Atardecer

5 1 0
                                    

   ¿Cuánto tiempo llevaba a oscuras? No sin la luz del laboratorio, sino en la sombra que había escondida detrás de mis párpados. No había abierto los ojos hasta ahora por miedo a algo, no sé el qué. Quizá porque si era el dolor lo que me condicionaba a tenerlos así, a lo mejor abrirlos significaba la ausencia de este, y a lo mejor eso no era buena señal. ¿Y si al abrirlos no había dolor, no había nada?

   Y allí, cuestionándome si había o estaba estirando la pata, empecé a escuchar algo. O a alguien, porque lo que al principio se escuchaba como plástico estrujado, se fue tornando en susurros difíciles de entender. No llegué a saber con exactitud si se trataba de esa voz que le da por saludarme en los momentos más inoportunos, o si quizá Dios estaba decidiendo en frente mío lo que haría conmigo.

   Entonces, una tenue luminosidad que se filtraba a través de mis párpados, empezó a agrandarse hasta ocupar toda mi visión en un destello de pocos segundos, que tras de si dejo múltiples colores borrosos. A medida que me hacía más preguntas mi visión empezaba a captar las formas.

   Aquel susurro de antes ahora estaba pronunciando mi nombre. ¿Qué quería de mí?

   Entonces una presión jodidamente dolorosa me hizo abrir los ojos como si el alma se me estuviera escabullendo por la boca. Me intenté incorporar con la fuerza que me quedaba para retorcerme, pero volví a quedarme plano y boca arriba en el suelo; exhausto.

   —No, no, quédate quieto.

   Cerré los ojos del cansancio que me invadía, pero volví a abrirlos, para saber qué estaba pasando.

   —Perdona, no te quería hacer daño. Necesito que te quedes lo más estirado posible para ponerte árnica en los hematomas.

   Entonces bajé la mirada y la vi a ella, con el maquillaje abandonando su cara debido al sudor.

   ¡Había vuelto! Que alivio.

   —¿Hema-qué? —¿Aún no había recuperado del todo la conciencia que la estaba escuchando hablar portugués?

   —Perdón. Los moretones.

   ¿Por qué hablaba con esa seriedad? ¿Estaba enfadada?

   Se untó los dedos de ambas manos con una crema de un tarro del color de la hierba fresca. ¿Iba a volver a tocarm...? ¡Me estaba tocando! Posaba las palmas sobre mi desnudo y vulnerable abdomen, no hacía fuerza, simplemente arrastraba la pringosa árnica desde el centro hasta los bordes poco delimitados de los moretones. No había razón para tener ese miedo a que de repente hiciera presión y me rompiera tres costillas, ya que su delicadeza era impresionante; atractiva.

   Pero entonces se puso a mi lado y pasó mi brazo alrededor de su cuello. ¿Mi corazón no estaba capacitado para mantenerse tranquilo en situaciones que lo requerían o qué coño pasaba? Pero en verdad sí, sí lo estaba, porque me lo demostró con los cuatro segundos en que se detuvo en seco. Los cuatro segundos que Valeria intentó incorporar la mitad superior de mi cuerpo. No se me pusieron los ojos en blanco porque si no habría pensado que había sido víctima de una posesión.

   << Qué puto dolor >>

   —Respira Eric, sé que duele, pero ahora tengo que vendarte el torso para hacer una leve compresión en la zona y controlar la hinchazón. Realmente no lo necesitas, pero te voy a rodear la espalda con la venda para que andes erguido al menos. ¿Preparado? —La pregunta no podía ir en serio, y si lo hacía, entonces es que se estaba divirtiendo con esto.

   —Depende: si va a doler no —le hizo gracia, lo que me preocupaba, porque quería decir que si me dolía tampoco iba a tomárselo con mucha seriedad.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 17, 2024 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mi galaxiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora