Estanterías del Deseo

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La cálida brisa de la tarde acariciaba nuestros rostros mientras nos acercábamos a la imponente biblioteca municipal. Sus muros de ladrillo rojizo se alzaban majestuosos, coronados por imponentes arcos de piedra caliza labrada. A través de los cristales emplomados de las altas ventanas, vislumbrábamos hileras interminables de libros, prometiendo mundos de conocimiento por descubrir.

En la escalinata de la entrada, Thoma se encontraba sentado en un banco, con la mirada perdida en las sombras danzantes de los árboles cercanos. Subaru fue el primero en divisarlo y agitó enérgicamente su brazo en un saludo.

—¡Thoma! —El grito de Subaru cortó el aire, haciendo que Thoma levantara su cabeza con una expresión interrogante.

Apresuramos nuestros pasos hacia él mientras se ponía de pie con languidez. Su mirada reflejaba una mezcla de emociones, como si una tormenta de pensamientos arreciara en su interior.

—¿Llevas esperando mucho tiempo? —pregunté con preocupación, temiendo haberlo hecho esperar demasiado.

—No, acabo de llegar —respondió con voz apagada, aunque sus ojos cobraron un leve destello de vida al vernos.

Niccolò vaciló un instante, como si estuviera sopesando sus palabras con cautela.

—Entonces... ¿Cómo te ha ido? —preguntó finalmente, con un tono que denotaba una preocupación sincera.

Un amago de sonrisa curvó los labios de Thoma al escuchar la pregunta de Niccolò. De repente, se abalanzó sobre él y lo inmovilizó en una llave amistosa.

—¡Pero qué! —Thoma soltó una exclamación ahogada—. ¿Estás preocupado por mí?

—¡Ya quisieras! —El pelirrojo forcejeó, intentando liberarse del abrazo de Thoma, pero este no cedía. En un movimiento ágil, Thoma se irguió sobre Niccolò, casi envolviéndolo en un abrazo apretado.

Subaru frunció el ceño ante la escena, cruzando los brazos con una expresión de fingida molestia.

—¿Qué les pasa a estos imbéciles? —masculló, aunque una chispa de diversión brillaba en sus ojos.

La camaradería desbordante entre Thoma y Niccolò me tomó por sorpresa, haciéndome pensar que su vínculo era profundo y entrañable.

Finalmente, Thoma liberó a Niccolò de su encierro y nos miró uno por uno con una expresión seria, aunque serena.

—No he conseguido nada de mis padres, pero... tengo que agradecerles que me hayan dicho la verdad. —Su voz se tornó grave, cargada de emoción—. Mis padres lloraron cuando se los pregunté... Dijeron que temían que huyera en busca de mis verdaderos padres si descubría la verdad.

Un nudo se formó en mi garganta al imaginar la angustia que debieron haber sentido sus padres adoptivos. Thoma hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran en nosotros.

—Mis padres son muy amables, así que fue un poco chocante al principio —continuó con una leve sonrisa—. Pero ahora me siento bastante aliviado. Al menos algunas de las preguntas que tenía están empezando a aclararse. Además, no importa si estamos emparentados por sangre o no. No importa lo que digan, seguimos siendo familia.

Sus ojos se clavaron en mí, como si buscara mi aprobación y comprensión. Asentí lentamente, comprendiendo la profundidad de sus palabras.

—Me alegro de que te haya ido bien, Thoma —dije, dándole un empujón amistoso para infundirle ánimos.

—Estamos empezando a encontrar respuestas... —murmuró Niccolò, pensativo—. Vamos, entremos.

Con un gesto enérgico, Niccolò nos guío hacia las escaleras de la biblioteca, consultando su reloj con un brillo decidido en su mirada. Las puertas de roble tallado nos aguardaban.

Pesadillas NocturnasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora