Voces del ayer

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Me despierto sobresaltada, con un fuerte dolor palpitante en la cabeza que me hace gemir. Siento como si mi cráneo fuera a estallar, las sienes me laten con violencia. Cuando intento sobarme las sienes, los recuerdos regresan de golpe, inundando mi mente con imágenes borrosas del pasado. Me doy cuenta de que ya no estoy en el mundo de las pesadillas, sino en un lugar completamente diferente, una habitación desconocida.

Intento incorporarme, pero unas manos firmes me empujan suavemente de vuelta a la cama. Es Niccolò, con su cabello rojo encendido y sus facciones preocupadas. Mueve la cabeza, indicándome que necesito descansar. Antes de que pueda protestar, Thoma se precipita a mi lado, bombardeándome con preguntas sobre si estoy herida.

—Estoy bien —lo tranquilizo, aunque mi voz suena débil—. Solo me duele mucho la cabeza.

—¡Nos tenías tan preocupados! —exclama Thoma—. Intentamos despertarte, pero no abrías los ojos. ¡Pensábamos que habías muerto!

El pelirrojo le propina un golpe en la cabeza al imprudente Thoma.

—Tu pulso era muy débil, pero se estabilizó antes de que despertaras —me explica Niccolò con voz calmada, aunque percibo la preocupación en sus ojos.

Me llevo una mano a la frente, abrumada por los recuerdos que me asaltan. Tantas cosas han sucedido que no sé por dónde comenzar.

Subaru sugiere que me den espacio, aliviado de ver que estoy a salvo. Thoma se levanta de la esquina de la cama y me sonríe.

—Estaremos fuera si necesitas algo, ¿de acuerdo?

Todos se dirigen hacia la puerta, pero Niccolò se detiene y se vuelve para mirarme con severidad.

—No te levantes de la cama si no te sientes bien, ¿entendido? Órdenes del médico.

Le hago un puchero mientras agarro la sábana para cubrirme hasta el pecho.

—Aún no eres médico.

Una sonrisa ilumina su semblante preocupado.

—Soy tan bueno como uno.

Su sonrisa me arranca una risa, aligerando un poco el peso en mi pecho. Niccolò sale de la habitación y suspiro, aliviada de que hayan despertado sanos y salvos. Me siento culpable por haberlos asustado al desaparecer tan repentinamente del mundo de las pesadillas. Me pregunto si Licht estará bien.

Me acomodo en la cama, hundiéndome en las suaves sábanas que huelen a jabón y a la colonia que Niccolò suele usar, una fragancia cálida y reconfortante. Inspecciono la habitación a mi alrededor: los colores monótonos, la mesita de noche con una lámpara y un portarretratos de Niccolò sosteniendo un diploma con una sonrisa radiante, la estantería llena de libros de medicina iluminada por la luz que se filtra por la ventana, el escritorio con una computadora, la puerta que debe conducir al baño y el armario con televisor.

De repente, unos suaves golpes en la puerta me sobresaltan. Es Niccolò, con una bandeja en las manos.

—Bebe esto. Te ayudará si te sientes mareada —dice, tendiéndome unas pastillas y un vaso de agua.

Sigo su consejo y me arropo en la cama. Lo observo atentamente mientras ordena la habitación. De pronto, se inclina y me pone una mano fría en la frente, tomándome por sorpresa.

—¿Vuelves a tener fiebre? —pregunta con expresión preocupada.

Su toque me relaja y cierro los ojos, recordando los dulces momentos de la infancia que compartimos en el orfanato. El frío de su mano es reconfortante. Salgo de mi ensoñación al escuchar una risita. Abro los ojos y veo a Niccolò sonriéndome, las comisuras de sus labios curvadas.

Pesadillas NocturnasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora