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Volver a verlos había sido lo peor que le había ocurrido.

Si bien al principio se alegró, a las horas comenzó a querer verlos nuevamente, y el deseo de volver con ellos se iba haciendo cada vez más grande.

Se intentó distraer con muchísimas cosas dentro de su casa, pero por más que lo intentara no podía dejar de pensar en ellos, una y otra vez repetía en su mente las escenas vividas y repetía lo poco que había escuchado de la voz de Roier, aferrándose a ese actual recuerdo como si fuera su único sustento de vida.

Ya habían pasado los días, y el hecho de que no había vuelto a dormir bien desde esa noche solo empeoraba su situación.

Las noches las pasaba en vela, incapaz de dormir debido al miedo de que lo que sea que lo atormentó aquella noche volviera, asustándose con cada ruido que lograba escuchar y manteniéndose en alerta. De día, el sueño no lo dejaba funcionar con normalidad, y los recuerdos de sus amigos tampoco dejaban su mente en paz, empeorando su estado, haciéndolo sentir más solo y vulnerable de lo que ya se sentía.

Ese día se sentía muchísimo peor, su cuerpo estaba al borde del colapso de tanto estrés acumulado y su mente no era capaz de procesar absolutamente nada. Llevaba horas sentado en la banca de madera del jardín, con la vista hacia su huerto, sin mover ni un solo músculo.

Estaba agotado, y lo único que quería hacer era descansar, aunque fuera por diez minutos.

Ni siquiera fue consciente de que estaba llorando hasta que una lágrima llegó a su boca, y solo bastó que pestañeara para que más lágrimas comenzaran a caer, confundiéndolo por completo. Ni siquiera sabía que estaba triste, o el motivo por el cuál sus lágrimas salían a tal velocidad, pero por más que intentara respirar y dejar de llorar, no podía hacerlo.

Sus ojos eran dos ríos que mojaban su rostro con todo el dolor que sentía su corazón.

—¿Es este mi castigo?— Preguntó al aire, mirando el cielo azul —¿Es así como tendré que vivir el resto de mis días?

Si bien sabía que era imposible que obtuviera una respuesta, muy en el fondo la deseaba, deseaba escuchar alguna voz que lo calmara y le dijera que el dolor pronto pasaría, que todo mejoraría.

Aunque aquello parecía imposible.

Llevó una mano a su corazón, tomando su camiseta y apretándola entre sus dedos con una fuerza que no sabía que poseía, intentando de alguna manera arrancarse el dolor de su pecho para poder deshacerse de él y seguir adelante por fin.

Necesitaba algo que aliviara, no importaba lo que fuera, pero necesitaba ayuda y consuelo para salir de ese mar de dolor y arrepentimiento que inundaba su alma desde hace años, manteniéndolo estancado en un bucle irrompible.

—Yo no quise que ocurriera, nunca quise que nos ocurriera algo malo— Subió su voz, apretando aún más la camiseta —Nunca quise tener que separarme de mamá y nunca quise perder a El, ¿Y debo cargar con el dolor como si yo los hubiera matado con mis propias manos?

La pregunta la gritó al cielo, como si este fuera a darle su tan ansiada respuesta, pero mientras soltaba su camiseta y veía las nubes moverse por el cielo terminó de caer en cuenta que estaba condenado, que nada ni nadie podría ayudarlo en su situación, que no tenía dónde o con quién ir.

Se dio cuenta que su castigo era, de hecho, pudrirse dentro de ese castillo perteneciente a su gemelo, ahogándose en el recuerdo de este y en la culpa por haberlo perdido.

De nada serviría llorar y gritar, su destino y final estaba sellados ya.

Con el rostro serio terminó de secar las últimas lágrimas que caía, y una vez lo consiguió se puso de pie, observando el pozo al fondo de su jardín.

La estrella del creador [Arinckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora