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Elena salió de la oficina del señor Kassi, seguido por aquel chico que reinaba en sus más profundas pesadillas. Una vez la puerta fue cerrada tras de ellos, Elena por fin pudo hablar todo lo que quería.

— ¡de todos los guardias trajeados del mundo debías ser tú! — reclamó volteando su cuerpo hacia Kurapika — vaya, yo también estoy feliz de verte — respondió con seriedad y sarcasmo, arqueando una de sus cejas.

— así que él es tu jefe ahora... ¿y te gusta este lugar? — Kurapika bajó las escaleras y ella le siguió el paso — emitiré comentarios sobre mi trabajo — su seriedad no se despegó de su cuerpo ni sus cuerdas vocales, se sintió algo herido por las palabras de la chica, pero no significaba que su presencia no ilumine su monótono día — el café lo preparé yo ¿te gustó? — cambió drásticamente el tema.

— si tuviese un extra shot de café sería perfecto.

— no creo que te haga bien consumir mucho café, cuando vengas será mejor que de la orden de que te preparen té de hiervas.

— ¿qué? — observó al chico que ahora estaba a la par bajando las eternas escaleras — no puedes hacer eso, además no puedes dar órdenes ¿o sí?

— soy el guardia en jefe... otra vez. Puedo decirle a todos los guardias que te nieguen la cafeína si quiero.

— eso sería muy cruel.

— ¿estás segura que no eres la hija bastarda de Juan Valdés? — Elena soltó risotadas ante la referencia, eso hizo que Kurapika esbozara una leve sonrisa, después de todo su risa fue una de las cosas que captó desde el primer segundo que la conoció.

Cuando llegaron al vestíbulo, los mismo guardias que estaban rodeando la puerta la abrieron para ellos — ¿también eres el jefe de ellos? — susurró — todo lo que tenga traje en este territorio, está bajo mi comando.

— uuuh que miedo debes dar como jefe — bromeó.

Una vez estuvieron fuera y las puertas se cerraron, Kurapika soltó un gran suspiro y estiró sus brazos, la mayor parte del tiempo estaba de pie o caminando por los alrededores, era uno de los trabajos menos peligrosos y aún no se acostumbraba a esa tranquilidad.

— bien ¿por dónde te gustaría empezar?

— mmm — la chica se acercó a uno de los pilares de la mansión y lo tocó — creo que es mármol... — Kurapika observó curioso a la chica mientras guardaba sus manos en el bolsillo de su traje — ¿quieres sentir los materiales de construcción de la mansión?

— ¿sabes? siempre he creído que el si el mármol pudiese hablar tendría una voz ronca y algo rasposa.

— ¿qué? — el rostro de Kurapika se arrugó por la duda ¿por qué decía esas cosas de la nada? — la madera hablaría como una persona que sesea ¡sería muy chistoso! — el chico suspiró con una sonrisa dibujada — no sé por qué trato de entenderte Edén.

Ese nombre aún causaba emociones dentro de ella, aún no sabía descifrar si eran cosas buenas, malas o una mezcla de todo, sin embargo ya estaba acostumbrada a ser Elena, ya era parte de su identidad. Volteó hacia el rostro del chico, confundida — no me llamo así — respondió despojándose del humor y lo reemplazó por seriedad.

Que Kurapika le llamase así la descolocaba, momentos vividos con él en el barco se proyectaron mentalmente sin su permiso, sus abrazos, sus halagos, sus besos, todo de él. Y no tenía idea como canalizar todo eso.

— voy a dar vuelta por acá, veré si el empedrado del patio trasero quiere hablarme sobre las voces de los otros materiales — algo disgustada se alejó, dio media vuelta y caminó en un pasillo por la parte derecha de la entrada, evitando algunos arbustos para no destruirlos — oye — Kurapika la siguió a un paso apresurado — detente.

— no, no eres mi jefe y debo sacar ideas antes de irme — Elena siguió su camino, la sensación de vulnerabilidad que le causaba la presencia ajena y aquel nombre no le gustaba para nada, lo único que sabía es que deseaba estar sola. Pero su antebrazo fue agarrado con algo de fuerza, obligándola a detenerse.

Tragedia de la Libertad (Kurapika | Lectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora