[ESPECIAL] ⁓ Thoma

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Los recuerdos danzaban en mi mente como las hojas de otoño en el viento, una mezcla de colores brillantes y sombras oscuras. Cada imagen, cada sonido, cada sensación estaba grabada en mi ser con la precisión de un cincel sobre piedra.

Porque en cada recuerdo, en cada momento capturado en el ámbar de mi memoria, estaba la esencia de mi lucha: proteger a Niccolò. Darle la vida que merecía, llena de risas y libre de miedo.

Y aunque el camino fue largo y difícil, esta ráfaga de recuerdos me quitó la fuerza para seguir adelante, me negué a enfrentarlos debido a la culpa del pecado que había cometido y la promesa que nunca cumplí, sin reconocer que mi pequeño hermano ahora estaba haciendo de su vida.

Pero al final, más allá del dolor y la tristeza, estos recuerdos eran prueba de una verdad innegable: nuestro amor de hermanos era más fuerte que cualquier oscuridad que pudiera amenazarnos. Y eso, más que nada, era el verdadero tesoro que guardaría en mi corazón.

...

Primer Recuerdo: Risas en el Parque

Los recuerdos afloraron en mi mente como burbujas que ascendían a la superficie de un estanque cristalino. Allí estábamos, Niccolò y yo, en aquel parque que se había convertido en nuestro refugio. El aroma a hierba recién cortada inundaba mis sentidos, transportándome de vuelta a aquellos días de verano que parecían eternos.

El chirrido rítmico de las cadenas del columpio se mezclaba con las risas de Niccolò, creando una sinfonía que ahogaba los ecos oscuros de nuestro hogar. Mis manos, pequeñas pero decididas, empujaban suavemente la espalda de mi hermano, enviándolo cada vez más alto hacia el cielo azul salpicado de nubes algodonosas.

—¿Te gusta volar alto, Nicco? — le pregunté, sintiendo cómo una sonrisa involuntaria se dibujaba en mi rostro al ver sus rizos rojos bailar con el viento.

—¡Sí, Thoma! ¡Más alto! ¡Más alto! —exclamaba Niccolò entre carcajadas, sus ojos brillantes de emoción, las pecas de su nariz bailando con cada movimiento.

Por un momento, me detuve a observarlo. Su risa era como una medicina para mi alma de ocho años, cargada ya con preocupaciones que ningún niño debería tener. Niccolò, con sus seis años y su inocencia intacta, parecía flotar no solo en el columpio, sino en un mundo donde la tristeza no tenía cabida.

El parque a nuestro alrededor bullía de vida. Otros niños correteaban por el césped, persiguiendo pelotas multicolores o jugando al escondite entre los arbustos. Las madres charlaban en los bancos, vigilando a sus pequeños con ojos atentos pero relajados. Todo era tan normal, tan pacífico...

Sin embargo, como una nube oscura en un día soleado, un recuerdo se deslizó en mi mente. Fue como si el tiempo se detuviera, el chirrido del columpio se desvaneciera, y me vi de nuevo en casa, paralizado en el umbral de la cocina.

Mamá estaba allí, su rostro contorsionado por la ira, sus manos convertidas en puños que caían una y otra vez sobre el pequeño cuerpo de Niccolò. ¿Por qué? ¿Acaso importaba? Un vaso derramado, un juguete fuera de lugar... cualquier cosa podía desencadenar su furia.

Y yo... yo no hice nada.

El miedo me mantenía clavado al suelo, incapaz de moverme, incapaz de proteger a mi hermano pequeño. Los gritos de Niccolò se mezclaban con los alaridos de mamá, creando una cacofonía que aún resonaba en mis pesadillas.

—¡Thoma! ¿Por qué paraste? —la voz de Niccolò me arrancó de aquel recuerdo sombrío, devolviéndome al presente, al parque, a la luz del sol y a su risa.

Parpadeé, alejando las lágrimas que amenazaban con formarse.

—Lo siento, Nicco. ¿Quieres ir más alto? —respondí, forzando una sonrisa y reanudando los empujones.

Pesadillas NocturnasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora