Capitulo 19

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Amalia tropezó consigo misma y tuvo que sostenerse de la superficie con la que había chocado.

Si solo sus traidoras piernas dejasen de temblar...

¿Te parezco... un niño?

¿Niño? ¿Quién había dicho tal cosa?

¿Ella?

El retumbar de su corazón repicó en sus oídos y su respiración dejó de funcionar correctamente.

El contraluz del claro de luna que se colaba por el balcón resaltaba cada una de las líneas de la silueta masculina a pocos metros de ella, pero era el resplandor azul emanando de su cuerpo el que no le permitía a ninguna sombra ocultar nada.

Oh... grandísimo... Sadida...

Sus labios de repente se sintieron secos y su bajo vientre se volvió un revoltijo caótico.

Un par de objetos cayeron con un sonido sordo.

Espera, no eran objetos.

Eran pasos lentos y perezosos.

Del hombre frente a ella.

Y venían en su dirección.

Para su complexión delgada y grácil, cada uno de sus músculos estaba bien tonificados y se contonearon con cada movimiento. Y lo que había sentido a través de la tela ajustada de su licra no se comparaba con las duras ondas que estaba contemplando ahora mismo.

Todas ellas.

Esa tez de saludable tono miel aun destellaba con el sudor y los reflejos azul eléctrico de sus ojos estaban fijos en ella. Si se concentraba en cualquiera de esos atributos, tal vez incluso en el resplandor de sus alas, podría mantener la mirada alejada de su estrecha cintura, sus largas y tonificadas piernas y...

¡Dioses, eso era lo que había sentido tantas veces contra su cuerpo!

¿Siempre había sido así de...?

Una mano se plantó a cada lado de su cuerpo y se quedó mirando como estúpida los rasgos angulados de su rostro, esos ojos almendrados encendidos, ahora la estaban taladrando en el lugar.

Tan cerca, el calor que irradiaba era demasiado para soportar.

Ese aroma a algo más antiguo que la existencia, bañado por el sol, provocó tal vértigo en sus sentidos que su vista se nubló.

Si no se sujetaba, caería de bruces contra ese sólido pecho y... ¿era eso una mala idea?

¿Aparte de la dignidad tirada al olvido?

Y seguía sin tocarla, ni siquiera un roce.

En todo caso, en lo profundo de su cuerpo, un dique húmedo envió latidos de dolor, una sensación de punzante vacío.

¿Vacío de qué?

No iba a mirar hacia abajo, no iba a hacerlo.

De todas formas, no podría, ya que ese hipnótico azul la mantenía inmóvil.

Malditas piernas, respondan.

-¿Todavía... me ves como un niño? – fue el grave y sedoso retumbar en la garganta masculina.

Se iba a desmayar, sería ella quien se desmayase.

Un grueso dedo se posó en el dobladillo de su blusa, justo donde su corazón galopaba enloquecido, justo donde uno de los zarcillos que se enroscaban en su piel.

Las venas verde pálido habían llegado hasta ese dedo. Latían al contacto con las venas azules que destellaban sus zarzas.

-Yugo... – consiguió decir, su voz salió rasposa.

Wakfu: CollisionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora