22 | Bombones

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Ximena.

En la cama que estaba a mí lado posaba el cuerpo del ladrón de mis pensamientos y que ahora podía ver su espalda en el que tenía tatuajes —siete círculos— En uno de ellos estaba un perro de tres cabezas y en otro estaba Afrodita. Supongo que los demás también eran dioses griegos. 

Su cabello estaba en un sólo lugar y los rayos del sol lo hacían mirar de color café claro cuando es café oscuro.

Salí de la cama y fui directo al baño porque en dos horas saldríamos de aquí  para otro lugar.

Al entrar al baño fui directo al lavado y eché un poco de agua en mí cara. Lo sequé para luego ver mis ojos sin ojeras y mi rostro mucho más lindo que hace tiempo. Hoy precisamente hace tres meses desde que Jesús comenzó toda esta locura y nosotros fuimos capaces de aceptar.

Mis ojos se detuvieron frente al espejo, guardé silencio para pedir lo mismo de todas las mañanas con mi tono de voz bajito.

Vamos Ximena… olvídate de esa noche… 

Suspiré y me quite la ropa para ir directo a la bañera. Todo el rato que estuve ahí no pude decir otra cosa más que por favor, por favor, por favor, por favor… olvídate

—¿Estás ahí?

—Sí…

—Está bien, pediré el desayuno.

—Gracias…

Al salir del baño él estaba listo para tomar una ducha.

—Mi tarjeta está sobre la cama— habló antes de entrar por completo al baño.

Desde hace días me ha dicho que utilicé su tarjeta para lo que yo quiera pero en verdad me da pena hacerlo y no quiero hacerlo. Aunque ahora me lo ha dicho por si el desayuno llega antes de que él salga.

Pasaron algunos minutos mientras arreglaba las cosas para irnos.

Tocaron la puerta.

—¿Tú?— era Adrien.

—Hola… ¿Desayuno?

—No— este tipo dejó de caerme bien hace tiempo.

—¿Y tu novio?

No dejaron que respondiera porque hablaron antes de que yo abriera mi boca.

—¿Para qué me quieres? — cuestionó quién antes se estaba bañando.

Su voz no es la misma cuando se trata de Adrien o de alguien más que no sea su abuela o sus amigos, es aquella distante y profunda que da la sensación de que quiere golpearte. 

Cuando miré hacía adentro vi al chico con sólo una toalla enrollada a su cintura.

—Estás roja.

—Otro día — fue lo primero que dije antes de cerrar la puerta en su nariz.

—No habrá otro día— pronunció el de mi habitación. 

—¿Qué  te pasa?

—No me agrada, hay algo en el que no me gusta.

—Verdad… siento lo mismo.

—Ni él, ni su amiga.

—¿Es su amiga?

—Creo, la verdad no me interesa sus vida.

Volvieron a tocar.

—Esa si debe ser la comida. 

—Sí, pero regresaré al baño— dio una ligera vuelta para mirarlo que estaba en toalla. 

—Ve.




ℒ𝒶𝒹𝓇ℴ́𝓃Donde viven las historias. Descúbrelo ahora