Temores no dichos

12 7 5
                                    

El crujido de la cerámica destrozada reverbera bajo nuestros pies mientras avanzamos cautelosamente por la cocina en penumbra. Fragmentos de platos y tazas, antes reliquias de una vida cotidiana, ahora yacen esparcidos por el suelo como un mosaico caótico. La tenue luz que se filtra por las persianas entreabiertas arroja sombras danzantes sobre las paredes desconchadas, dando vida a nuestros temores más profundos.

De pronto, un gruñido gutural rasga el silencio, erizando cada vello de mi nuca. Intercambiamos una mirada cargada de aprensión, nuestros ojos dilatados por la adrenalina. En ese preciso instante, el estruendo metálico de una lata precipitándose desde lo alto de la nevera nos sobresalta, arrancándonos un grito ahogado. La lata rueda por el suelo, dejando tras de sí un rastro serpenteante de leche en polvo, como si fuera el sendero hacia lo desconocido.

—Oye, por allí... —susurra Licht con voz trémula, su dedo tembloroso señalando hacia un rincón umbrío entre los estantes desvencijados.

Siguiendo la dirección de su gesto, me quedo petrificada. Dos orbes dorados, fulgurantes como brasas en la oscuridad, nos observan con una intensidad depredadora. Mi corazón martillea contra mi pecho, cada latido un recordatorio de nuestra vulnerabilidad.

¿Es el monstruo?, me pregunto en silencio, la garganta tan seca que apenas puedo tragar.

Licht, haciendo acopio de un valor que yo misma anhelo, comienza a aproximarse con pasos medidos hacia aquella presencia acechante. Sus movimientos son deliberadamente lentos, como si temiera desencadenar el caos con un gesto brusco. Me aferro a su brazo con tal fuerza que mis nudillos palidecen, fusionándome con él en busca de protección.

—Tranquila —murmura sin apartar la vista del objetivo—. Voy a averiguar qué es.

Extendiendo una mano que tiembla imperceptiblemente, Licht se estira hacia una caja de cartón semioculta. Los segundos se estiran como una goma elástica a punto de romperse mientras sus dedos rozan el borde. Con un tirón repentino, derriba la improvisada guarida.

—¡Miaaau!

El maullido agudo corta el aire como un cuchillo, y me las arreglo para ahogar un grito que pugna por escapar de mi garganta. Ante nosotros, una bola de pelo negro se yergue, arqueando el lomo en una postura desafiante. Sus ojos, antes amenazadores, ahora brillan con un destello juguetón.

La criatura se estira hacia arriba con la elegancia propia de su especie y, en un movimiento rápido como el rayo, aparta la mano de Licht con un zarpazo inofensivo pero firme.

—Es un gato —exhalo, el alivio inundándome como una marea cálida.

—¡Oh! —exclama Licht, una sonrisa dibujándose en sus labios—.

Menudo susto nos ha dado este pequeñín, ¿eh?

El felino, ajeno a la conmoción que ha provocado, se sienta sobre sus cuartos traseros y comienza a lamerse una pata, ronroneando con la satisfacción de quien ha jugado la broma perfecta.

—¿Esta cosita ha estado rompiendo los platos? —pregunto incrédula, observando al aparentemente inofensivo animal.

Como si hubiera entendido mis palabras, el gato nos lanza una mirada que bien podría interpretarse como altanera antes de dar un ágil salto al suelo. Con la cola erguida cual bandera de victoria, se escabulle por la ventana entreabierta, dejándonos solos en medio del caos que ha sembrado.

—Vaya susto —digo soltando un suspiro largo y tembloroso, sintiendo cómo la tensión abandona mis hombros.

—Adorable —comenta Licht, todavía con una sonrisa divertida en el rostro.

Pesadillas NocturnasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora