Cap. 23

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En el bosque prohibido había una brisa fresca pero me dio escalofríos, Mattheo y yo nos miramos, aún tomados de las manos beso la mía, en eso dos figuras salieron de detrás de un árbol cercano, llevaban las varitas encendidas, eran Yaxley y Dolohov.

Yaxley: Estoy seguro de que he oído algo —comentó.

Mattheo: Somos nosotros.

Llamamos su atención, se detuvieron en seco y nos observaron.

Mattheo: ¿Buscan a Potter?

Yaxley: Si, se está agotando el tiempo —dijo consultando su reloj—. Potter ya ha consumido la hora que tenía. No vendrá.

Dolohov: Pues el Señor Tenebroso estaba seguro de que sí. Esto no le va a gustar nada.

Mattheo: Entonces guíenos hacia él.

Yaxley: Por supuesto mi señor.

Nos adentramos en el bosque siguiéndolos. Sólo llevábamos unos minutos andando cuando vi luz un poco más allá, y Yaxley y Dolohov entraron en un claro, y nosotros aún detrás de ellos. En medio del claro ardía una hoguera, y el parpadeante resplandor iluminaba al grupo de silenciosos y vigilantes mortífagos. Algunos todavía llevaban la capucha y la máscara, pero otros se habían descubierto la cara. Sentados un poco más apartados, dos gigantes de expresión cruel y rostros que recordaban una tosca roca proyectaban sombras enormes.

Vimos a Fenrir, merodeando mientras se mordía sus largas uñas; al corpulento y rubio Rowle, dándose toquecitos en una herida sangrante en el labio; a Lucius, vencido y aterrado, y a Narcisa, con los ojos hundidos y llenos de aprensión.

Todas las miradas estaban clavadas en Voldemort, de pie en medio del claro, con la cabeza gacha y la Varita de Saúco entre las entrelazadas y blanquecinas manos. Parecía estar meditando. Azael junto a él con la vista perdida. Nagini se arremolinaba y se enroscaba dentro de su reluciente jaula encantada, suspendida detrás de la cabeza de Voldemort como un monstruoso halo.

Cuando nos incorporamos al coro de mortífagos, Voldemort levantó la cabeza.

Mattheo: Padre —siguió caminando.

Voldemort: Hijos míos, que gusto que estén con nosotros nuevamente.

Nos acercamos le extendí mi mano derecha y la beso, le dediqué una sonrisa y nos colocamos del lado de Azael.

Dolohov: No hay señales de él, mi señor —anunció.

El Señor Tenebroso no mudó la expresión, pero a la luz del fuego sus encarnados ojos parecían arder. Poco a poco deslizó la Varita de Saúco entre sus largos dedos.

Bellatrix: Mi señor... —estaba sentada junto a él, despeinada y con rastros de sangre en la cara, pero por lo demás ilesa.

Voldemort levantó la varita para ordenarle que se callara. Ella obedeció y se quedó mirándolo con gesto de adoración.

Voldemort: Creí que vendría —dijo con su aguda y diáfana voz, sin apartar la vista de las danzantes llamas—. Confiaba en que vendría.

Nadie comentó nada.

Voldemort: Por lo visto me equivocaba... —añadió.

Harry: No, no te equivocabas.

Sentí la mirada de Mattheo sobre mi, pero yo tenía los ojos clavados en Potter.

Los gigantes rugieron cuando todos los mortífagos se levantaron a la vez, y se oyeron numerosos gritos, exclamaciones e incluso risas. Voldemort se quedó inmóvil, y clavó la vista en Harry, mientras él avanzaba hacia el centro del claro.

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