El hielo, al fin y al cabo, frío, y la rosa, al fin y al cabo, roja.

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Las clases terminaron 2:15 de la tarde. Al salir, Margo y yo nos dirigimos a comer a una pequeña fonda que se encontraba cruzando la calle. El menú del día constaba de espagueti con aceite de oliva, chile rojo, seco y triturado y especias varias; un plato de espárragos asados con un trozo de arrachera jugosa al lado, agua de jamaica y pan rebanado para acompañar. Todo ello, por cincuenta pesos, parecía un regalo. Margo comía con avidez y yo más pacientemente.
Todo corría con normalidad. Sin embargo había algo en mi cabeza que no me dejaba tranquilizarme: ¿qué haría ahora con Margo? Apenas la conocía hacía unas 24 horas y ya había pasado con ella más que con cualquier otra chica -sin contar a la ramera, claro-. Pero ella tenía que regresar a su casa. No podía quedarse para siempre en mi apartamento y no todos los días podría acompañarme al trabajo. Ahora bien, si no recordaba para nada ni siquiera un pequeño indicio acerca de su procedencia, tendría que encontrar un trabajo para poder mantenerse ella en otro apartamento... o ayudarme con la renta. Al momento de plantearle esto a Margo, ella respondió:
-Dame una semana -. Dejó los cubiertos sobre el plato casi vacío-. Y si en ese tiempo recuerdo algo te lo haré saber.
-Me parece bien -respondí.
¡Idiota! ¿Una semana contigo? ¿En tu apartamento? Mi moral estaba teniendo una fuerte discusión conmigo mismo. Sólo han pasado veinticuatro horas, sí. Y durante ese tiempo me la he pasado tan bien... Exceptuando algunos inconvenientes como el comentario del chico guapo o su falta de pudor -ésta última fue la más difícil de soportar-. Sin embargo, durante estas horas Margo no me había causado mayores problemas. No era una persona sucia y tampoco transmitía desconfianza. ¡Además me había hecho el desayuno! ¿Qué mejor compañía temporal?
¿Temporal?
Creo que no quieres que sea temporal.
No, quítale el "creo que", no quieres que sea temporal.
Y así era. Él se había enamorado.
«Sí, estoy enamorado de ella», pensó. Y sonriendo, añadió: «El hielo es, al fin y al cabo, frío, y la rosa, al fin y al cabo, roja». Y sencillamente, aquel amor nuevo y joven lo llevaría a alguna parte. «Algún lugar desconocido en donde me perderé o me encontraré», añadió. «Y no puedo evitarlo. He caído de brazos abiertos ante el precipicio de su belleza, de su sonrisa hermosa y la dádiva de su cuerpo desnudo. He caído ante sus comentarios sarcásticos y satíricos, ante su mirada furtiva y su gusto por el té de limón. Ante su amor nuevo hacia los volcanes y hacia la nieve que en ellos se posa. He caído totalmente y sin reserva alguna en Margo. Como si yo mismo me desprendiera de yo mismo y cayera, sin que yo lo permita, sobre sus manos y su voluntad.»
Pero Rilke tiene razón. Un amor joven es desastroso, catastrófico, una hecatombe. Un joven no puede tomar enserio una relación porque aún no está formado del todo. El joven es una pieza incompleta. ¿Y qué pasa cuando juntas dos piezas incompletas, inconclusas? Simplemente algo sale mal. Y aunque tenga 26 años y ella, por lo que dice, 23, hay algo de nosotros que aún no está listo. Listo para el gran reto -al fin y al cabo todo lo que hacemos es signo y símbolo del amor que buscamos- que una relación presenta.
Y así era.
Sin embargo, aún sabiendo a lo que se atenía, cayó de rodillas ante Margo mientras ella mordía sonriente una rebanada de pan crujiente. Las migajas caían despreocupadas hacia su falda pulcra y un viento del norte movía sus cabellos hacia la derecha. Las voces de alrededor parecían haber bajado de volumen. Ya no se oían los gritos de los niños al salir de la escuela, tampoco el de los coches acelerando y pitando en las avenidas. Y aunque él hubiese querido escucharlos, no podría. Era imposible en ese momento. Sólo observaba aquellos hermosos y brillantes ojos marrones, esas pestañas largas sin maquillar y esos labios delgados y llenos de vida y alegría. Sus cabellos negros brillaban igual que los de las modelos en la televisión -o era su imaginación, pues ya estaba totalmente sumergido en su belleza-.
«¿Margo, qué acabas de hacerme?»

¿Dónde está Margo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora