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La soledad le acompañaba día y noche sin dejarlo de lado, la oscuridad adornaba cada rincón del castillo en el que llevaba años viviendo, el polvo ocupaba cada vez más superficie y la culpa con la que cargaba le estaba devorando el alma a paso rápido.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que interactuó con alguien?

Sentía que el tiempo no pasaba, que estaba viviendo una y otra vez el mismo día y que nunca podría salir del bucle en el que se encontraba metido. Tampoco es como si quisiera salir o tuviera algún motivo para cambiar su estilo de vida, después de todo había perdido cualquier motivación para vivir.

Pero no quería morir, porque en su mente estar vivo era el castigo perfecto para pagar todas sus culpas.

Aislado en su mundo, escondido del resto de la humanidad por su propio bien, refugiado entre árboles gigantes y paredes de piedras se mantenía intentando contener su poca sanidad mental antes de destruirse por completo.

Incluso la luz del sol no lograba ayudarlo.

Suspiró, y siguió caminando por su huerto en búsqueda de algunas verduras para su almuerzo. Había sido una buena idea aprender de jardinería cuando su madre se ofreció a enseñarle, ya que si no fuera por eso habrían muerto de hambre hace años atrás.

Nadie merecía pasar por el exilio, menos un par de adolescentes con apenas quince años y las vidas destruidas.

Una vez dentro del castillo nuevamente, se dejó envolver por el frío de las paredes y la oscuridad mientras caminaba hasta la cocina, dejando sobre la encimera la cosecha que traía en sus manos.

Comenzó entonces a preparar el pescado, el cual se había vuelto parte de su dieta en contra de su voluntad. Nunca le gustó la carne blanca, pero lo único que tenía cerca era un río, ya que el resto de los animales no se acercaban a su zona, por ende no le quedó más que aprender a comerlo aunque le disgustara.

Lo único parecido a un animal que rondaba su zona eran unos monstruos grises y gigantes capaces de matarte de un solo golpe, arrastrándote metros a la distancia. O así era hace algunos años, porque con el pasar del tiempo aquellos monstruos también habían empezado a desaparecer, dejándolo más solo aún.

Extrañaba aquellos momentos de su vida donde era feliz, pasaba tiempo con su madre y jugaba con sus amigos, corriendo por todo el pueblo en vacaciones de verano y patinando en el lago congelado cuando el invierno tocaba su puerta. Si bien vivió aquella linda época la mayoría de su vida, de igual forma sentía en su interior que le faltaron muchas etapas por explorar, por conocer, por disfrutar, teniendo que madurar en un abrir y cerrar de ojos cuando todos se pusieron en su contra.

Desde aquel día no sabía nada de nadie, las únicas veces que intentó ver a alguien fue a la distancia, escondido entre los árboles para no ser descubierto, viendo también los carteles con su rostro pegados por todos lados, indicando que su gemelo y él eran buscados como fugitivos junto a otras personas más.

¿Por qué debían cargar ellos con la culpa de un acto que nunca cometieron?

Pasó noches enteras llorando desconsoladamente por todo lo que estaba pasando, por las personas que amaba y que perdió, por el malestar y frustración de saber que era inocente y no poder decírselo a nadie, hasta que una noche no tuvo más lágrimas para llorar. 

Ni siquiera lloró cuando su gemelo murió, solo se quedó estancado en el vacío que se apoderó de su corazón, hasta que ocupó su mente de igual forma.

Daría lo que fuera por retroceder el tiempo, intentar de alguna u otra manera detener la desgracia y recuperar la vida que le fue arrebatada de un momento a otro.

La estrella del creador [Arinckity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora