Saturno I

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   —Anda ven, a ver si te voy a tener que llevar con grúa, que te veo como un yunque pegado al suelo.

   Se dio cuenta que la situación me dejaba petrificado, y normal, una cosa era imaginarse estar con Lara en su casa y la otra era vivirlo de verdad. Por decirlo de alguna manera, me arrastró hasta su cuarto, el cual me fascinó cuando lo vi desde dentro. Estaba lleno de fotos, figuritas hechas de papel como mariposas, flores y animalillos. También había discos colgados en las paredes, junto a unos cuantos posters.

   —Es bonita, ¿verdad? —me dijo toda afable.

   —Mucho, es muy tú —por eso la habitación me había dejado anonadado. Sin saber por qué me ruboricé un poco.

   —¿Y como soy yo? —arqueó una ceja.

   Mierda, esta era una de las cosas que no tendría que haber dicho, porque se podían entender de otra manera.

   —Emm, es decir... así de dulce y tranquila.

   —¿Soy así? Que miedo entonces, estoy a un paso de parecer una Barbie —se rio mientras yo aún procesaba lo que le había respondido —. Venga, va, saca el portátil y yo voy a buscar en las estanterías de mi padre los libros que nos puedan ayudar para el trabajo.

   Asentí y todo seguido, Lara se marchó al comedor a por los libros. Mientras se encendía el portátil, me quedé pasmado mirando las paredes y los murales, y es que muchas de las fotos en las que aparecía ella, estaba con alguien más. Un chico. 

   Mi corazón se alarmó e inconscientemente mis pulmones empezaron a respirar de manera intranquila cuando vi una en la que el chaval le estaba dando un beso en el pómulo.

   ¿Y si era su novio? ¿Y si ya tenía a esa persona especial y yo he estado todo este tiempo haciéndome ilusiones como un idiota? 

   De repente se oye la voz alzada y lejana de Lara, lo que me hace despertar de toda esa angustia infundada por las fotos.

   —Eric, ¿puedes venir a ayudarme con esto? Que no alcanzo los libros de más arriba.

   —Sí, ahora voy —grité desde la otra punta de la casa.

   Me levanté rápidamente dejando el portátil a un lado y cuando pasé el marco que daba al comedor, me la encontré de puntillas aguantando un par de libros que parecía que se le iban a caer encima si los soltaba. Me dispuse a su lado, y los volví a poner en su sitio. Aquel mueble con estanterías parecía digno de museo, con sus relieves y tallado artesanal color caoba.

   —Podrías haberme llamado desde un principio para coger los libros.

   —¿Y quedar como la Barbie que tanto aparento? No gracias; seré enana, pero también orgullosa.

   —Madre mía —dije negando con la cabeza mientras en mi cara se plasmaba una sonrisa —. Anda, empecemos el trabajo, chica gremlin.

   —Oye, que tampoco soy un tapón. ¿O no sabes que Barbie es una mujer alta?

   —¿No decías que no querías parecerte a ella? Que contradictoria.

   —¡Tú te callas! —chilló mientras sonreía maliciosamente.

   Nos dirigimos de vuelta a su habitación con los libros que necesitábamos, y por el pasillo vislumbré un marco con una fotografía en la que posaba una familia. Y ahí estaba otra vez. Ese chico.

   Entramos al cuarto. Ella se sentó en su cama invitándome a que lo hiciera yo también, pero puse la excusa de que estaba más cómodo en la silla de su escritorio, pues no había la suficiente confianza como para deshacerle la cama sentándome en ella.

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