Margo aparece desnuda en mi habitación.

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Al día siguiente, Margo apareció en mi habitación completamente desnuda revoloteando en uno de mis cajones. Yo acababa de despertarme -literalmente- y cuando la vi mis ojos se abrieron como platos. Lancé un grito y la sorpresa hizo que las nalgas de Margo respingaran. Un rubor caliente y totalitario abarcó mi rostro.
-¡Margo! -grité- ¡¿qué haces?!
Ella volteó la cabeza lentamente y de una manera muy tranquila. En su rostro no se veía rastro alguno de vergüenza o sorpresa.
-¿Qué? -soltó- ¿Nunca habías visto a una mujer desnuda?
Me ruboricé aún más. Muchísimo más. Sus pechos se mostraban centelleantes ante mis ojos y unos pequeños pezones endurecidos por el frío hacían que mi corazón fuese a mil por hora. El pubis encerraba por completo a su sexo y apenas se podía ver algo de piel debajo de él. La erección que tuve en aquellos instantes fue -sino la más grande- una de las más grandes que he tenido en mi vida. Y como estaba boca arriba, me volteé rápidamente para que no se notara. Respiré profundamente. Empecé a pensar y a evocar cualquier estupidez que se me viniese a la mente con tal de que la erección bajara. "El desayuno, el desayuno, el desayuno". Nada funcionaba.
Por las cortinas empezaba a amanecer. Vi el reloj de al lado y las manecillas verde fosforescente marcaban cinco para las seis. En cinco minutos sonaría la alarma.
Cuando por fin mi erección bajó, volteé la vista hacia Margo y pregunté:
-Margo -traté de parecer tranquilo-, ¿qué estás buscando?
Ella ni siquiera volteó, sólo respondió:
-Estoy buscando una corbata, ¡pero creo que no tienes más que esa horrible color gris!
Puse los ojos en blanco.
-Gracias -respondí sarcásticamente-. No busques en ese cajón. Está en el de al lado.
Margo volteó, me vio por un instante y regresó su cabeza. Abrió el cajón que le dije y con un fuerte "¡ah!" sacó una corbata color vino.
La estudió por unos minutos, la olió -fue algo ligeramente extraño- y la enrolló en su mano.
-¡Excelente, muchas gracias! -dijo y salió de la habitación.
Cuando hubo cerrado la puerta, lancé un gran suspiro. Apagué la alarma que en ese momento empezaba a sonar y salí de la cama. Me calcé las sandalias y entré al baño. Me senté en el retrete y -¿qué más podía hacer?- comencé a masturbarme pensando en lo que acababa de ver. Fue un orgasmo tranquilo.

La cocina había sido abarcada por un rico olor a comida. Cuando me asomé, las faldas de Margo se movían al compás de sus pasos mientras ella iba moviéndose por la cocina volteando panqueques en el sartén, enjuagando trastos sucios en el fregadero, cortando fruta, etcétera. "Esto es increíble", pensé, "parece novela". Al ver su falda moviéndose con tanta naturalidad recordé sus nalgas respingando ante mi grito hacía solo veinte minutos. Mi cara se puso como tomate. Carraspeé. Margo dio la vuelta. Llevaba una blusa azul claro sin mangas y una falda color beige claro. Un pequeño brazalete relucía en su muñeca izquierda. ¡Qué bonita!
-Bienvenido -dijo con una gran sonrisa. Quitó el ultimo panqueque del sartén y lo puso sobre un contenedor de plástico. Después puso la fruta picada -sandía, papaya, piña, mango y manzana con jugo de naranja- en dos platos y los puso sobre la mesa que ya tenía manteles y cubiertos.
Tomé asiento después de que ella lo hiciera y a los pocos minutos de que hubiésemos empezado a comer, Margo empezó a criticar la manera en que habíamos estereotipado a los desayunos.
-¿Qué pasa si yo quiero comer huevo con jamón en la comida? ¿O como almuerzo en el recreo? -decía- ¡La gente me miraría con total extrañeza! ¡Y no se diga si quisiera comer panqueques con miel de maple! ¡La gente me mataría!

Las clases comenzaban siete y media. Salimos del apartamento a las siete en punto y llegamos a la parada del autobús a las siete con cinco. Esperamos un rato. Hacía frío. Margo llevaba una gruesa chamarra que le había prestado y yo llevaba simplemente un traje gris. Llevaba una corbata color azul marino. Una pareja se encontraba sentada junto a nosotros. Se besaban como si no hubiese nadie más en el mundo que ellos. Por las protuberancias en las mejillas del chico se notaba cómo la lengua de la chica acariciaba sus dientes. Entonces la chica lanzó un gemido agudo y corto. Y ese gemido fue el detonante de una bomba llena de recuerdos.
Yo tenía alrededor de 17 años. Era una mañana calurosa y el cielo estaba completamente despejado. En ese entonces tuve una novia -con la que duré dos semanas- de mi mismo año. Otra amiga me la había presentado y después de platicar un rato y antes de que los dos supiéramos siquiera el apellido del otro, llegamos a la conclusión de que seriamos novios. Como dije antes, mis habilidades y experiencia con las mujeres, en ese entonces, eran prácticamente nulas, así que me emocioné como un niño la primera vez que nos cogimos de la mano. Y aunque me sentía totalmente realizado en esos momentos, no quería que nadie nos viese. Nadie. En especial una chica de mi clase llamada Ana.
Un día decidimos subir mi novia y yo a la azotea del edificio de rectoría del bachillerato al que íbamos. Ahora han construido ahí más salones de clase pero en el pasado era una simple terraza con unas cuantas mesas y sillas. Nos metimos en un rincón donde los dos sabiamos que nadie nos vería, nos sentamos y, con sólo imaginarme lo que haríamos, tuve una erección. Sin embargo, ella me dijo que quería irse -llevábamos ahí sentados cinco minutos, ninguna fantasía se cumplió-. Mi erección seguía ahí. Mi rostro se puso como tomate e inventé cualquier excusa para quedarnos. Ella aceptó y recargó su cabeza en mi hombro.
-Quiero besarte -dijo, de repente.
-Nunca lo he hecho -mentí. Mi corazón sonaba en mis oídos como locomotora.
No dijo nada más y puso sus labios con gran fuerza en los míos y empezó a llenarme de saliva toda la barbilla y las mejillas. No moví un ápice. Entonces ella empezó a gemir. Gemir de verdad. Como si estuviésemos haciendo el amor.
-¡Oh, amo cómo besas! -había dicho.
Continuó así hasta que la paré. Nos fuimos cogidos de la mano y al día siguiente decidí terminar la relación con ella.
El autobús llegó a las siete con siete. Nos subimos y dejamos a la pareja que seguía besándose en la parada. Margo empezó a observar las calles a su alrededor, fascinada. Sacaba la cabeza de la ventana y observaba con los ojos bien abiertos, el centro de la ciudad. Casas viejas y exiguas se mostraban por doquier y un mar de gente caminaba de aquí para allá cargando bolsas y demás. Margo parecía turista -y, en parte, por más extraño que parezca, lo era-.
Llegamos a la escuela y me fui directamente a la oficina de la directora. Tenía que inventar alguna buena excusa para que Margo pudiese estar conmigo durante aquel día.
-Es una amiga lejana que está estudiando docencia -dije. La directora, con quien me llevaba muy bien, se veía dubitativa-. Me preguntó si podía acompañarme a mi trabajo para tener una primera experiencia con una clase de bachiller.
La directora reflexionó un momento, sospechando, pero al final accedió.
-Muy bien, sólo anota aquí -puso frente a mí una agenda- su nombre completo y el número telefónico de su casa.
Dudé un instante. ¿Cómo decirle que no tenía ni idea de su apellido y que "su casa" en estos momentos era mí casa?
Al final terminé poniendo un apellido y un número cualquiera, ya me las arreglaría después. Mientras tanto Margo se encontraba hablando con la secretaria de la directora. Y mientras la directora revisaba los datos que acaba de anotar, observaba por el cristal la cintura de Margo moviéndose al compás de su risa. Se notaba que había entablado una buena conversación con la secretaria.
Salí de la oficina más calmado gracias al permiso y reparé en un alumno de tercer año que se encontraba hablando con un profesor en la sala de rectoría -ubicada a unos dos metros de la oficina de la directora-. Era un chico bastante guapo. Las otras alumnas lo veían todo el tiempo y susurraban a sus espaldas. Y, cómo no, Margo también había notado su presencia.
-Ya estuvo -dije, acercándome en donde estaban ella y la secretaria y ella volteó a verme-, sólo quédate a mi lado todo el tiempo.
-Entendido -respondió. Se despidió alegremente de la secretaria y caminó hacia la puerta. Antes de abrirla, volteó y me dijo, con una voz totalmente clara y fuerte-: ¿Sabes? Yo a ese muchacho de allá le doy con todo.
Mis ojos se abrieron como platos. Mi rostro se encendió enseguida y abrí la puerta lo más rápido posible empujándola hacia el exterior.
Ya estando afuera, en el pasillo, mientras mi rostro volvía a la normalidad y mis pensamientos sobre si había hecho lo correcto al traer a una desconocida conmigo al trabajo pasaban de largo, me dirigí hacia Margo:
-Margo.
-Dígame -estaba observando los salones de clase.
-Necesito que te tranquilices y me veas a los ojos.
Margo volteó.
-Dígame -repitió.
-Estamos en una escuela, una institución, ¿entiendes? -ella asintió- Y es por eso que debes mantener la cordura y actuar de una manera totalmente madura. No puedes hacer comentarios de ese tipo sobre los alumnos. ¡Los rectores me comerán vivo si sigues haciendo eso!
-Hombre, ese muchacho tenía un rostro divino.
-No se trata de eso, Margo, estoy hablando de mi trabajo. No quiero que por una cosa así mi reputación se vea manchada, ¿entiendes?
-Oye, la reputación importa un carajo. Aquí todos saben que eres un excelente profesor .
Me sonrojé. Decidí no darle más vueltas al asunto. Eran las 7:25 de la mañana. Teníamos cinco minutos para llegar.
La escuela contaba con dos campos para fútbol. El segundo, además del campo, contaba con una pista de atletismo y un pequeño almacén-comedor. Aparte de eso, la escuela se dividía en dos secciones: el edificio de primaria y el edificio de secundaria y preparatoria. Además contaba con un gimnasio, un auditorio, una alberca, una cafetería y una biblioteca de donde había sacado varios libros de Cortázar y Poniatowska.
-Muchachos -dije entrando al salón. Los alumnos se pusieron de pie. Margo entró después de mí- Les presento a Margo. El día de hoy viene acompañándome para evaluar su desempeño. Por favor denle un afable saludo.
Los alumnos le dirigieron un "buenos días" al unísono y Margo lo regresó con una sonrisa radiante. Observé cómo los ojos de los chicos brillaban ante ella y sus miradas se desviaban ante todo su cuerpo. Margo tenía un cuerpo bello.
Di mi clase con total naturalidad. No hubo gran problema. De vez en cuando Margo hacia un comentario chistoso y todos reían, incluyéndome. Todos los chicos se sonrojaban ante las miradas furtivas de Margo hacia ellos. Los miraba como estudiándolos.
Al sonar la campana, cogí mis cosas y salí después de Margo. Estaba seguro que muchas miradas iban dirigidas hacia su nalgatorio. Volteé a ver a mis alumnos con una sonrisa pícara y una mirada con un mensaje de "Ya los vi, ¿eh, muchachos?" escondido.
Ya estando en el pasillo, dirigiéndonos hacia el otro salón en donde impartiría otra clase, Margo me dijo, con un tono de voz bajo:
-Eres un cabrón.
-¿Ah sí? -le respondí, sorprendido. Ese adjetivo podía tener una denotación positiva o una negativa. No sabia a cuál se refería.
-¡Pero por supuesto! -dijo- Todos ahí te veían absortos. Si me preguntaran no sabría cómo explicarlo pero ahora entiendo por qué todos hablan bien de ti. ¡Tienes un don, hombre!
-Gracias -dije, sonriendo. Acabando la frase, entramos al otro salón y todo se repitió. Incluidas las miradas furtivas a sus nalgas.

¿Dónde está Margo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora