20 | Ni un segundo

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Piero.

El rostro que ha tenido durante toda la mañana se ha quedado plasmado en mi alma. Estaba llena de sorpresa y felicidad al mismo tiempo, tenía los ojos de una niña que miraba su caramelo favorito y la sonrisa era de un adolescente enamorada. Aunque esas dos últimas las tenía yo, estaba más que claro.

—¿Te gusta?

Indicó que sí con la cabeza mientras seguía mirando el camino, ahora mismo íbamos hacía otro museo que  seguro le iba a encantar.

Al bajar del autobús me tomó del brazo y caminó a mi lado, por mi parte la vi por unos segundo y cuando me di cuenta que su intención no era soltarme me confirme a mi mismo “Va a ser mi esposa”. 

Sonreí mientras dejaba que ella pasara primero.

—¿Van Gogh? ¡Son pinturas de las pinturas de Van Gogh!

Regresó a mí y sus brazos se enrollaron en mi cuello pero yo me detuve antes de tomarla de la cintura, no quisiera que ahora que ya comenzamos a llevarnos mejor ella se sienta incómoda.

—O eso aparentan ser— sonreí cuando se alejó.

—Eso sí…— me tomó la mano— ¿Te puedo explicar?

Me estaba muriendo, su mano tomando la mía hacía que me faltara el aire y yo estaba muriendo.

—Todo lo que quieras…

Ella sonrió y me llevó a la primera pintura para explicarme poco a poco.

El tiempo no era suficiente para dejar de ver su rostro lleno de ilusión.

—Así que inteligente…

—Ya ves— jugó con sus manos.

—Jesús no podrá creerlo cuando le diga está parte.

—Y tu abuela tampoco podrá creerlo como te has comportado…

Sonreí de lado y me acerqué un poco.

—Eres la única que no sabía este lado mío… aunque eres la primera también.

—¿Cómo?— ella se acercó. 

—Pues que mis amigos saben de este lado mío… pero tú eres la primera chica con la que en realidad soy yo.

¿Era correcto besarla?¿Ahora?

—Pues tú eres el primer chico que sabe cosas de mí sin preguntarme…

Retrocedía, recordando cada movimiento que había hecho en el pasado para que hoy supiera todo de ella… fue un simple golpe a la realidad.

—Deberíamos seguir…

Mis pies se alejaron de los suyos y comenzaron a andar sin su compañía por el resto del museo.

—¿Todo bien?— habló en cuanto nos volvimos a encontrar.

—Sí…

Intenté sonreír.

Cuando llegamos al hotel ella se metió a bañar primero y yo salí a hablar con mi mejor amigo.

—¿Todo bien?


—Sí 


—¿Cómo vas?¿Ya le pediste que sea tu esposa?

Se rió. 


—¡Se asustara en
cuanto se lo diga!

Nos reímos.


ℒ𝒶𝒹𝓇ℴ́𝓃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora