo... -dijo, tranquilizándose.
-¡Ni me digas nada! -interrumpió ella- Hace un calor del nabo y no pienso vestirme en unas horas. Así que ve a masturbarte por ahí y deja de andar chingando.
Se ahogó con su saliva y empezó a toser. Alguien, quizá un hombrecito pintor, le lanzó una gran cubeta de pintura roja a la cara. Fue rápido al frigorífico y abrió la puerta buscando algo que tomar y también esperando que la puerta de éste cubriese su erección mientras ésta disminuía.
«Bueno, ¿qué podías esperar?» pensó para relajarse. Puso los ojos en blanco y tomó el cartón del jugo de durazno y lo sirvió en un vaso. Margo había vuelto la vista, tranquila, a su libro. Hacía un mes que había acabado "Sputnik, mi amor" y ahora se deleitaba con "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas". Le encantaba. Era una obra excelsa. De fondo sonaba la canción de Vicio de Lola Club (así que háganme el favor de escucharla mientras leen esto).
-Margo.
Ella alzó la mirada del libro grueso y lo vio a los ojos.
-En unos días serán las vacaciones de verano.
Ella asintió y lo vio como diciendo "ajá, ¿y qué más?"
-Quiero salir de vacaciones contigo. Vamos a la playa.
Margo cerró el libro y plantó los pies en el suelo.
-Podemos rentar un cuarto de hotel durante unos días y pasear por ahí. Aún no sé qué playa ni cuántos días ni cuándo será, pero quiero que sea pronto. ¿Te parece bien?
Margo se movió, dubitativa. Sus senos se movieron ligeramente. No sabía si correr a abrazarlo y llorar o llorar ahí mismo en el sofá. Escogió la primera. Corrió hacia él y lanzó un suave gemido al aire mientras lo abrazaba con demasiada fuerza, apretándose contra él. El hombrecito pintor lanzó otra cubeta. La erección salió al aire de nuevo y tocó la pelvis de Margo.
-¡Santo cielo, eres el mejor! -decía Margo llenándole de lágrimas la camisa y la corbata. - Tendré que pedir unos días de vacaciones en el trabajo pero no importa. ¡La playa! ¡Iremos al mar!
Él se limitó a sonreír y a rezar porque Margo no sintiese su pequeño monte bajo el pantalón. Separó un poco a Margo de su cuerpo y la vio a los ojos. De repente, como un fuerte golpe, la erección bajó por completo. Margo lo estaba viendo de una manera totalmente diferente a como lo solía ver. En sus ojos brillaba algo diferente, algo como... ¿Cariño? ¿Amor? ¿Adoración?
-¿Te agrada la idea entonces? -dijo él con ternura, sosteniéndola de la desnuda cintura.
Margo asintió y le besó en la mejilla, manteniendo sus labios pegados durante dos segundos, dejando un bellísimo tacto tras de sí. Después, sus manos que, hasta ese momento, habían estado recargadas en su pecho, comenzaron a subir hasta su cuello, entrelazando los dedos tras él. Corría una brisa ligera sobre la casa y afuera el sol se había escondido tras las nubes.
De pronto, la música dejó de sonar, el trino de los pájaros y el estado del cielo valió un carajo, el mundo se silenció por completo. Su corazón latía violentamente; la adrenalina comenzó a correr por su sangre; sus pestañas se acercaban cada vez más a las de ella. Por su parte, Margo levantaba los pies hasta quedar de puntillas y metía las manos por sus cabellos, con los ojos ligeramente cerrados, viendo únicamente su boca. ¡Al carajo con Murakami, con la desnudez, con el cielo, con los pájaros y con el jodido calor! Sus pequeños labios rozaron los de él, dubitativos, con miedo e inexperiencia y, sin quererlo, una humedad agradable comenzó a surgir en su sexo, buscando algo.
Entonces él lo decidió. Decidió que el primer beso a los quince años con la asqueada púber en aquella fiesta podía irse a la chingada, que aquella primera penetración con la putrefacta puta podía joderse y que en ese momento estaba dando el primer beso de todos, que estaba sintiendo su primera erección causada por una mujer y que todo el mundo podía hundirse en la desgracia salvo aquel beso que iba a ser el mejor de toda su vida. Y así fue. Se separó de todos los miedos y suposiciones absurdas y juntó sus labios nuevamente inexpertos con los de aquella mujer que, en ese preciso momento, había abarcado todo su cuerpo, su evocar y su sentir. Desde las células hasta lo más recóndito de sus recuerdos. Lo embriagó con el primer sentimiento de amor puro y pulcro que había tenido en toda su existencia. Su respiración se aceleró y sostuvo su cintura con más fuerza, recargándola en la pared con extremo cuidado pero a la vez con salvaje anhelo, sintiendo su cuerpo, oliendo su perfume a mujer virgen, saboreando sus labios, escuchando sus gemidos.
Margo le había quitado la corbata, que yacía en el suelo, había lanzado la camisa desabotonada, que yacía sobre el sofá, y se sostenía de su cintura con las piernas mientras sus brazos jugaban con su cuello sudado que se movía al compás de sus labios. Fue una vorágine, una pasión pulquérrima, un paroxismo. Las mariposas amarillas de García Márquez se quedaban atrás, el amor colombiano de María a Efraín se hacía insulso, las golondrinas de Bécquer caían de picada sobre el suelo y tanto Florentino Ariza como Fermina Daza se perdían en el mar.
Y sin más, aquellos dos se entregaron al otro con vehemencia, con pasión.
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Los nombres de los personajes utilizados al final del capítulo salieron de los siguientes libros:
"Cien años de soledad" y "El amor en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez.
"María", del romántico colombiano Jorge Isaacs.
Poema "Volverán las oscuras golondrinas" del español Gustavo Adolfo Bécquer.

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