Capítulo 29

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Amalia volvió a admirarse en el espejo, encantadísima con cómo los adornos destellaban sobre sus cuernos y la hiedra de su cabello, y la tela verde se ceñía a cada una de sus curvas con gracia.

Todos esos atributos que su amado no hacía más que apreciar, quedaban completamente realzados solo para él. La cara de bobo que tenía cuando le echó el primer vistazo la había llenado de satisfacción, y mientras se acicalaba, lo veía de soslayo para comprobar que seguía viéndola, embelesado.

Sí, aunque hubiese decidido enfocarse en arreglarse, y exponerse lo más posible a su escrutinio, podía sentir aquella mirada llameando en azul sobre ella. Sí, el aire se volvía eléctrico cuando entraba en esa faceta ardiente y se mordió los labios con anticipación. Tal vez debería apostar consigo misma cuanto más iba a poder resistirse antes de sucumbir a sus encantos.

Esa hermana mediana tenía razón: había que mantener el interés del chico, ¿no?

Estaba acomodándose el busto de forma "casual" cuando lo sintió. Esa fue su única advertencia antes de que los objetos a su alrededor vibrasen y se despegasen del suelo. El espejo pegado a la pared hizo tambalear su reflejo y con él, lo vio: Los ojos encendidos completamente azules.

Justo detrás de ella.

-¿Yugo?

En el acto de girarse, fue atrapada desde atrás por un par de sólidos brazos que la estrujaron contra el amplio pecho.

Perdió el aliento.

-Oh, oh, oigan, ¿Qué le está pasando? – farfullaron las chicas tras ellos, perdiendo el equilibrio.

Amalia se volteó como pudo, a ver a su compañero, esforzándose por respirar:

-Yu... go.

El rostro de él se enterró en su cuello y ella jadeó con fuerza cuando la piel de su clavícula fue succionada. Boqueando con dificultad, fue consciente de la mano restregando los dedos en su muslo, en proceso de sumergirse bajo su falda, y la otra frotándole el vientre, entre las descaradas aberturas del vestido, en dirección a sus pechos.

Se mordió el labio, en un intento por suprimir la forma en que su cuerpo despertó desde el fondo de sus entrañas, y estuvo al punto de rendirse a su toque.

Excepto que todo a su alrededor seguía cargado en estática azul. Y tenían espectadores: las tres hermanas, que habían conseguido estabilizarse usando sus zarzas, los miraban a través del espejo con los rostros colorados y ojos como platos.

Ahora abrumada por la vergüenza, se obligó a calmarse, respirar, y pensar...

-Por favor, retírense – su voz no salió tan autoritaria como esperaba, pero ese no era el punto.

-Mi reina... - intentó decir la menor, pero la mayor la detuvo.

-Sí, mi reina, como desee. ¡Vamos!

Casi se llevó a las dos chicas arrastradas fuera de aquel local, entre la gravedad invalidada por la energía que aún mantenía a los objetos flotantes.

Al verse finalmente sola, Amalia se permitió jadear por el estímulo de las manos masculinas sobre sus curvas y los dientes raspando su mandíbula. Como aquellos dedos estaban ya acercándose a su ropa interior, respiró hondo y volvió a concentrarse.

Sus poderes, sus deseos.

¿Qué es lo que él desea?

A esta altura parecía bastante obvio, ¿no?

Bien, démoselo pues.

Se mordió el labio inferior, suprimiendo una risita azorada:

-Yugo – puso una mano sobre aquella que iba camino a su intimidad y con la otra alcanzó la mejilla masculina – ¿te gusta este vestido, querido? Pensé mucho en ti cuando me lo estaba poniendo. Quería ver tu carita sonrojada, o hambrienta – resopló una risita – o ambas. Al final te quedaste ahí pasmado, como un bobo, juju. – Continuó frotándole el mentón con los dedos, de forma de que pudiese levantar su rostro en dirección a ella.

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