Aeropuerto #3

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-Hola -me dijo aquel hombre sentado frente a mí. Tenía la barba larga y descuidada, como la de Santa Claus pero en color negro potente. Era gordo como pocos hombres lo eran actualmente y la ropa que vestía despedía un hedor penetrante... Como a comida podrida. Parecía -y podría asegurar que lo era- un vagabundo cualquiera. Su piel morena estaba llena de manchas oscuras y las uñas de sus manos, largas y filosas, escondían tras de sí una combinación de comida de días pasados y mugre de días -¿o semanas?- sin alguna ducha.
-Qué hay -respondí. Me dolían los costados del abdomen por los golpes de los guardias. Definitivamente me había sobrepasado.
Margo se encontraba en una sala aledaña a la que yo estaba y con toallas húmedas se limpiaba la blusa manchada por el café. El novio negro de la chica estaba recostado sobre el suelo con sábanas gruesas bajo de él. Su cabeza tenía un gran chichón y su ojo derecho estaba inyectado en sangre, mientras que de su boca salía un pequeño hilo de sangre.
Había sido así de simple: al momento en que el negro atrapó a Margo y se la llevó cargándola sobre los hombros, solté el té chai y corrí tras él. Nunca supe qué buscaba hacer aquel gigante con Margo... Pude alcanzarlo antes de que supiese la respuesta. El negro llegó a otra sala de espera, cuyos pasajeros esperaban ser trasladados a Japón, y puso a Margo sobre tres asientos vacíos. Justo cuando se decidía a hacer lo que iba a hacer -¿Desnudarla? ¿Golpearla? ¿Besarla?- llegué corriendo, con el corazón en la garganta, y con una fuerte embestida tiré al tipo al suelo. Él cayó como un pesado bloque de piedra, produciendo un sonido irreal. Después... Bueno, no sabría bien, incluso ahora, cómo justificar aquel golpe a su rostro. La verdad era que con aquella embestida ya era suficiente. Sin embargo, algo en mí, durante aquellos segundos, me dijo que no lo era. Que en cualquier momento él se levantaría y reaccionaria violentamente sobre mí... O sobre Margo. ¿Mas cómo podía atreverme a golpear a una persona con una evidente presencia de retraso mental? Bien, esa pregunta la formulé momentos después, cuando llegaron los guardias. En aquel momento, únicamente di la orden a mi brazo y éste obedeció. 
Y bueno, gracias a ello, ahí estaba yo.
-Tú no te preocupes, ¿eh? -me dijo el tipo-. Aquí no les gusta tener demasiado tiempo a la gente retenida. Sólo unas cuantas llamadas de atención, una amenaza quizá y ya estuvo. En menos de lo que crees estarás allá afuera tomando el vuelo.
-Eso espero -respondí. Y aunque no tenía muchas ganas de iniciar una conversación, agregué-: ¿Usted por qué está acá?
El hombre se acomodó sobre su asiento, frunció el ceño y dijo:
-Problemas con mi nombre, hijo -respondió-. Siempre es la misma vaina.
No dijo nada más. Me limité a asentir y dije: "ya veo". Luego, cada uno volvió a sus pensamientos.
La sala era una sala cualquiera, de aquellas con sillones negros y paredes grises, que más que ofrecer tranquilidad y un aspecto agradable, llenan el ambiente con cierta incomodidad y amenaza.
De pronto, antes de que pudiese analizar la habitación con más detenimiento, la puerta de la sala se abrió y un guardia con la panza enorme y una barba descuidada dijo mi nombre.
-Soy yo -dije.
-Adelante, por favor.
Y la verdad es que me gustaría ahorrarme la conversación que tuve con aquellas personas. Solamente agregaré un pequeño resumen:
«¿Por qué lo hizo?»
«Por la misma razón por la que usted correría tras alguien que se llevó a su esposa sobre los hombros»
Silencio.
«Mire, amigo, entiendo su situación. El haber corrido tras él y haberlo embestido es algo que podemos calificar como bueno o no-tan-malo. Pero el puñetazo... Ése sí estuvo totalmente fuera de lugar.»
«Comprendo.»
Silencio otra vez.
«Ahora bien, amigo, mi vuelo sale en exactamente catorce minutos. ¿Podré irme de vacaciones o tendré que esperarme aquí hasta que el chico reaccione?»
Frunciendo el ceño, el guardia dice:
«Lárguese».

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Algo que me encanta del despegue y el aterrizaje de un avión, es que tú, por dentro, observas que todo lo que, para ti, es enorme y totalmente importante (hablemos pues, del tráfico, edificios, la sociedad, etcétera) empieza a hacerse igual de pequeño que una semilla de chía. Y es entonces cuando te das cuenta de las nimiedades por las que te preocupas y de la nimiedad que eres. Así que antes de cerrar los ojos, correr la persiana de la ventanilla, lanzar un suspiro de alivio y entrelazar mis dedos con los de Margo, me dediqué por completo a pensar en aquellas nimiedades. Margo, por su cuenta, sacó un libro de Banana Yoshimoto de su mochila de mano y se adentró en las playas que alguna vez visitó la protagonista de Amrita. Cuando hubo abierto el libro en la página en la que puso el separador, besó mi frente y dijo: "descansa, amor". Y yo, lógicamente, sonreí mientras el hombrecito pintor llenaba mi rostro con color rojo.
Dormí hasta que el avión aterrizó, seis horas después.

¿Dónde está Margo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora