Capítulo 16

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Un silencio arrollador, pero al parecer, a ninguno de los dos le molestaba.

¿Cuánto tiempo llevaban en la cocina de la enfermería? Ni se había detenido a pensarlo. Se suponía que ambos, Myrra y Sanji, debían estar cenando con toda la tripulación, pero las cosas habían tomado un rumbo diferente. Myrra dedujo por si misma que Sanji habría llegado a algún tipo de acuerdo con el capitán para poder pasar más tiempo con ella. Se sentía extraña. Extraña por dejarse llevar por un completo desconocido que le había dedicado un par de frases bien hiladas y que ahora la tenía allí sentada en un silla, esparramada de cualquier manera sobre la mesa, y eso sí, con los ojos bien clavados en la espalda del cocinero. Quizás habría pasado media hora, o una hora, o dos, incluso. Pero daba igual. La chica se había dedicado a observar bien calladita como el rubio se movía de un lado para otro.

Lo vio quitarse la chaquetilla y remangar su camisa. Triturar los frutos, medir el azúcar, mezclar aromas, extraer el jugo. Myrra debía admitir que aquel tipo se veía profesional en lo que hacía. Aunque, ninguno de los pasos que él había realizado coincidían con la receta que ella conocía de su padre.

Pero, ¿qué más daba? En aquel momento dirigió la mirada a las chispas que sonaban en la sartén; en cuestión de segundos, Sanji se desplazó para apagar los fogones y sacar del fuego un pan bien tostado en mantequilla. El solo dulce olor del bollo hacía que el estomago de Myrra rugiera. Se incorporó en la silla y miró curiosa al hombre.

Sanji puso con cuidado en un plato dos tajadas de pan, y con mucha rigurosidad, untó suavemente la mermelada recién hecha por encima. Myrra lo vio terminar de emplatar, espolvoreando algo parecido al azúcar pero más oscuro por encima, y limpiándose las manos con una bayeta. No tardó el coger el plato como un formal camarero para llevarlo hacia la chica.

Myrra, chocada por tanta formalidad, intentó compensar, sentándose más adecuadamente en su silla. En ese momento, Sanji colocó en planto frente a ella.

Et voilà, aquí tienes.

Myrra no dijo nada y miró el plato con recelo. La verdad es que se veía increíble y olía a cielo, pero le quemaba el orgullo admitirlo, sobre todo si había hecho una apuesta de por medio, por muy infantil que fuera.

—Veamos que tal se te da esto... —dijo ella, haciendo el amago de coger una de las tostadas.

Sanji apoyó una mano en la mesa y miró con una sonrisa curiosa la escena. Myrra le echó una mala mirada al comestible, y tras algo de suspense se lo llevó a la boca. Un bocado... y joder. Una genuina explosión de dulzor recorrió cada milímetro de su boca. Se forzó a si misma a cerrar los ojos y agachar la cabeza para poder concentrase en aquella mezcla de sabores. Lo tenía todo, los frutos salvajes, el pan artesanal de la aldea, la mantequilla dorada y aquel condimento que sabía igual que la azúcar. Para resumir: el paraíso. Myrra había pasado diez años cocinando para si misma, todo con alimentos puramente silvestres del bosque, y quisiera o no, aquello había hecho mella en su paladar.

Pero esas tostadas... no quería exagerar, pero quería echarse a llorar de lo buenas y crujientes que estaban. Su disfrute fue cuanto menos discreto, por ello Sanji, temiendo alguna reacción del estilo, sonrió con sorna y tomó asiento a su lado. Tras encenderse un cigarro y dar la primera calda, apoyó el mentón en su mano.

—¿Y bien? —pregunto, disfrutando del goce ajeno.— ¿Gané?

Myrra estaba demasiado centrada y enfocada en devorar aquellas tostadas. Tardó a penas unos minutos; minutos en los que Sanji miró con orgullo como su comida era literalmente, arrasada por la chica. Cuanta ansia en aquel cuerpo. Cuando Sanji le preguntó, Myrra tuvo que desviar la mirada. Había sido demasiado obvia, claramente había perdido. Retomó entonces la labor de devorar.

𝕭𝖆𝖏𝖔 𝖑𝖆 𝖘𝖔𝖒𝖇𝖗𝖆 𝖉𝖊𝖑 𝖒𝖎𝖘𝖒𝖔 𝖆𝖗𝖇𝖔𝖑 (One PieceXReader/OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora